El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 43

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO 

Capítulo 43

Sentí sus dedos acariciar mi cabello,  me miró con tanta devoción que hacía que se me arrugara el corazón. Quería  abrazarlo y llorar, pero no quería dañar ese momento, la mejor noche de mi vida, la más especial de todas. Mi primera vez y fue mejor de lo que imaginé, que mejor que en los brazos del hombre que más amaba. 

Tenía una mezcla de alegría, satisfacción y nostalgia, sabía que una noche así no volvería a repetirse. Sus labios no me besarían más, sus caricias ya no serían mías y no sabía cómo  iba a vivir con eso.

 Ahora que estuve en sus brazos no sabía cómo rayos podía vivir sin él. Una lágrima se escapó de mis ojos, él  la limpió con su dedo pulgar y me miró confundido. 

—¿Te lastimé? 

Negué. No me salían las palabras, sentía un nudo tan grande entre el pecho y el estómago que no podía ni respirar.

 

»¿Te arrepientes de lo que pasó? —inquirió preocupado. 

Elevó una ceja, su gesto se descompuso, parecía confundido. Volví a negar y solo logré decirle; 

—¡Abrázame por favor! 

Sus ojos se cristalizaron, me acurruqué entre sus brazos, recargué la cabeza en su pecho y podía escuchar su corazón.

 Había dicho  que no iba a llorar, pero no pude. Era como si de repente el sol estuviese en todo su esplendor y de pronto  una nube se cruzara desatando una tormenta y todo se volviera oscuro y muy frío, así me sentía yo.

Después del sol venía la oscuridad que me atrapaba, me sentía perdida y la única luz en ese momento era él. Lo abracé con fuerza y lloré liberando la tormenta que cubría mi alma. Él colocó sus brazos alrededor de mi cuerpo y se aferró a mí. No tenía que hablarle solo lo miré y dejé que mis ojos dijeran todo. Me acunó como una niña pequeña y el sentimiento era más  abrumador, sentía la oscuridad atormentarme. Quería gritarle; 

«Por favor no te vayas, quédate conmigo para siempre» 

Pero no podía, no podía porque se suponía que lo soltaría y dejaría que el destino siguiera su camino. Pero es que… dolía en el alma. Me estaba muriendo… 

—No llores amor de mi vida, princesa de mis sueños… 

Su voz se cortó, pasó  saliva, su pulso era acelerado. Levanté la cabeza para mirarlo y estaba llorando. Sus ojos los cubría una nube negra de dolor, tristeza, frustración y miedo. Lo abracé con fuerza, me dolía verlo sufrir, no me gustaba verlo así, yo sabía  que ese miedo lo dominaba. 

Inhalé y exhalé tratando de respirar con normalidad, pero… ¿cómo respiras con una daga clavada en el pecho, justo en el corazón? Eso sentía yo en este momento. Empecé a reírme y a llorar, todo al tiempo, él se quedó mirándome desconcertado.

 Tal vez pensaba que había perdido la razón, pasé saliva para deshacer el nudo que no dejaba que salieran mis palabras y lo miré fijamente. En ese momento no me importaba nada, ni siquiera que estábamos desnudos. Le coloqué las manos a ambos lados de la cara.  

—¡Mi amor, mi amor! Gracias por esta noche —respiré profundo y pasé saliva, dejé que mis lágrimas siguieran su recorrido—, nuestro amor se ha consumado. Fui mujer en tus brazos y esa dicha no me la quita nadie… 

Sonreí y lloré. Me miró fijamente tratando de contener sus lágrimas, pero no podía, simplemente salían solas. 

—Gracias a ti —inhaló—, por dejar que te enseñara tantas cosas. Por descubrir esas cosas junto a mí, el honor fue mío al ver como mi niña curiosa descubre el mundo. 

Soltó una risita y automáticamente se quebró, estaba igual que yo. Lo rodeé con mis brazos y lo abracé con fuerza, sentí su nariz en mi cabello inhalando mi aroma. Se me cortaba y se me aceleraba la respiración todo al mismo tiempo. 

—Mi primera vez no fue como lo soñé. 

Deberían ver su cara, abrió los ojos como platos, solté una carcajada y él solo me miró fijamente tratando de entender; 

»Fue mucho mejor de lo que idealicé, puedo asegurarte que este día jamás lo olvidaré. Has dejado huellas imborrables en mi piel, mi alma y mi corazón. Te amo mucho, gracias por llegar a mi vida y por enseñarme un mundo diferente. Gracias por el tiempo que compartimos fue el mejor, aunque no podamos estar juntos me siento feliz de todo lo que aprendí a tu lado… 

Entonces fue él quien empezó a llorar, podía sentir su corazón, pero esa vez latía tan rápido por el dolor y la tristeza.

 Me abrazó  con tanta fuerza que podía sentir su dolor mucho más intenso que el mío, porque el suyo estaba acompañado de miedo. 

—¡Mi-mi niña…! 

Puse mis labios sobre los suyos impidiendo que dijera algo.

—No digas nada más mi amor —sonrió con tristeza—, tú me enseñaste a soñar y te lo agradezco. Pero sé que tarde o temprano tenemos que despertar. No podemos dormir eternamente y este sueño hermoso que vivimos se acabó. Es hora de regresar a la realidad, yo ya lo entendí. 

—Tú eres un ángel, mi ángel y si fuiste un sueño déjame decirte que eres el más hermoso que he tenido en mi vida. 

—No pensemos en nada, solo bésame mucho, mucho, hasta que me duelan los labios. Quiero que esta noche, nuestra noche sea inolvidable para ambos. 

Unimos nuestros labios en un beso apasionado, pero esa  vez era diferente. Ese beso estaba lleno de tanto amor y una oscuridad que se aproximaba, ese beso sabía a despedida, estaba segura lo sentía en mi corazón.  

Recordé que seguía desnuda y me sonrojé, no pude evitarlo. Él me miró fijamente de pies a cabezas y yo hice lo mismo sin ningún pudor. Quería mirarlo una y muchas veces para poder recordarlo. Me besó, lo besé, nos besamos, una y muchas veces, unos cortos, otros simples, unos apasionados, otros dulces. Nos besamos tratando de saciar las ansias, pero era imposible, era como una adicción.

Sonreí  malvadamente con las mejillas ruborizadas por las cosas que se pasaban por mi cabeza y es que aún quería aprender algo y sabía que él me lo enseñaría. 

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              Narra Esteban.




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