El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Final alternativo

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.

 


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             ...Final alternativo…

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A pedido de muchos lectores y con autorización del mismo Esteban hice un final alternativo, para imaginar cómo hubiese sido todo si él hubiera enfrentado el mundo. Quiero aclararles algo esto no va a cambiar el final de la historia, solo quería mostrarles cómo hubiera sido un final diferente, a pedido de los que así lo soñaban. Está en ustedes si lo leen o no. 

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Salí de la habitación, el dolor que sentía en ese momento era demasiado grande. Lo peor era que no existía una medicina que pudiera aliviar tanto dolor. Solo el tiempo podría y ni así podría dejar de sentir. Inhalé y exhalé tratando de respirar con normalidad. A todo lugar que miraba me parecía verla, cerré los ojos y la veía claramente. Aunque el sol brillaba en todo su esplendor para mí todo era oscuridad, una niebla espesa que me cubría y me congelaba la sangre. 

 

 

 

 


—¡Aaaaaaaaah! 

 


Un grito me quemaba  la garganta, me había caído muchas veces en la vida, pero esa vez no sabía cómo levantarme. Escuché unos pasos, levanté la mirada, era Natalia. Alcanzarán a imaginar mi expresión, ella me miró con tristeza, me abrazó. En ese momento lo necesitaba más que nunca. 

 

 

 

 


—¿Dejarás las cosas así? 

 


No podía hablar, solo la miré fijamente y dejé que mis lágrimas siguieran su camino. Para ella era desconcertante verme así, ya que nunca antes había llorado delante de ella. 

 

 

 

 


—Las cosas pueden cambiar —respiró  profundo—, ella estaba peor que tú cuando se fue. Esteban, tú tienes la solución en tus manos y lo sabes. Si la pierdes es por idiota.   

 

 

 

 


El dolor era más intenso, una patada en las pelotas no era nada comparado con lo que yo sentía. 

 

 

 

—¿A qué horas se fue? —pregunté casi sin aliento. 

 


—Apenas amaneció, estaba muy triste, aunque hacía un gran esfuerzo por no demostrarlo. 

 


Me pasé la mano por el pelo e hice varias respiraciones profundas tratando de despejar mi mente. 

 


—¿Qué piensas hacer? —interrogó con curiosidad. 

 

 

 

—Nada. 

 

 

 

Abrió sus ojos, resopló y me miró. 

 


—¿En serio? 

 

 

 

—No puedo. 

 


—Eres un cobarde y si la pierdes es por pendejo, idiota y estúpido. La pierdes porque quieres, me duele verte sufrir, pero tú mismo lo ocasionas por tonto. 

 

 

 

 


Sus palabras eran  crueles, pero reales, ella siempre me decía las cosas como eran sin maquillar nada. Eso es una verdadera amistad, que sea capaz de decirte a la cara lo que nadie más puede, eso que uno no quiere escuchar. 

 

 

 

 


—Tienes la oportunidad en tus manos y la dejarás ir, no puedo creerlo. Te faltan huevos para luchar por ella, creo que Sandra tiene demasiado ovarios, ya que ella sí estaba dispuesta a todo por ti.   

 


Frunció el ceño. 

 

 

 

 


»No entiendo tu forma de amarla. ¡Eres tan estúpido!  

 

 

 

 


—¡Aaay! —grité— No entiendes, tengo miedo, ¡maldición! ¿Nunca has sentido miedo en la vida? Pues yo sí, eso no me deja vivir, ¡sí, soy un maldito cobarde, un hijo de puta que no la merece! 

 

 

 

Aleteó las pestañas y me miró. Me doblé sobre mí mismo apoyando las manos en las rodillas, e intenté respirar, me sentía frustrado, era un completo desastre. 

 

 

 

—Perdón, por hablarte así —me incorporé—. Tienes toda la razón, soy todo eso y más, por lo mismo la dejaré ir, yo no la merezco. No merezco su amor, un cobarde no merece una princesa. 

 


Me rodeó con los brazos con fuerza, lloré como cuando era un niño y tenía miedo. 

 


—Entonces será lo mejor, si tú no logras vencer tus miedos, nadie lo hará por ti. Lo mejor es que sigan por caminos separados para que no se sigan lastimando más. 

 

 

 

Ella tenía toda la razón, era mejor cortar de una vez con esto y no lastimarnos más. Me desahogué, le dije todo lo que sentía y ella como mi mejor amiga se quedó ahí escuchando con mucha atención.  Pero es que, sentía que no podía vivir sin ella, la tenía clavada en medio del  pecho.

 


Subí a la casa y me cambié de ropa mientras Natalia  
me miraba con un gesto de sorpresa, busqué mi billetera y mi bicicleta.

 


—¡Esteban! ¿A dónde vas?

 


—Necesito mi corazón.

 


Se quedó mirándome con la boca abierta como si no entendiera nada.

 


—¿Estás bien? —inquirió con un gesto preocupado.

 


—No. Pero lo estaré o quizás peor.

 


Abrió sus ojos como platos y yo me subí en mi bicicleta, esa vez dejándome guiar por el corazón. Tenía una idea de dónde podía volver a respirar con tranquilidad. 

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Narra Esteban

 

 

 

Subí hasta el pueblito donde supuse que estaría ya que esa noche me dijo que compraría la píldora del día después. Tenía la esperanza de que siguiera ahí. Caminé por las dos calles que tenía el pueblito mirando a todos lados. Cuando levanté la mirada hasta el pequeño parque, justo en una banquita estaba ella, lo sabía porque Carola la estaba abrazando.

Dejé la bicicleta y caminé lentamente, sentí mi corazón latir fuerte como un tambor. Las manos y las piernas me temblaban, tenía miedo, mucho miedo, pero no sabía cómo vivir sin ella. Ellas  no se percataron  de mi presencia.




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