A la mañana siguiente me levanto mucho mejor y con lentitud me acomodo en la camilla. El pecho no me duele tanto, pero la sed que tengo es horrible y mi cabeza tiene gana de estallar como si estuvieran tocando un bombo chino en su interior.
«¿Qué cosa había en ese brebaje?», pienso mientras toco el colgante con mis manos y recuerdo a mis padres.
Necesito hablar con ellos. Han pasado muchas cosas en estas últimas semanas y necesito hablar con alguien.
—Buenos días —habla Amelia con voz cantarina—. ¿Cómo te sientes?
—Gracias a ti y a esa cosa asquerosa, mucho mejor. Lo que tengo es mucho dolor de cabeza y la sed es casi inaguantable.
—Voy a darte algo para ese dolor de cabeza. —Esta vez me entrega un vaso de agua con un par de cápsulas—. ¿Tienes otros síntomas? ¿Mareos? ¿Náuseas?
—Por Dios, Amelia, ni que estuviera embarazada —bromeo y doy otro sorbo. Cuando tomo el agua, el alma me regresa al cuerpo.
—Es que no es algo normal, Allie. Los elegidos siempre se han caracterizado por salud inquebrantable. En un momento te quito ese vendaje. Voy a buscar más vendas y alcohol para limpiar la herida por si quedó algún resto.
—¿Me darías más agua? La sed que tengo es terrible. —Ella asiente, confundida. Esta vez trae una botella un poco más grande y la deja a mi lado junto a un vaso.
—Ahora regreso.
Desaparece detrás de la puerta del fondo donde una vez curé a la directora. Vierto un poco de agua en el vaso y la punta de mis dedos toca el líquido transparente. El agua comienza su recorrido. Ya ni siquiera cierro los ojos. El agua se nueve hacia donde yo lo deseo. No puedo curarme completamente o Amelia sospecharía.
Después de unos minutos, me detengo al sentirme mucho mejor, pero aún no estoy curada por completo. Tendré que aguantar hasta que llegue a mi habitación. La puerta se abre y Amelia regresó con vendas, gasas y una botella transparente en las manos. En la etiqueta dice “Alcohol”.
—Muy bien. Vamos a ver cómo está esa herida. —Con delicadeza fue quitando poco a poco la venda—. Puede que te asuste o te impresione la primera vez. Incluso existe la posibili… —deja de hablar y sus ojos me miran con asombro.
—¿Qué ocurre? ¿Todo está bien? —pregunto y miro mi pecho. Apenas hay una cicatriz en forma circular un poco irregular con el borde oscurecido—. ¿Es malo?
—Al contrario. Cicatrizó de una manera muy rápida. Casi perfecta. —Sus pestañas parpadean de forma rápida, como si no entendiera—. Ni siquiera necesitas otro vendaje. Está curado casi al máximo. —Suspiro aliviada—. La zona oscura se debe al impacto. No te preocupes. En un par de días se te quitará. La alocada de Clark te dejó unas prendas para que te cambiaras. Puedes hacerlo en mi oficina si lo deseas.
—Gracias, Amelia.
Con mucho cuidado me bajo de la camilla. Me alcanza la mochila y me dirijo hacia su oficina. Una vez cambiada con los shorts negros cortos, la sudadera gris y mis queridas vans, estoy lista para retirarme de la enfermería cuando algo en la oficina llama mi atención.
Hay un cuadro nuevo. No estaba cuando pasé por aquí la última vez. La pintura es de la iglesia abandonada donde ocurrió el ataque hace unos días. Más que una pintura, era una fotografía bien detallada. Se puede ver una parte frontal, pero la mayoría de la fotografía refleja el lateral. Por la secuencia de las vidrieras, puedo decir que es el lado derecho.
—Hermoso, ¿verdad? —dice ella desde la puerta y doy un pequeño salto en el lugar—. En sus inicios, la capilla de Raquel como se conoce actualmente, siempre estaba llena de esplendor. Sus vidrieras llenas de colores cobraban vida en su interior. Era casi mágico.
—¿Qué le pasó?
—Los cold. Mientras la capilla estuviera habitada, ella se mantenía fuerte. Pero con la disminución de los elegidos en el área, los ataques de los cold fueron en aumento. Llegó un momento donde nadie pudo hacer nada. Cuando el colegio se asentó finalmente en este lugar, conseguir restaurarla fue muy difícil. Esta es una de las pocas fotografías que quedan de los tiempos de su esplendor. —Mira la fotografía con añoranza—. ¿Ya estás lista? Los chicos te esperan en el pasillo.
Salgo de la enfermería y casi fui lanzada al suelo por el abrazo de Brenda.
—Muchacha, ten cuidado, se acaba de recuperar. —protesta la enfermera.
Hago un pequeño gesto de dolor pero la alegría de Brenda es muy contagiosa.
—Vaya, veo que me extrañaste —digo sonriendo.
—No sabes tú cuanto, pesada —replica la asiática.
—Deja que se levante del suelo o va a regresar a la enfermería. —Esa es la dulce voz de Lilith. Tom y Chris nos levantaron del suelo.
—Me alegro que estés bien, pequeña. —Mi hombro choca con su pecho cuando me atrae hacia él y besa mi cabeza.
Su olor almizcle ya es familiar para mí. Los vaqueros ajustados a sus caderas y la camiseta debajo de la cazadora es su vestimenta habitual. Esta vez tenía unas zapatillas converses.
—Es un hueso duro de roer —comenta Javier con voz grave—. Me alegro que estés recuperada, McKenzie.
Me aleja de Chris para abrazarme por completo. El calor que había sentido ayer, me recorre una vez más cuando inhalo el olor de su polo.
—Vamos, León. Deja algo de cariño para el resto —protesta Chris sonriendo. Javier gruñe, pero se separa.
—Hola, Talia. —Ella está abrazando a Cameron por la cintura.
—Compañera. Me alegro que estés fuera de esa camilla.
—No más que yo. Créeme —hablo sonriendo y mi estómago ruge con fuerza.
—Hasta su estómago canta de la alegría —añade Tommy y todos reímos. Lilith lo golpea por el hombro en señal de recriminación.
—Muy bien. Hora de ir a clases —intervine la enfermera sonriendo—. Allison, nada de clases de Defensa o Rendimiento durante una semana.
—Dudo que ella se moleste por eso, Amelia —aclara Brenda y todos reímos, incluyendo la enfermera.
—Vamos —Chris pasa su brazo por mis hombros—, hay alguien que quiere verte.
Editado: 04.10.2024