EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.
Capitulo 40
Narra Esteban
Salí a montar en bicicleta con Sebastián, él decía que algún día seguiría mis pasos, honor que me hacía. Regresamos a la casa a la hora del almuerzo, Natalia estaba algo maliciosa, esperaba que no tramara nada. Nos sentamos a descansar en el jardín disfrutando de un rico jugo de guanábana bien frío para ese calor que hacía.
Luego pasamos a la mesa solo nosotros, al parecer Sandra y Carola no iban a subir a almorzar. Todo quedó delicioso, me iba a ir con unos kilos de más. El almuerzo lo preparó Natalia, era un rico patacón con pescado y una ensalada de lechuga. Luego del almuerzo nos tendimos en el piso, el calor era sofocante. Me quedé con la mirada perdida, al día siguiente Sandra regresaba a su casa, esa era la despedida y sentía que era un adiós definitivo. Sentía una nostalgia que empezaba a recorrer todo mi cuerpo.
—Estás muy callado —escuché.
—Estoy descansando.
Soltó una risita.
—No me digas, por eso tienes esa cara.
Giré la cabeza para mirarla.
—Siempre he tenido esta cara.
Cerré los ojos.
—¿Es por ella, verdad? —indagó.
Asentí.
—Tú lo decidiste así.
La miré, ella solo entornó sus ojos. Tenía toda la razón, todo eso era mi culpa, por ser un cobarde. No quería hablar más de ese tema en ese momento, se lo dije y ella lo entendió. Me levanté, busqué algo para ponerme y fui directo a la ducha, necesitaba una ducha de agua fría para sacar tantas cosas que tenía en la cabeza.
Dejé caer toda mi ropa al piso, moví la cortina y giré la llave. Dejé que el agua me cubriera, unas lágrimas se mezclaron con las gotas que caían sobre mi rostro, las lágrimas eran palabras que solo el corazón sabía expresar.
Me quedé ahí varios minutos, el agua era refrescante, me aliviaba. Me puse una camisa negra y una bermuda café.
Salí del baño y en ese momento llegaron ellas, levanté la mirada al verla, pasé saliva, me quedé sin aliento. Llevaba un vestido azul ajustado, resaltando su hermosa silueta, se veía hermosa, sus caderas se veían tan… Moví la cabeza tratando de calmar mis malditas hormonas, traía su cabello suelto, ella era una diosa. Me saludó con una sonrisa y yo seguía como embobado mirándola, le dediqué una sonrisa. Entraron a la casa, Sandra caminó hacia mí, se me aceleró la respiración y aunque acababa de ducharme tenía mucho calor.
—Hola.
Su voz tan dulce era como una melodía.
—Hola —no podía dejar de mirarla—, estás muy hermosa, bueno mucho más.
Sonrió, amaba cuando lo hacía, me llenaba el alma.
—Gracias.
Pasó rozándome, su brazo tocó el mío, inhalé percibiendo su delicioso aroma y mi cuerpo cobró vida de golpe. ¡Rayos! No entendía qué me pasaba, me doblé sobre mí mismo tratando de disimular, no entendía qué pasaba conmigo, ella sonrió con dulzura.
—¿Estás bien? —inquirió.
Se quedó mirándome fijamente, «no, no estoy bien, quisiera arrancarle ese vestido y hacerla mía» moví la cabeza tratando de sacar esos sucios pensamientos .
—Tengo calor —respiré profundo.
—Eso que tú estás acostumbrado al calor —sonrió.
Metió la mano en el tanque del agua, se acercó y me la pasó por el cuello. ¡Rayos, rayos! Todo me daba vueltas, me estremecía, pasé saliva, eso nunca antes me había pasado. ¡Malditas hormonas! Me incorporé y traté de disimular, pero sentía que me quemaba.
—No seas flojo —empezó a tirarme gotas de agua con sus dedos.
Me moví de repente agarrándola y girando a su alrededor, metí la mano al agua e hice exactamente lo que ella hizo, se estremeció, toda su piel se enchinó.
—¿Tienes frío? —pregunté.
Aleteó las pestañas, me dedicó una tímida sonrisa, sus mejillas cambiaron de color, ese rojo se le veia hermoso, retrocedió dos pasos.
—Está fría y ya me bañé.
Dijo con una sonrisa, se alejó y yo me quedé como un idiota mirándola. ¡Necesitaba hielo! Las chicas decidieron ver una película, eligieron «El despertar de los muertos». Según Sandra esas no le daban tanto miedo, además aún era de día.
Acomodamos los cojines en el piso para sentarnos, me senté en una de las esquinas. Natalia estaba junto a mí, Carola estaba junto a Sebastián, Sandra cogió uno de los cojines, imaginé que buscaría en donde sentarse y cuando menos lo pensé me miró con una sonrisa y dijo «permiso» la miré confundido. Me removí porque imaginé que se sentaría a mi lado, pero no lo hizo se acomodó en medio de mis piernas. Mi cara era un poema en ese momento, puso primero el cojín y luego se sentó recargando el peso de su cuerpo en mi pecho.
Me faltaba el aire…
La respiración se me cortaba…
El corazón se me quería salir…
Ladeó la cabeza para mirarme, sonrió;
—¿Estás incómodo? Si quieres me levanto —preguntó.
La tomé por la cintura, pasé saliva tratando de pensar en los malditos zombies de la televisión.
—Estoy bien —Murmuré.
Tomó mis manos y se acomodó. Sonrió.
—Así no me da miedo.
Traté de mirar solo la pantalla del televisor y no pensar en nada. Su aroma me volvía loco, despertaba en mí tantas cosas, menos mal un cojín nos separaba. Cada que ella pegaba su cuerpo al mío mi cuerpo cobraba vida propia, traté de liberar la tensión, hice varias respiraciones profundas.
La rodeé con mis brazos, cuando la toqué sentí esa corriente que me recorría el cuerpo entero, me encendía. Liberé la tensión de mis hombros y disfruté del momento, el último momento donde la tendría así.
Traté de mantener la cordura y la cabeza en su lugar, pero cada que ella se pegaba a mí y hundía su cara en mi cuello me desestabilizaba. Ella cerró los ojos por miedo y yo los cerré porque necesitaba imaginar que era un zombie el que estaba en medio de mis piernas. Pensé;
Fuera malos pensamientos…
Es un zombie…
¡Maldición!
¡Rayos!
Tenía una maldita erección, solo esperaba que ella no lo notara. Había cosas que no podía controlar, como por ejemplo mi amigo que no pensaba con cabeza fría. Ella se reacomodó, me mandó una descarga directa a mi erección creciente. Ladeó la cabeza para mirarme, sostenía la mirada y sonreí. Ella se ruborizó y volvió a mirar la pantalla, tal vez se dio cuenta de lo que provocaba en mí.
Editado: 06.09.2023