Después de un largo baño y un descanso de al menos dos horas, estaba como nueva. Necesitaba toda la fuerza mental y corporal. La semana pasada Javier me dio una buena tanda. Me decanté por unos shorts azules cortos y una camiseta negra, mis zapatillas converses y hacer mil malabares para que mi pelo se amoldara a una trenza francesa.
«Creo que ya estoy lista», digo para mis adentros. Brenda estaba enfrascada en un libro que había sacado de la biblioteca.
—Esperemos que Javier te dé un respiro esta vez —comenta mirando el libro, pero las comisuras de sus labios se elevaron.
—No me estás ayudando mucho, ¿sabes? —protesto, colocando las manos a ambos lados de la cadera.
—Si quieres, puedo ir a darte algunas porras con pompones rosa —comenta con ironía y le lanzo un almohadón.
—¡Qué graciosa!
—Llega a tiempo para comer —espeta con burla y sonrío antes de cerrar la puerta.
—Hola, Allison —habla Austin a mis espaldas y le doy un beso en la mejilla.
—¿Cómo está la directora?
—Milagrosamente mandona. ¿Hacia dónde te diriges?
—Tengo entrenamiento con Javier León. ¿Necesitas algo? —Me detuve y veo que trae sus manos detrás de la espalda—. ¿Qué tienes ahí? —Mira hacia atrás.
—Nada —contesta caminando de espaldas.
–Dámelo. –Sonrío y niega con la cabeza—. Austin… —Corre en la dirección contraria y parpadeo perpleja—. ¿En serio? Si el corre, pues yo también.
—¡Eres lenta, McKenzie! —grita sonriendo en dirección al patio central.
—No me tientes.
Él sonríe y corre mucho más rápido atravesando las puertas del colegio. Cuando estaba a pocos centímetros de él, me lanzo hacia su cuerpo y rodamos colina abajo. Fue muy divertido, hasta que caí encima de él.
Mi respiración estaba entrecortada por el esfuerzo físico. El pecho de Austin sube y bajaba con rapidez. Sus ojos negros me miran fijamente y su cabello rubio cenizo cae revuelto en su frente y a los laterales. Mis manos sienten los músculos de sus brazos a través de la sudadera gris.
«Mejor me levanto», pienso avergonzada.
—Lo siento mucho. —Me levanto del césped y él, aún sentado en el suelo, se recuesta en la palma de sus manos.
—La culpa es mía. —El viento remueve su cabello rubio cenizo de un lado a otro y sus ojos negros me miran divertidos—. Toma. —Me entrega algo envuelto en papel azul.
—¿Qué es? —Lo tomé en mis manos. Era algo duro y consistente.
—Hasta que no lo abras, no lo sabrás.
Con curiosidad. Rasgo el papel y un libro de tapa blanca y letras doradas fue lo que vi. Con el título me fue suficiente.
—Gracias, gracias, gracias. —Le abrazo con efusividad—. ¿Cómo lo hiciste?
—Allison, soy el bibliotecario. —Enarca una ceja señalando lo obvio—. Solo pude hacer una copia del primero.
—¿Del primero? ¿Cuántos diarios escribió Raquel?
—Te asombraría que la penúltima planta es solamente de los diarios de ella.
—¿En serio? —Miro el libro nuevamente.
—Pues sí. Ella comenzó con los diarios a los 9 años de edad. —Nos levantamos del césped y caminamos hacia el colegio.
—¿Cuándo cambió de elemento? —Asiente—. ¿Cuánto tiempo vivió Raquel?
—Alrededor de 1000 años. —Trastabillo.
—¿Acabas de decir 1000 años? ¿Hay 1000 años de escritura en esa planta?
—Al parecer, en la última batalla que tuvo en contra de su hermano, terminó muy mal herida y no pudo salvarse. Pero por lo que he leído de su último diario, ella contaba con buena salud.
—¿Cuál es la edad máxima de cada elemento? —inquiero con curiosidad.
—Cerca de los 500 o los 620. Algunos han durado hasta los 650.
—Pero ninguno ha sobrepasado a Raquel.
—Solamente los del elemento vida después de ella han estado bastante cerca.
—Es verdad. Arthur Carrington duró casi 800, Ashley Parker casi 700.
—Tienes buena memoria, Allison.
—Por favor, dime Allie. ¿Por qué eres bibliotecario? Bien podrías quitarle el puesto de profesora de Historia a Camille.
—Estar rodeado de libros e historias es más divertido. Los chicos de 16 a 18 años son demasiado revoltosos —explica, mientras entramos al colegio.
—Así que te gusta la vida tranquila.
—Dirás aburrida.
—Oye, ¿por qué le cambiaste el nombre? —pregunto mirando las letras de la portada “El diario. Parte 1”
—Se supone que esto no debe de estar fuera de su lugar.
—¿Austin, esto puede traerte algún problema?
—Nada que no pueda solucionar. Te dejo. —Señala con el mentón hacia las escaleras—. Alguien te está esperando. —Miro hacia donde señalaba. Javier me espera recostado a la barandilla con los brazos cruzados y no tenía muy buena cara—. Nos vemos después. —Me dio un beso en la mejilla y se va en dirección a la biblioteca.
—¿Ya te aburriste de pasear? —pregunta enarcando una ceja.
—Austin solo quería darme un regalo. —Levanto el libro para que lo note—. ¿Y ese mal carácter por qué? –pregunto mientras subimos las escaleras.
—Yo no tengo mal carácter —responde, encogiéndose de hombros mientras subimos las escaleras.
—Lo que tú digas. Oye, quería preguntarte una cosa.
—Dispara.
—¿Por qué me salvaste esa noche?
—¿Te refieres a la noche de bienvenida? —Asiento—. Uno de los profesores intentó acercarse y lo lanzaste a 6 metros de ti.
«¿Por qué razón lancé al profesor? ¿Por qué mi cuerpo de manera inconsciente dejó que Javier se acercara?», me pregunto mentalmente.
—Tenía que intentarlo o terminarías atravesada por cristales.
—Pero al final fuiste tú el que resultó mal herido.
—No sería la primera vez —murmura bien bajo y su mirada se oscurece
—¿Qué ocurre?
—No pasada nada. Entremos al gimnasio.
—De aquí no se mueve ni Dios. ¿Qué te ocurre? —Le agarro por el brazo pero se zafa con violencia.
—Dije que no pasa nada. —Sus ojos verdes se oscurecieron de momento y un sentimiento afloró: tristeza.
—¿Qué te pasó? —Desvía la mirada—. Javier —Me coloco delante de él y pongo mi mano en su mejilla—, no sé qué pasó contigo, pero puedo prometerte una cosa. Si quieres una amiga o necesitas hablar, aquí me tienes. —Bajo mi mano y sonrío con amplitud—. ¿Listo para que te dé una paliza?
Editado: 04.10.2024