Abro mis pesados párpados con lentitud. Todo lo que veo es claridad y paredes de color blanco.
—¿Dónde rayos estoy? —Intento levantarme, pero el dolor punzante en la sien me advierte que hacer ese gesto es mala idea, así que me recuesto nuevamente—. Dios, que dolor de cabeza. Es peor que una resaca.
—Vaya, al fin despiertas —dice una voz a mi derecha.
—¿Brenda? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Demasiadas preguntas y pocas respuestas.
—Tranquila, señorita McKenzie. —Hace un gesto de dolor en su mano derecha al levantarla. Aún sigue con la misma ropa de anoche.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Intento mover la mano, pero una máquina a mi lado comenzó a pitar fuertemente. Mi dolor de cabeza va a seguir aumentado si no apagan la maldita cosa.
—Veo que ya está despierta —dice una voz a mi izquierda y el pitido cesa.
—Directora Carlisle. —Intento levantarme, pero ella me detiene con la mano.
—No es necesario, señorita McKenzie, necesita descansar. —Hoy utiliza jeans ajustados y una blusa blanca de vuelos en el pecho.
—¿Qué pasó anoche? —pregunto confundida.
—Eso mismo quisiera saber yo —añade Brenda pero hace otro gesto de dolor. La directora Carlisle debe haber visto la confusión en mis ojos así que sonríe de soslayo.
—Ayer en la noche, cuando le tocó su turno frente al espejo… —Limpia su garganta con un leve carraspeo— lo rompió.
—¿Cómo? —Me siento de un tirón, y el mareo fue tan grande que me agarro al borde de la camilla—. ¿Cómo que rompí el espejo?
—Dímelo a mí que casi muero de un susto —habla Brenda una vez más—. Si no es porque Javier interviene, no hubieras llegado al mañana.
—Espera un momento. ¿Qué tiene que ver en todo esto Javier? —La maldita máquina comienza a pitar nuevamente. Hago un gesto de dolor por el sonido estridente.
—Señorita Clark, la señorita McKenzie tiene un lío en la cabeza, será mejor que yo le explique.
—Lo siento, directora Carlisle —murmura la asiática, haciendo pucheros. La directora apaga el pitido y se sienta en una silla mullida al lado de mi camilla.
—Muy bien, señorita McKenzie, le explico. Ayer se colocó delante del espejo. Por un momento vimos que estaba trabajando en su hombro, pero desaparecía. Así pasó varias veces. De momento, su cuerpo comenzó a brillar tan fuerte que tuvimos que taparnos los ojos. Uno de los profesores intentó acercarse, pero la luz salió desprendida de su cuerpo y lo lanzó hacia una columna. —Hice una mueca de dolor.
«Pobre profesor. No lo conozco y ya debe de odiarme», pienso.
—Afortunadamente, el profesor Stevenson es más fuerte de lo que aparenta. Resumiendo: el espejo se rompió y estalló. Si no es por el señor León, usted no hubiera vivido para contarlo.
—El pobre Javier. Esquirlas de cristal se le incrustaron en la espalda por cubrirte —explica Brenda y cubro mi boca del susto.
—¡Ay, Dios mío! ¿Cómo está? ¿Él está bien?
—Favorablemente, sí —responde la directora—. Ahora, por favor, ¿puede explicarme en qué estaba pensando anoche cuando le tocó el turno del tatuaje?
—Yo… pensé en mi familia. Las veces que fuimos a surfear, las noches de navidad cerca de la chimenea y la lluvia tintineando en las ventanas. Cuando… fui al acuario o la vez que me acerqué al arroyo. Yo solo pensé… —parezco una idiota tartamudeando—. Yo solo pensé… en un remolino de agua. Eran tantos sentimientos mezclados que me decidí por un remolino de agua. —Los ojos negros de la directora me estudian con detenimiento.
—Muy bien. Ambas deben de estar adoloridas. La señorita Clark por el tatuaje formado, y usted por la noche tan movida que tuvo. —Sus ojos se posaron mi colgante—. ¿Dónde lo consiguió?
—Lo tengo desde pequeña. —Toco el pequeño delfín con la punta de los dedos.
—Al parecer con todo lo provocado, su tatuaje no pudo terminarse. —Se levanta del asiento—. Espero que podamos arreglar este desastre antes que termine el semestre. Tengan una buena mañana. —Asiento avergonzada y se retira de la enfermería.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunto estupefacta.
—¿Me preguntas a mí? —Resopla y sonrío—. Casi pego un grito cuando tu piel comenzó a brillar, ¿o sí lo hice? Y cuando lanzaste al profesor de Defensa por los aires… Uff. Y si es cuando Javier se metió en el medio para cubrirte… —Deja las palabras en el aire y abanica su rostro con las manos—. Simplemente… Wow. Nunca lo vi moverse con tanta rapidez. ¿Cómo te sientes?
—Un poco adolorida, pero bien.
—Más te vale. —Se levanta de su asiento—. Vengo ahora. Voy en busca de la enfermera para que te den el alta. —Asiento y un pequeño mareo hace que me recueste a la pared—. ¿Segura que estás bien?
—¡Qué sí, pesada! Ve en busca de la enfermera, y por favor, necesito saber cómo está Javier.
—¡Qué clase de suerte tienes! Ese pedazo de hombre te salvó anoche. Lo que daría por estar en esos brazos. —Comienzo a reír por su comentario.
—Anda, boba.
—Ya voy, ya voy, señorita impaciente. —Pone los ojos en blanco y se retira también.
—¿Qué rayos pasó anoche? —Esa pregunta me vino a la mente y solo alguien puede responderme: papá o mamá. Necesito un teléfono.
—Hola, cariño —dice mi madre al otro lado de la línea–. ¿Cómo te fue en la noche de bienvenida?
—Estoy en la enfermería.
—¡Cómo! —chillan los dos al unísono.
—Allie, ¿estás bien? —pregunta mi padre preocupado—. ¿Qué ocurrió?
—Aún no lo tengo muy claro, pero el espejo de los tatuajes se rompió cuando me llegó el turno.
—¿Qué has dicho? —insiste papá, sorprendido—. Pero eso es imposible. Ese espejo está formado con el poder de los elementos. Tiene milenios de antigüedad, y jamás he escuchado que algo como eso pasara.
—Creí que podían darme una pista o señal. Al parecer mi cuerpo comenzó a brillar y el espejo estalló frente a mí.
—¿Estás bien? ¿Estás lastimada? Voy para allá. —La preocupación es notable y yo solo cierro los ojos por ser la culpable de esa preocupación en ella—. No me interesa lo que diga Rebeca, te estoy sacando del colegio ahora mismo.
Editado: 04.10.2024