Julio Díaz varias veces se escondió atrás de los autos estacionados cuando caminaba en la calle sin importarle lo que pensaran todos los transeúntes, en diversas ocasiones obligó fuertemente a su esposa a decir mentiras, por ejemplo: que él había salido hace horas de la casa, o que hablaba por teléfono con su jefe, incluso dijo que él estaba postrado en cama debido a una grave fiebre.
Todas las anteriores evasiones además de otras hizo para evitar a su vecino parlanchín, dicho hombre no imaginaba fastidiar al señor Díaz con el exceso de sus palabras, cosa que por cierto todavía hace.
Cierto día Julio andaba comprando en el supermercado y vio de lejos entre la multitud la cara de su odiado vecino, sin pensarlo mucho huyó rápidamente; pero andaba con tan mala suerte que solo había dado tres pasos y se deslizó en una parte del piso mojada por un raro líquido amarillo, cayó de espaldas instantáneamente ante las miradas sorprendidas de las muchas personas.
Se levantó adolorido pero más que todo muy apenado y decía toda clase de malas palabras en su mente, cuando iba a recoger sus alimentos esparcidos en el suelo, vio de manera clara a su derecha que aquel hombre no era su vecino, solo tenía un poco de parecido.