—Brenda —murmura el joven como si no pudiera creer lo que sus ojos ven. Nuestra amiga nos atraviesa y camina hacia él con el rostro asombrado—. ¿Qué haces aquí?
—Eso mismo quisiera preguntar yo —añade nuestra amiga de brazos cruzados a pocos metros de él
—¿Brenda? —pregunta el hombre mayor mientras se acerca con curiosidad—. ¿Ella es tu Brenda?
—¿Qu… qué?¿De qué está hablando, James? —nuestra amiga solo recibe silencio como respuesta—. James, habla de una vez.
—Yo… soy James Kurt, príncipe de Ciudad Crystal —contesta con timidez y nuestros rostros se desencajan por semejante noticia.
«Tiene que ser una broma. Siempre estuvo frente a nuestras narices», pienso estupefacta.
Esto es toda una sorpresa para nosotros. El chico que entrenaba con Brenda en nuestro primer semestre en Mary Weathers terminó enamorado de ella. Bien lo dijo Tommy esa vez: “Ten mucho cuidado con Brenda y sus raíces. Una vez que te atrapa, no te deja ir”
—¿Eres un Nephilim? —Lilith rompe el silencio cernido sobre nosotros y el joven asiente con lentitud.
—Pero… ¿cómo?
—Es algo… complicado, Talia —contesta él acariciando su nuca con nerviosismo.
—¡Brenda! —grito espantada.
—¿Qué ocurre? —pregunta y le señalo con el mentón hacia el brazo dónde tiene su tatuaje.
El terror se apodera de las facciones de su rostro cuando ve lo que está pasando. Las venas de su brazo se han tatuado en la piel en color negro brillante, y cada vez que se entrelazan aparece una pequeña margarita blanca. Brenda grita asustada y mis tímpanos casi revientan por su chillido.
—¡Quítamelo! ¡Quítameloooooo!
—Brenda, relájate —digo intentando calmarla mientras me acerco a ella, pero comienza a hiperventilar. Está en estado de shock. Vamos, que hasta yo estaría igual... o peor—. Brenda, escúchame. —Por más que le llame, sus ojos color café solo indican que su cerebro está casi en paro—. ¡Brenda! —Golpeo su cara con una cachetada y finalmente parpadea colocado su mano en la mejilla.
—¿Me acabas de pegar? —Enarco una ceja y ella suspira—. Gracias.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —pregunta el padre de James con curiosidad.
—Necesitamos una Tanzanita —contesta Javier. La tensión sobre nosotros a penas nos dejaba gesticular palabra.
—No podemos hacer eso —contesta el señor con voz apenada.
—¿Por qué? —preguntamos todos al unísono. Por favor, que no sea otra mala noticia.
—Porque ya no tenemos Tanzanitas —contesta James y el alma me cae a los pies.
—Díganme que ese hombre está de broma —habla Austin angustiado. Había olvidado que él puede escucharnos.
—Al parecer el mundo ha cambiado tanto que no me di cuenta de eso —murmura Isaac al otro lado con pesar.
—Hemos venido hasta aquí… en vano —añade Cameron abatido con la mirada turbada—. Tiene que haber una forma de conseguirla. Lo necesitamos, James. De eso depende que…
—Jamessssss —exclama una pequeña niña entrando a la estancia dando pequeños saltos.
—Hola, hermanita —murmura el aludido con ternura y se agacha hasta la altura de la pequeña con unos 11 años de cabellos oscuros—. Saluda a unos compañeros del colegio.
La pequeña se gira hacia nosotros y sonríe con amplitud hasta que sus ojos color café recaen en Brenda e inclina su cabeza un poco a la derecha.
—¿Esa es Brenda la chica que te gusta? —pregunta la niña señalando hacia mi amiga y los ojos de su hermano se abren con asombro antes de reprenderle:
—¡Juliette! —
Parpadeo al comprender las palabras de su padre cuando se refería a mi amiga como “Su Brenda”
—Disculpen a mi hermana. Juliette, ¿por qué no vas con la nana? —añade con los dientes apretados y la pequeña asiente sin separar su mirada de nosotros.
—Adiós, Brenda. —La saluda con la mano y se retira por donde mismo entró con pequeños saltos.
—Esto… ¿por qué no entramos y hablamos con más calma? —interviene el padre de James y nos señala una puerta a nuestra izquierda.
El sol atraviesa las ventanas acristaladas aumentando el esplendor y claridad que aporta el suelo de mármol gris claro. Mis ojos se pierden en los dibujos o runas negras que adornan el techo blanco, pero recaen en la figura del centro. Es el símbolo que llevan todos en el cuello.
Una mesa larga de caoba está en el centro del salón rodeada de 30 sillas. Todo muy…serio.
—Siéntense, por favor —indica el padre de James hacia la mesa larga de caoba en medio de salón, mientras él se acomoda en la silla de la cabecera. James se quedó parado junto a su padre—. Y por favor, llámenme Jeremy.
—Necesitamos una Tanzanita, por favor —insisto con el nudo en la garganta—. Tiene que haber una forma de conseguir una. De eso depende que James pase de los 20 años. —Tanto padre como hijo fruncen el ceño sin comprender mucho.
—Encontramos una forma de romper la Ley de los Primogénitos —explica Javier colocando sus manos cruzadas por los dedos encima de la mesa—. Para eso necesitamos una Tanzanita. Solo una.
—Hace años que no tenemos esas piedras en Ciudad Crystal. Lo sentimos mucho —comenta el rey de los Nephilim apenado y entierro mi cabeza entre mis manos con frustración—. Esperen. —una sola palabra para que la esperanza surja de nuevo en mí—. A lo mejor hay una forma de conseguirla
—Por favor —ruega Cam con desespero—, necesito salvar a mi hermano. No le queda mucho tiempo.
—No es algo seguro, pero creo que puedo ayudarles —reitera el rey mientras se levanta de su silla y sale por la puerta dejándonos en un incómodo silencio… otra vez.
—James, creo que necesitamos una explicación, ¿no lo crees?
Brenda atraviesa a Talia con la mirada más mortal que puede por molestar al pobre muchacho. Las mejillas de James comienzan a tornarse rojas por la vergüenza, y nosotros rompimos a reír a carcajadas para relajar un poco el ambiente.
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Editado: 09.02.2023