El rastro de la maldad

Cap. 4.- El doloroso deja vu

-- 12 de enero de 2020 --

La predicción de Subaru se hizo realidad en una fría y nebulosa mañana dos días después de su visita.

Sekai se encontraba en lo alto de un árbol. Había tomado la costumbre de revisar las hojas más altas para escoger las que parecían más suaves y alimentarse de éstas; esa mañana había elevado una breve oración, en agradecimiento a la comida que pudiera encontrar, y se transformó en kitsune para subir a buscar su alimento; el cual para su fortuna fue bastante abundante.

Estaba ensimismado masticando una hoja cuando una figura en el horizonte llamó su atención. En un principio se imaginó que se trataría de Inari o Amaterasu, pero la figura comenzó a avanzar dirigiéndose al santuario y una poderosa oleada de energía destructiva lo golpeó, una que no sentía desde los albores del tiempo. Un pánico primitivo se instaló en su corazón, y sus nueve colas se erizaron en el momento que vio claramente al sujeto: era un hombre alto y fornido, de cabello oscuro corto, piel morena y facciones duras. Sus ojos negros se clavaron en el kitsune, que aterrizó en el suelo listo para emprender la huida.

—Al fin te encuentro, Gerumas —dijo con voz grave.

En contraste, la voz de Sekai salió como un susurro temeroso.

—Chaosas. ¿Cómo es que…?

No fue necesario que terminara de formular la pregunta, la respuesta llegó en un santiamén: los hermanos elementales lo habían visto en la mansión de los Spector, incluso se había enfrentado a uno de ellos.

—Oras me contó de su encuentro —dijo Chaosas—. Llevo un año buscándote y ahora, finalmente, te tengo frente a mí.
—¿Por qué?
—Debo terminar lo que inicié hace un milenio.

Chaosas se acercó a Sekai y éste salió corriendo, lanzando una andanada de rayos para despistarlo, tratando de poder alejarse lo más posible de él. Sumido en un terror recién exhumado luego de haber sido sepultado durante años, Sekai se dirigió al valle sin detenerse. La sola presencia de la deidad le infundía pavor, y si para perderla de vista debía escalar el monte lo haría sin dudad; todo para no enfrentarse de nuevo a Chaosas.

Repentinamente dejó de correr. La primera vez que se enfrentó a él era un zorro normal, desprovisto de cualquier poder o habilidad que pudiera poseer, y por ende le había sido imposible defenderse, pero esta vez era diferente: era un kitsune de nueve colas, era el hijo de la Vida y ahora también era el hijo de la Muerte, no solo era capaz de defenderse sino de atacar.

Y si Chaosas quería pelea, él se la iba a dar.

Sekai dio media vuelta tomando su forma humana y esperó. Al poco tiempo la deidad del caos apareció, aproximándose con una calculada celeridad hacia su objetivo. El hombre extendió el brazo, haciendo aparecer una lanza como si de una extremidad oculta se tratase, y a manera de respuesta el muchacho materializó una alabarda.

—¿No piensas huir de nuevo? —preguntó Chaosas.
—Ya no estoy en condiciones de huir —respondió Sekai.

Una sonrisa sardónica se formó en los labios de la deidad y atacó, lanzando un golpe con su arma que Sekai bloqueó con la alabarda, una punzada de amargura le atravesó al recordar que su hermana también usaba una lanza como arma, el pensar en Ritsu hizo que Sekai atacara con inusitada furia a su contrincante, que se defendió de igual manera. Entre todas las deidades, la principal culpable de su desgracia era la que tenía enfrente. De no haber sido por la intervención de Chaosas, ellos dos habrían podido tener una vida normal como seres mortales sin tener que preocuparse de nada hasta el momento que la muerte les llegara en forma natural.

Chaosas extendió la mano libre creando una bola de energía oscura, Sekai lo detuvo lanzando una llamarada dorada que se bifurcó en dos convirtiéndose en un fuego azul y uno negro entrelazados, ambas llamas impactaron al hombre lanzándolo por los aires varios metros y aterrizó con brusquedad en el suelo; en ese instante Sekai se abalanzó sobre él con la intención de atravesarle la alabarda en el pecho y Chaosas giró sobre sí mismo para evitar el ataque.

—¿Creíste que sería tan sencillo como la última vez? —le preguntó Sekai—. Pues adivina: ya no soy un zorro indefenso.

Chaosas se puso en pie y con una expresión de satisfacción dijo:

—No esperaba menos. Después de todo, mientras tú vivas la posibilidad de que se desate la calamidad sigue vigente.
—Espera, ¿qué?
—¿Creíste que la muerte de tu hermana sería suficiente para evitar la sexta profecía? ¿Cómo sabes que su maldad no se ha transferido a ti?
—Eso es absurdo.

Chaosas se echó a reír con las palabras de Sekai.

—Tienes su ojo maldito —dijo como si eso zanjara la cuestión—. Has desarrollado sus habilidades de muerte y su furia corre por tus venas.

La deidad hizo un nuevo intento: extendió el brazo creando una bola negra de energía, pero esta vez tomó por sorpresa a su enemigo; y lo golpeó en el pecho con ella creando una ola densa que apresó a Sekai, amenazando con compactar su cuerpo hasta lo imposible. Haciendo acopio de su fuerza, el joven se transformó en kitsune para escapar de la trampa mortal y emprendió el vuelo, lanzando desde el aire varios rayos que dirigió a Chaosas para luego volver a su forma humana, cayendo al suelo de pie. Tomando de nuevo su alabarda, Sekai se abalanzó sobre Chaosas, atacando con tal rapidez que no le dio tiempo a responder, y le hizo un corte con el filo en la cara para después girar sobre sí mismo; golpeando sus piernas y hacerlo caer, en ese momento soltó el arma y de nuevo se abalanzó sobre él, poniendo una mano en su cuello mientras que alzaba la otra convirtiendo sus uñas en garras para destrozarlo.

Y justo antes de hundir las garras en su cuerpo, se detuvo.

—¿Qué estás esperando? —increpó Chaosas—. ¡Mátame!

Ganas no le faltaban, pero esa no era la solución. Si asesinaba a Chaosas, demostraría que él tenía razón y las deidades lo perseguirían, pero si no lo hacía sería precisamente el hombre que tenía enfrente quien lo acecharía. Chaosas no descansaría hasta asesinar a Sekai y ahora lo sabía a ciencia cierta; pero el acabar con su vida le auguraba un destino peor, la amargura se apoderó de él nuevamente, mezclada con la frustración de saber que se encontraba en un callejón sin salida, y se alejó del hombre a sus pies echando a correr sin rumbo fijo por el valle. Corrió y corrió hasta llegar al límite de sus fuerzas dejándose caer de rodillas al suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.