EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.
Capítulo 39
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Narra Esteban
Llegué a la casa, Natalia, Carola y Sebastián al parecer estaban jugando en la habitación de ella, ni se percataron que había llegado. Entré directo a mi habitación y le puse el seguro, me deslicé por la puerta abrazando mis rodillas. Lloré amargamente, apretando los dientes con fuerza para ahogar los gritos, las lágrimas y el dolor que me estaban matando.
¿Quién no ha sentido miedo en la vida? El miedo es un sentimiento abrumador que te domina cada uno de tus sentidos, si no enfrentas tus miedos, nunca podrás salir adelante. Yo no era capaz de enfrentar ese sentimiento que me paralizaba, toda mi vida había vivido con miedo desde que tenía memoria
Tenía miedo de hacer las cosas mal, decepcionar a mis padres, de no poder ser lo que ellos querían. Tenía miedo al rechazo de los demás, a los señalamientos. Tenía miedo y ese sentimiento era más fuerte que yo.
Ni cuenta me di cuando me dormí. Me dolía la cabeza, me pesaban los ojos, nadie te enseña a ser fuerte, ni te explica como superar un amor, mucho menos a elegir a quién querer. Todo sería más fácil si pudiéramos elegir, pero la vida no era color de rosa, era cruel y despiadada. Tal vez ese era el precio que debía pagar por poner los ojos en quien no debía.
Cuando me levanté me pesaba todo el cuerpo, pero ese dolor no era tan intenso como el que sentía en mi corazón. Tenía los ojos hinchados y rojos, ¿cómo iba a explicar eso?
Salí al jardín y me senté bajó la sombra de un árbol. Lo bueno era que mis tíos no estaban, se habían ido temprano para el pueblo. Natalia se acercó con una sonrisa y con la intriga de saber qué pasó la noche anterior. Por la expresión de mi rostro entendió que las cosas no salieron nada bien. Le platiqué un poco lo que pasó, como era de esperarse recibí un sermón de su parte. Me dijo que no dejara las cosas inconclusas, que teníamos que cerrar ese tema para continuar juntos o por caminos separados.
Bajamos a pescar, aproveché para verla. Entré a la casa, estaba acostada, me miró por unos segundos y luego se cubrió el rostro. Sus ojos bellos estaban hinchados y rojos, me dolía porque era mi culpa. Aparte de la nube de tristeza que había borrado su brillo.
Cuando me pidió que la abrazara sentí que todo se detuvo para nosotros en ese momento, la abracé con fuerza y le besé el pelo. Deslizó su mano por mi espalda aferrándose a mí, ese roce me electrizaba cada parte de mi piel. Pasé saliva para deshacer el nudo que se formaba en mi pecho y contener las lágrimas. Quería detener el tiempo para tenerla así por siempre, se alejó lo suficiente para mirarme, me dedicó una hermosa y triste sonrisa.
Le acaricié la nariz con la punta de la mía, su aliento caliente cobijó mis labios, le sujeté la barbilla y levanté su cabeza para que me mirara. Sus ojos hermosos estaban tristes, me pasó la mano por el pelo enredando sus dedos en él.
—Te amo —musitó—, eso nadie lo cambiará.
—Yo…
Puso su dedo índice en mis labios para que no hablara, sus labios rozaron la comisura de mi boca, todo se movió bajó mis pies.
—Sé que me amas, pero tienes miedo y eso es lo que te impide estar conmigo.
Me besó suavemente la comisura de la boca.
»Tienes miedo y yo no puedo luchar contra eso, el único que puede vencerlo eres tú. Yo pensé que el amor lo podía todo, pero veo que no, el amor nunca irá de la mano con el miedo.
Deslizó sus manos por mis brazos, se me aceleró la respiración.
:—Si tú no enfrentas tus miedos, yo tengo la batalla perdida —empezó a recorrerme la mandíbula con los labios acercándose a la comisura de mi boca—, no me queda más remedio que aceptar las cosas como son. No podemos ir en contra del destino y créeme que me ha costado mucho trabajo entenderlo.
Retrocedió dos pasos, pasó saliva y tomó una bocanada de aire, una lágrima cayó al piso.
—Te deseo toda la felicidad que mereces. Hoy te suelto, es hora de sanar y seguir.
Mi corazón se rompió en mil pedazos, me retumbaba en la cabeza, era como una bomba que me aturdía.
»Nosotros no nacimos para estar juntos. Y si decides cambiar de opinión sabes dónde buscarme, una sola palabra tuya me basta para mover incluso montañas por ti.
Dolía…
Dolía…
Dolía...
Traté de respirar, pero era como si me hubieran dado una patada en el estómago y no pudiera.
—¡Tengo miedo! —susurré en un pequeño hilo de voz.
Me tomó de la mano y me traspasó el alma.
—Lo sé mi vida. Lo sé, te entiendo. Sé que enfrentar el miedo no es fácil, lastimosamente solo tú podrías luchar contra tus peores demonios.
Le sujeté la cara entre las manos y descargué mi frente sobre la suya.
—¡Perdón, perdón! Un hombre como yo no merece una mujer como tú, tan decidida y arriesgada. Yo siempre he tenido miedo al rechazo y ser señalado por los demás. Tengo miedo a romper las reglas y soy incapaz de…
Me calló cuando puso sus labios sobre los míos, su contacto era tan suave, mágico. Me envolvió en sus brazos, la cogí por la cintura acercandola hacia mí, la necesitaba. Nuestros labios se acoplaron perfectamente, hundí los dedos en su pelo y tiré de su cabeza hacia atrás para poder meterle la lengua más hasta el fondo. Su lengua empezó una lucha con la mía donde no habían perdedores.
Me devoró y le devoré la boca, eso era porque ambos lo sabíamos, ese era el final de una historia que nunca empezó. Entrelazó su mano con la mía con fuerza, mi respiración se cortó, la suya igual. La ansiedad se expandía con agonizante lentitud por mi pecho y me recorría el cuerpo de la cabeza a los pies haciendo que todo se sacudiera.
—Me conformo con los pocos momentos que fueron nuestros —jadeó en mis labios—. No sigamos forzando lo imposible, ya entendí que tu miedo no te deja estar conmigo.
Editado: 06.09.2023