El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 41

El QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO. 

Capitulo 41

—¿Estás segura? —pregunté confundido.

Asintió con una bella sonrisa… 

—Solo serán unas horas más, minutos o lo que tú quieras —sentí sus labios en mi barbilla—, quiero tenerte conmigo unos minutos más, estos serán los últimos. 

—¿Y tu cabeza? —Indagué.

Retrocedió dos pasos y entró al corredor de la casa. 

—La tengo pegada del cuerpo. 

Soltó una carcajada. Me quedé mirándola, sentí escalofríos solo con verla reír. 

—¿Quiere decir que no te duele? —volví a indagar.

Recargó su cuerpo en la pared y respiró profundo. 

—No, todo fue una disculpa para estar a solas contigo. 

Ladeé la cabeza para mirarla, sonrió, me acerqué lentamente con una sonrisa malvada que la puso nerviosa. Le coloqué las manos a ambos lados de la cara y susurré en sus labios. 

—¿Por qué quieres estar sola conmigo? 

Todo su cuerpo se tensó y sus mejillas cambiaron de color. Su aliento era tan caliente que me quemaba, su respiración agitada  hacía que su pecho subiera y bajara rápidamente. 

—Porque sé que después de hoy no habrá un mañana para nosotros. 

Acaricié su pelo, inhalé fuertemente su aroma dejando que me llenara, acaricié sus labios con suma ternura. Ella respondió suavemente, separó sus labios dándole entrada a mi lengua que recorría cada parte de su boca. Chocaba con la suya en un beso que se intensificaba, un beso que sentía en todo el cuerpo. Retrocedió lentamente entrando a la habitación sin dejar de besar mis labios. Sentía la presión de su cuerpo, sus pechos estaban fuertemente apretados. Cerré la puerta, la cogí por la cintura, la acerqué hacia mí y la besé con intensidad. 

Mi cuerpo empezó a responder cada vez que su lengua chocaba con la mía, una erección empezó a crecer, esas cosas no las podía controlar. Sandra jadeó cuando la pegué a mí, sabía que sentía mi erección fuerte y tirante contra ella, se alejó solo unos centímetros para recobrar el aliento. Me miró con sus profundidades miel, estaba temblando,  sentía como su cuerpo vibraba con mi cercanía, estaba nerviosa y no entendía por qué si no era la primera vez que estaba en esa situación. 

La rodeé con mis brazos reclamando su boca con más intensidad, me encantaba sentir como su cuerpo se tensaba. Le recorrí la nuca con los dedos, enredé su cabello en torno a mi muñeca y tiré  suavemente de él para obligarla a levantar la cara. Me miró fijamente, tenía las mejillas ruborizadas… 

—¿Estás segura? —inquirí. 

Ella entendió perfectamente lo que estaba preguntando. Retrocedió hasta la cabecera de la cama donde había una mesa con una pequeña lámpara de luz roja. Apagó la luz y encendió la lámpara, la habitación quedó con la iluminación perfecta. 

Se me acercó lentamente, se inclinó y me besó suavemente. Me chupó el labio inferior, un escalofrío recorrió mi piel enviando una descarga directa a mi erección, gruñí y ella sonrió tímidamente. La deseaba con todas las fuerzas de mi alma, moría por sentirla, ese deseo se salía de mis manos, no podía controlarlo. Traté de pensar con la razón, pero mi excitación me obligaba a seguir. 

—Eres hermosa. 

Sentí que me ardía la sangre, tiré de su labio superior cuidadosamente. Gimió y yo sonreí. Me alejé lo suficiente para mirarla.  El corazón se me disparó y la sangre me bombeaba todo el cuerpo, el deseo me invadía. La miré, sus pupilas dilatadas y sus mejillas sonrojadas por el deseo, se mordió el labio inferior  ya no podía aguantar más. La agarré por las caderas y la empujé contra mi erección creciente. Me rodeó el cuello con los brazos estaba temblando y no lo entendía, sus manos estaban en mi pelo y me tiró de él hacia su boca. Murmuré sin despegarme de sus labios; 

—Te deseo. 

Todo su cuerpo se descompuso, se ruborizó aún más, no podía apartar mis ojos de los suyos. Alzó su mano temblorosa y me  pasó suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón. 

—¿Tienes idea lo que quiero hacerte? —pregunté.  

La miré fijamente, pasó saliva y siguió acariciándome la mejilla. La sentí nerviosa más de lo normal, sentía todo su cuerpo tenso, me incliné y la besé, sus labios cálidos se acoplaron a los míos. Besé ligeramente su mandíbula, su barbilla y la comisura de su boca, me aparté un poco y la observé. 

—Tienes una piel preciosa, tan delicada y suave, eres perfecta, quiero besarte centímetro a centímetro. 

Se ruborizó. Metí las dos manos entre sus cabellos y le sujeté la cabeza. La besé con exigencia, su lengua y sus labios persuasivos, gimió y mi lengua se encontró con la suya. La rodeé con mis brazos, la acerqué a mi cuerpo, la apreté muy fuerte, dejé  una de mis manos en su pelo y con la otra le recorrí la columna hasta la cintura y seguí avanzando hasta la curva de su trasero, se estremeció. La empujé suavemente contra mis caderas para que sintiera mi erección. La empujé contra mi cuerpo y ella volvió a gemir sin apartar los labios de mi boca. 

La llevé despacio hacia la cama hasta que la siento detrás de sus rodillas, la solté. 

—Quiero mirarte. 

Sandra clavó en mí sus ojos de pupilas dilatadas y colmadas de deseo, le sujeté la cara entre las manos y vi una lágrima correr por su mejilla. Le sequé la lágrima a besos, me confundía, no entendía que pasaba. Se dio la vuelta para descansar la espalda contra mi pecho y nos quedamos callados en un silencio dorado. Besé su pelo y deslicé mi nariz por él. 

—¿Qué pasa? —Murmuré. 

—Tengo miedo —se giró para mirarme—, no soportaría otro rechazo de tu parte. 

Me miró y sus bellos ojos se cristalizaron. 

—¿Por qué habría de rechazarte? —inquirí. 

Se quedó mirándome fijamente. 

»Ya lo hiciste una vez —pasó saliva—, ¿cuál sería la diferencia? 

Cerró los ojos un instante y contuvo la respiración. 

:—Ya no seré el primero —agregué. 

Me miró fijamente. 

—¿Eso que tiene que ver? —preguntó. 




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