Se necesitan dos personas para que el amor comience a fluir, pero solo requiere que una de esas almas traicione la confianza del otro para que el sentimiento hermoso muera lentamente.
La traición tiene la capacidad de estremecer hasta el corazón más bondadoso, hacer que la esperanza se pierda, y los ánimos de vivir se esfumen. Pocas cosas tienen sentido, y en ese momento comienzas a entender el comportamiento de esas personas que tanto te hicieron daño.
Miles de preguntas ametrallan tu cabeza. ¿Fui yo el culpable que pasara? ¿En verdad me amó? ¿Merezco ser traicionada? ¿Por qué lo hizo cuando todo estaba bien entre nosotros?
La cruda verdad es que no encuentras la respuesta a ninguna de ellas, y es ahí cuando la depresión, la soledad y el desánimo hacen entrada para trabajar la mente, aprovechando la debilidad del corazón y las pocas fuerzas de seguir adelante.
Miles de clavos se hunden una y otra vez en nuestro pecho, y es como si camináramos entre las brasas del fuego. Escondemos nuestras lágrimas detrás de sonrisas, y obviamos el hecho que la vida sigue, pero nosotros nos encargamos de detener nuestra propia existencia. Deseamos la muerte para nosotros, y a veces la del otro ser querido, pero no nos damos cuenta que algún día dejaremos de existir y necesitamos vivir el día a día.
Un corazón roto no es imposible de reparar, pero curar sus cicatrices conlleva un proceso largo y doloroso. Se necesita mucha fuerza de voluntad para seguir adelante, personas que nos sumen y no resten en nuestras vidas, y toda la paciencia del mundo para mirar hacia al frente sin pensar en el pasado, porque al final del camino, no estamos solos, aunque a veces lo creamos así.
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Editado: 09.02.2023