Con el estómago lleno salimos del colegio, y miles de ojos se posan sobre nosotros con cada paso.
—No sabes cómo te odio, Christopher Gray.
—Deja que todos miren, Allison. Lo que verdaderamente importa es lo que sabemos tú y yo. Deja que el mundo hable. Sus vidas son tan decadentes y vacías, que quieren saciar su insignificancia con nuestra maravillosa existencia.
—A veces no te comprendo. ¿Cómo pueden hablar tanto de ti y al final…? —dejo de hablar.
—¿Al final…?
—Eres otra cosa completamente distinta. —Deja escapar una sonrisa amarga.
—Allie, la vida es una sola y hay que vivirla. Es algo simple —añade una vez que atravesamos la verja del colegio—. Vive tu vida y deja que el resto se pregunte el por qué lo haces con tanta alegría. Hakuna Matata. —Dejo escapar una carcajada.
—¿Cómo rayos terminaron Timón y Pumba en la conversación? —Se encoge de hombros y sonríe—. Eres raro.
—Parte de mi encanto.
Bordeamos el ala de los chicos en dirección al bosque. Me detuve a mitad de camino cuando recuerdo lo que pasó más allá de él con Austin hace poco tiempo.
—No creo que sea buena idea alejarnos del colegio. Demasiados ataques de cold.
—Tranquila, pequeña. —Sonríe y pasa su brazo por mis hombros—. No vamos a demorarnos mucho. Bueno, esa última parte depende de ti.
—¿No vas a decirme a dónde vamos?
—No seas curiosa.
Seguimos caminando más allá del bosque y detrás de unas rocas nos encontramos un lago congelado. Delante de mí tengo una hermosa pintura entre colores blanco, marrón y el cielo azul.
Los copos de nieve caen del cielo con lentitud y se posan en la capa de nieve en la copa de los árboles. El aire casi no sopla y el frío es horrible. Algunos animales corretean por el bordillo del lago o entre las ramas de los árboles haciendo caer la nieve de estos.
—No me lo puedo creer —murmuro, acercándome al lago—. Pero no traje zapatos para patinar.
Me giro hacia Chris, y de una bolsa, sacaba unos zapatos para patinar.
—Lo tenías todo planificado.
—Hombre precavido vale por mil mujeres. —También sacó a la vista unos sándwiches y termos con chocolate caliente.
—Uy, sí. —Aplaudo emocionada.
—Eso será para después. Ahora hay que patinar.
Sus ojos negros me miran brillantes de emoción y una cálida sonrisa curva sus labios.
—Te lo digo por adelantado. Soy pésima en esto —aclaro, poniendo los brazos en jarras y mirando el lago congelado una vez más.
—Ya —reitera con ironía—. Así mismo decías referente al baile y eres una experta.
—Yo nunca te dije eso.
—A mí no —Me alcanza unos patines de mi talla—, pero a Javier sí.
Se sienta en una piedra y yo hago lo mismo.
—¿Cómo está la relación entre ustedes?
—Mejor de lo que pensé —explica, mientras termina de acordonarse las agujetas—. Las cosas ya no son como antes. Pero, al menos ya no queremos saltarnos a la yugular cada vez que nos vemos. —Suspiro aliviada—. ¿Lista? —Termino con el último lazo en mis agujetas.
–Lista.
El tiempo pasa, pero entre nosotros parece que el momento nunca termina. Después de darme unas buenas caídas y llevarme a Chris en el camino, finalmente logré patinar sin ayuda. Es como correr en el hielo o al menos es como entendí.
Chris me da un par de volteretas en el aire y encima del hielo. Es un poco abrumador y terrorífico, pero las risas son muy contantes. Desde hace un tiempo no disfrutaba patinar. Después que Ellie se rompió el brazo a los ocho años, dejé de hacer—lo. Había olvidado lo que se sentía.
Como me digas que eres mala en algo, juro que te incinero –—protesta el mayor de los Gray apoyado en una roca tomando un poco de aire.
—En verdad soy pésima… o eso es lo que creía. —Me siento en el bordillo del lago, encima de un montículo de nieve en forma de banco y él se acomoda a mi lado—. Hace años que no patino. Cuando mi hermana tenía ocho años se rompió el brazo. Yo quería ir a patinar, pero ella también. A escondidas de mis padres salimos de casa. Ya sabes cómo terminó la historia.
—¿Tienes una hermana menor?
—Su nombre es Elizabeth.
Sonrío cuando su rostro y sonrisa de ángel llega a mi mente, pero el dolor me embarga al instante. Saber que en un par de años no podré verla o disfrutar de su graduación de la universidad encoge mi corazón. Todo por la estúpida ley de los primogénitos.
—Oh, no. De eso nada. —Toma mi rostro entre sus manos tibias—. Te traje aquí para que disfrutaras y salieras un rato de esos muros. —Acaricia mis mejillas con sus pulgares haciendo pequeños círculos—. No quiero verte triste. No me gusta.
—¿Por qué yo? —pregunto, y él frunce el ceño. Baja sus manos con lentitud.
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué de todas las chicas del colegio, te ensañaste conmigo?
Sus ojos negros me observan durante unos segundos y después desvía su mirada hacia el lago.
—Eres diferente —contesta y pongo los ojos en blanco.
—No puedo creer que de tantas respuestas absurdas, decidieras escoger la que lleva el primer lugar.
—Es la verdad, pequeña. Ninguna chica me había desafiado antes. Ninguna era tan divertida, alocada, luchadora, y sobre todo, con un corazón muy grande y bondadoso… además que eres la terquedad personificada. —Esto último me hace sonreír—. Así me gusta. Además… eres la primera chica que no intenta llamar mi atención. Al contrario, la primera noche me desafiaste, y si mal no recuerdo, creo que terminé con agua en la cabeza.
—Te lo tenías merecido por atrevido.
—Yo nunca dije lo contrario. Tenía que intentarlo. Esa noche me resultaste… interesante
—Te estás excediendo con la cuota de cumplidos, Gray. —El sonido de su carcajada se esparce en el aire.
—Y no sabes como tengo de esos bajo la manga.
—Además, ¿quién te asegura que esa no fue mi intención al principio?
—¿Lo fue? —Enarca una ceja con escepticismo—. Nah. No creo que seas una de esas.
Editado: 04.10.2024