Siento como si hubiera pasado una eternidad desde que salí del colegio. Por las ventanas veo caer los copos blancos de nieve y el crepitar de fuego de la chimenea calienta la casa, pero mi cuerpo está tan frío como la nieve fuera de casa. Parece mentira que en estos cinco meses haya conocido tan buenos amigos.
Katie pasó ayer por aquí para contarle sobre mi “nuevo colegio”. Mentirle se me hizo muy fácil. Ella es mi mejor amiga desde que llegué a esta ciudad hace unos dos o tres años, pero no me sentía con tanta familiaridad como con Brenda.
Como extraño a esa loquilla de cabellos negros y ojos color café. La risa tímida y los ojos azules de Lilith. Las locuras e inventos de Tommy Valent. La mirada mordaz de Talia y su cariñoso novio Cameron Gray. Los chistes y sonrisas de mi amigo Austin, y los constantes esfuerzos por salvarle el pellejo a Javier en las pruebas de Álgebra e Historia.
Pero sobre todas las personas, extraño a mi chico de cabello negro y ojos como la noche. Su sonrisa ronca socarrona pero sincera. Sus labios finos y hoyuelos en las mejillas. Los abrazos que me dan calor hasta en el día más frío. A ese chico que en poco tiempo se ganó mi corazón con banalidades, pequeños detalles y entrenamientos a las tantas de la noche por mi “supuesto bien”, aunque debo decir que me sirvió bastante. Tonifiqué mi cuerpo y me siento en más confianza conmigo misma.
Todas estas personas hicieron que olvidara la angustia y añoranza que sentí a principio de curso cuando atravesé las puertas de “Elements”.
—¿Les extrañas? —pregunta mi madre cortando mi línea de pensamientos.
—Demasiado —contesto con un hilo de voz. La melancolía llena mi cabeza y corazón al pensar en ellos—. Nunca creí que sería así. Han pasado solo unos días desde el solsticio de invierno y siento como si no los viera desde hace meses. —Ella sonrío por lo bajo.
—Cuando vi a Camille, Brad y Héctor —Respira con profundidad y coloca su mano en el cristal—, tuve que contenerme para no llorar. Conozco a Héctor desde que tengo cinco años, pero Brad y Camille se hicieron parte de mi alma cuando entré a “Elements”.
Se aleja de la ventana y se acomoda en el sofá cerca de la chimenea. Yo me siento a su lado y nos quedamos en un silencio cómodo.
—Esas son amistades para toda la vida, Allie. —Ahoga un respiro y las flamas se reflejan en sus ojos cristalizados—. Estás en la edad donde se forman las verdaderas amistades, cariño. Si sientes añoranza por ellos, es porque los tienes arraigados en las raíces de tu corazón.
—¿Contando historias del colegio? —pregunta papá, sentándose a mi lado con una taza humeante de chocolate, y yo asiento—. Esos si fueron buenos tiempos.
—Mamá, papá, necesito hacerles varias preguntas.
Mamá acomoda su rodilla derecha encima del sofá y se gira hacia mí. Mi papá coloca la taza en la mesa de cristal frente al sofá, pasa su brazo por mis hombros y me atrae hacia él.
—¿Qué quieres saber? —pregunta él y besa mi cabello.
—¿En qué momento supieron que no era una simple chica de agua?
Mi madre mira hacia mi cabeza y conociéndolos bien, intercambiaron miradas. Ella aprieta los labios y estruja sus manos con nerviosismo.
—Cuando naciste, tu padre y yo decidimos irnos de vacaciones a un crucero. Estuvimos ahorrando durante casi un año para poder ir. No lo teníamos muy fácil en ese tiempo. Estábamos cerca de la proa, cuando el tiempo cambió de repente. El viento sopló con violencia en la cubierta del barco, el cielo se oscureció de forma tenebrosa y el mar golpeaba con fuerza el casco de la embarcación… —Mi madre detiene su relato abruptamente y respira una vez más.
—Creímos que los del consejo y ministerio Elements nos habían encontrado —continúa papá con el relato—. Una ráfaga de viento empujó a tu madre hacia la baranda del barco y tú caíste al agua. —Ahogo un grito—. Detuvieron el barco ya que un marinero había visto todo lo ocurrido. —Su voz se va quebrando con cada palabra.
—El viento y las aguas se detuvieron de repente y los cielos se despejaron —sigue mamá—. Te buscamos durante días, pero era imposible que un bebé de dos meses de nacida hubiera sobrevivido con esa tempestad. No podíamos pedirle ayuda a nadie, ya que el consejo estaba detrás de nuestras cabezas. Aún con nuestras conexiones al agua, no pudimos hallar tu rastro.
—Tu madre lloró desconsoladamente, y al cabo de un mes nos dimos por vencidos.
—Un día decidí ir al mar con tu padre. Cumplías cuatro meses de nacida, cuando vimos un pequeño bulto cerca de la orilla bajo una palmera. Yo me acerco con mucha cautela, y una sonora carcajada nos llamó la atención. Era una pequeña de ojos verdes y cabello rubios. Al vernos, sonrió mucho más de la cuenta. —Una lágrima recorre su rostro.
—Tu mamá estaba tan fuera de sí como yo. ¿Cómo era posible que alguien abandonara a un bebé tan pequeño?
—Tu padre te acogió en sus brazos y en el muslo vimos tu pequeña marca de nacimiento. Ese día sentí que el alma había regresado a mi cuerpo. Mi pequeña había vuelto —termina de relatar mi mamá y toma mi mano entre las suyas.
—Mamá, esa es la historia más alocada que he escuchado en mi vida —comento y ella sonrió. Pero sabía perfectamente que Raquel estaba detrás de todo eso.
—Ese mismo día te llevamos al hospital para verificar tu salud. Una amiga nuestra hizo una prueba de ADN y en efecto, eras nuestra pequeña Allison McKenzie —añade papá acariciando mi hombro—. Cuando te encontramos ya tenías ese collar. Comenzaste a crecer con rapidez. A los cinco meses dijiste tu primera palabra y a los seis ya estabas corriendo, ni siquiera caminaste o te tambaleaste. Te agarraste a la pata de una mesa y saliste corriendo. Tu madre casi se desmaya del susto —termina de contar y deja escapar una sonrisa.
—Tu desarrollo no era normal —explica ella con voz cansada—. Crecías con mucha rapidez y para cuando tenías cinco años, tenías la inteligencia de un niño de ocho. ¿Recuerdas esa vez que nuestro gato casi muere y tú le salvaste? Nos dimos cuenta que no eras simplemente un usuario de agua.
Editado: 04.10.2024