El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 38

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO. 

Capítulo  38

Sentía sus cálidos brazos acunarme como a un niño pequeño, su cálido aliento acariciaba mi rostro, su respiración se estabilizó. Me aferré a ella, no quería soltarla, quería  detener el tiempo ahí en ese momento.

No quería ser fuerte,  me dejé caer, quería llorar hasta sentir que mi piel se secaba. Quería caer al vacío sin esperanzas de levantarme, solo quería sacar el dolor de mi alma, quería dejar de sentir. Me abrazó con fuerza y poco a poco los latidos de su corazón me estabilizaron, dejó un beso en mi cabeza. 

—¿Por qué todo es tan difícil? —susurró con la voz entrecortada— No entiendo por qué no podemos estar juntos si nos amamos. Si me lo pides yo por ti daría hasta mi vida, caminaría descalza sobre fuego, tú solo pídeme lo que quieras, enfrentemos a todos y luchemos por este sentimiento. 

El corazón me dio un brinco y no me salía la voz. 

»Pídeme que camine sobre espinas y lo hago, puedo meter las manos al fuego por ti si me lo pides, por ti daría hasta mi vida. 

Cada palabra la decía con gran seguridad, estaba dispuesta a todo por mí y yo… era un cobarde que dejaba que el miedo me  dominara. Ella estaba dispuesta a todo y yo no podía ni mover una maldita piedra por ella, todo porque el miedo que sentía me dominaba y no podía controlarlo. Me colocó las manos a ambos lados de la cabeza y se quedó mirándome a los ojos, se me cortó la respiración. 

—¡Dímelo! Dime que enfrentaremos a todos por nuestro amor, tomarás mi mano y juntos lucharemos por estar juntos. Este amor es fuerte lo sé, podrá con todo, de mi parte nunca te soltaré, quiero estar contigo. 

Pasó saliva, me miró…  me miró… sus ojos se nublaron, se oscurecieron y todo por mi maldita costumbre de quedarme en silencio. Una lágrima se escapó  de sus bellos ojos y murió en sus dulces labios.

Traté de mover mis labios para hablar, pero ella me calló con sus labios, sus dulces labios. Me besó con tanta dulzura, en pocas palabras me devoró la boca, su lengua buscó la mía, otra vez una explosión de sensaciones estallaron en mi pecho.

Tomé su cara entre mis manos y la besé con suma ternura. La adoré, la amaba, veneraba su boca, con los ojos cerrados nuestros labios se acoplaron perfectamente, jadeó en mis labios. 

—Te amo Esteban. 

Succioné su labio inferior con delicadeza y solté en ellos.

—Te amo mi niña bonita. 

Se alejó solo lo suficiente para retomar el aire que nos faltaba, su respiración agitada chocaba con la mía. Sentí  su mirada tan profunda, me anticipé a lo que quería preguntar, sabía que quería una respuesta y yo no sabía si podía dársela. Salí de mi trance cuando la escuché hablar. 

—¿Qué me dices?—murmuró, mantuvo mi cabeza en sus manos para que no dejara de mirarla— ¿Enfrentamos esto que sentimos? 

Su pecho subía y bajaba, su respiración acelerada, sentí sus manos temblar y si lo hacían no era por miedo a enfrentar nuestros sentimientos, lo hacía porque tenía miedo a mi respuesta.  Coloqué mis manos a ambos lados de su cara, todo se volvió oscuro, pasé saliva y  sentí un nudo en el estómago, dolía hasta respirar. 

—No puedo —logré decir. 

En ese momento el silencio era casi sepulcral, podía escuchar los latidos de su corazón y podía ver como se cristalizaron sus ojos, pero la verdad era otra, esas palabras sonaron como una maldita bomba, retumbando en sus oídos aturdiéndola, dejándola en shock. Dejó caer sus manos, se incorporó y retrocedió dos pasos. Me incorporé, traté de acercarme, pero ella levantó una mano, eso era una señal clara para mí, no quería que me acercara. 

—¡Perdóname! —musité.

Me miró fijamente y sentí que traspasaba mi alma. 

—Aún estoy dispuesta a escaparme contigo. Vámonos juntos, en unos meses seré mayor de edad, vámonos lejos de todo y empezamos desde cero, pero juntos, no me importa nada, solo quiero estar contigo. 

Empezó a llorar, sentía impotencia, quería abrazarla, pero parecía que mi cuerpo se había quedado pegado al piso. Un gruñido cortó sus palabras 

»¡Ah! —gruñó—. ¡Ahh! 

Se pasó las manos por el pelo e hizo varias respiraciones profundas. 

»¿No quieres irte conmigo? ¿No quieres enfrentarlos? —susurró. 

Sostenía su pecho con fuerza como si le estuviera doliendo, ¡me moría! Una muerte lenta, agonizante y demasiado dolorosa. ¡Era una maldita basura! Mi niña estaba llorando y era mi culpa. 

—No es eso. 

—¿Entonces  qué es?—Exclamó subiendo el tono. 

—El maldito problema soy yo, te amo con todas las fuerzas de mi alma, siento que sin ti la vida no tiene sentido pero… 

Me interrumpió. 

—¡Siempre hay un maldito pero! —enarcó una ceja—, ¡Eres un maldito cobarde! 

Me gritó y sus palabras me destrozaron, pero eran tan reales. Giró sobre su eje y salió corriendo, no le importó la oscuridad, traté de alcanzarla. 

—¡Sandra! 

Seguía caminando a grandes zancadas, traté de alcanzarla, pero me detuve, lo mejor era dejarla sola. No quería lastimarla más, estaba molesta conmigo y era entendible, me lo merecía. Ella tenía toda la razón, era un maldito cobarde lleno de miedos, ella no merecía a alguien como yo, pero cómo hacía si eso era más grande que yo. Nadie me enseñó cómo enfrentar un sentimiento tan aterrador. 

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                Narra Sandra.

Ver como Esteban se quebraba me dolía en el alma, verlo llorar como un niño que tenía miedo y buscaba sentirse protegido me mataba, ver derrumbado al amor de tu vida dolía. Lloró con amargura, al verlo en ese estado también me derrumbé y lloré lágrimas amargas que dolían.

No quería ser fuerte, solo quería llorar hasta quedarme sin lágrimas para que dejara de doler. En esta vida nadie te enseña a hacer fuerte, te toca aprender a los golpes. Lo que sentíamos era resultado de un amor que estaba prohibido, pero en el corazón no se mandaba y si pudiéramos elegir a quién amar, tal vez nunca sufriríamos. 




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