El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 42

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.

Capítulo 42


Este capítulo será narrado por ambos desde sus diferentes puntos de vista y sensaciones. Puede que sea algo repetitivo, pero quería que cada uno narrara lo que sentía en el momento.


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Su beso electrizaba cada parte de mi cuerpo y hacía más fuerte mi erección, mordió mi labio inferior

—Yo quiero todo de ti. Enséñame a soñar, enséñame cosas nuevas como siempre lo hiciste —respiró profundo, su aliento caliente me quemaba los labios—, enséñame una última cosa antes de que me vaya.

 

Me incorporé, busqué mi bermuda y saqué  un paquete plateado de mi bolsillo. Ella se quedó mirándome muy atenta, deslicé un condón por mi miembro. Gateé sobre la cama, separé sus piernas con mis rodillas y quedé suspendido por encima de ella.

 


Quería disfrutar ese momento donde iba a disfrutar de su hermoso cuerpo, de mi hermosa niña, la princesa de mis sueños. Sus ojos nublados se encontraron con los míos, juntos iríamos al paraíso aunque después el infierno nos esperaba. Coloqué  la punta de mi miembro erecto delante de su sexo, estaba tan húmeda, su espalda se arqueó al sentir mi contacto. Empecé a penetrarla suavemente y un grito se escapó de su boca.

—¡Aaay!

—¿Dime si quieres que me detenga? —susurré con la voz ronca.

Le dije temiendo lastimarla. Sonrió malvadamente, esa nueva faceta me gustaba, ya no estaba tan nerviosa.

—Dudo mucho que quiera eso —murmuró.

Poco a poco, lentamente iba hundiéndome en ella, ¡rayos! Que placer estar dentro de ella, estaba tan apretada... Era tan perfecto... Seguía hundiéndome lentamente, me costaba respirar. Estaba muy cerrada y esa era la mejor sensación que había sentido en mi vida.

 


Se agarró de mis brazos, retrocedí con lentitud, cerró los ojos y gimió. Volví a penetrarla, gritó por segunda vez, sentí como algo se rompía. No podía explicar con palabras lo que sentía, era la sensación más maravillosa que había sentido en toda mi vida. Ningún triunfo, ningún premio, nunca me llenó de tanta felicidad como la que sentía en ese momento. Se convirtió en mujer en mis brazos, me detuve esperando que su cuerpo se acomodara con la nueva sensación.

 

Besé sus labios y su respiración acelerada me encantaba. Sentí como poco a poco su cuerpo lo aceptaba. Sentía su calor, su humedad, me moví lentamente, pero esa vez no me detuve, quería que su cuerpo se acoplara. Aún seguía tan apretada, eso me excitaba, me encantaba, me volvía loco.

 


Todo eso era nuevo para mí, la satisfacción de ser el dueño de su primera vez. Arqueó la pelvis para recibirme, estaba más relajada, echó la cabeza hacia atrás, su barbilla estaba en el aire, me sujetó con fuerza clavando sus uñas por la parte posterior de mis brazos y jadeó. ¡Que sonido tan maravilloso! La melodía más perfecta que había escuchado.

 

 

Le agarré la cabeza con las manos para que me mirara y no se moviera, salí de ella y luego la penetré de nuevo. ¡Eso era como tocar el cielo con las manos! Hundió sus dedos en mi pelo y tiró de él y yo me moví lentamente sintiendo su estrechez, su calidez alrededor de mí, mientras disfrutaba hasta el último maldito centímetro de su cuerpo. Tenía la mirada nublada y la boca abierta mientras jadeaba por debajo de mí.

—Te amo —susurró mientras una lágrima rodó por su mejilla.

—Te amo...

Mi boca se encontró con la suya, una lágrima se escapó de mis ojos. Ambos sentíamos lo mismo, un amor tan puro y transparente que se consumó, por fin después de tanto tiempo, éramos uno solo. La besé con intensidad, reclamé sus labios y los quería hasta saciar mis ansias. Empecé a moverme de verdad arremetiendo contra ella y empujando, dentro y fuera, una... dos... tres... cuatro... cinco... diez, quince, cada vez más intenso, a un ritmo constante. Me sumergí en ella una y otra vez, sus gemidos se hacían más presente. Su respiración acelerada, mi respiración, sus ojos se encontraron con los míos, disfruté de cada detalle, solo eramos ella y yo unidos en uno solo.

 

En ese momento el tiempo se detuvo, sus jadeos, sus ojos nublados por el placer, estaba memorizando cada detalle. Gimió en voz alta, estaba a punto de llegar al clímax, me sentía pleno y la felicidad se expandía por mi pecho. Esa felicidad me recorría el cuerpo, no me cabía en el pecho, yo la hice mujer y yo disfrutaría su primer orgasmo. Se le tensaron las piernas, estaba a punto y yo también.

 

—Vamos princesa, dámelo.

 

Susurré con los dientes apretados ella gritó, rodeándome tensándose y hundiéndome más en ella. Un gruñido que salió de lo más profundo de mi garganta se hizo presente cuando terminé, vertí mi vida y mi alma en su interior. Me derrumbé encima de ella y la aplasté contra el colchón, hundí la cara en su cuello e inhalé su delicioso aroma.

 

Su respiración era agitada, estaba bañada en sudor y su corazón latía más rápido que nunca. Cuando recuperé el aliento me incorporé, salí de su cuerpo. Nuestras miradas se encontraron y podía decir que ese momento era más que perfecto, solos los dos, consumamos nuestro amor. Ella era mi paraíso, lo mejor del mundo.

 

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                Narra Sandra.

Todo salió como lo planeamos, él aceptó acompañarme. Cuando le pedí que se quedara pensé que se negaría, me miró confundido y me preguntó si estaba segura. No lo dude nunca; deseaba estar en sus brazos y amarlo por toda la eternidad, aunque eso era imposible. Al menos quería amarlo toda una noche.

 

 

Sus besos eran cálidos y profundos, sentía el calor y la humedad en mi interior, todo eso era nuevo para mí, nunca antes lo sentí. Deseaba finalmente realizar lo que tanto soñé, consumar nuestro amor, hacer el amor toda la noche. Sí, estaba segura que lo amaba y estaba lista para dar el siguiente paso; dejaría que fuera él quien me hiciera mujer, el que me quitase la virginidad. Sabía que nunca me  iba a arrepentir porque era el amor de mi vida.




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