El rastro de la maldad

Cap. 7.- Vistazos de una existencia pasada

El rostro desencajado de su maestro estaba a pocos centímetros del suyo, mirándolo con aprensión; una aprensión que denotaba urgencia. Su voz ronca resonó en su oído advirtiendo una sola cosa:

—Luego de mi muerte, él regresara.

Quiso preguntarle a qué se refería, pero no le dio tiempo y solamente le dijo:

—Después de esto, recordarás.

*****

Reijiro se incorporó bruscamente, con el cuerpo empapado en sudor y la respiración agitada. La mente le jugó una mala pasada y, por un momento, creyó que se encontraba en el interior de una caja, sintió una opresión en el pecho y se levantó de golpe, solo para constatar que se trataba de una ilusión. De inmediato corrió al baño y se encerró dentro, un segundo después fue al lavabo abriendo el grifo para echarse un poco de agua en la cara.

Sus ojos enfrentaron su reflejo: nada en él había cambiado a excepción de su cabello, que era castaño, apartó la mirada con algo de disgusto y cerró el grifo del agua. Las pesadillas habían comenzado desde el momento que regresaron a Tokio, y en su mayoría se trataban de recuerdos fragmentados de una época que no lograba reconocer del todo, con edificios de formas que no había visto nunca y una opulencia que le era excesiva. Sin embargo, era la primera vez que soñaba con su mentor, con ese último encuentro donde él le había advertido de algo antes de…

Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus cavilaciones, seguidos por la voz preocupada de Sachi.

—Reijiro —llamó—. ¿Está todo bien?

“No, no lo está”, pensó Reijiro, pero no podía decirle a ella lo que pasaba, temía que reaccionara mal y se alejara de él. Finalmente abrió la puerta y se enfrentó a Sachi, que lo miró con inquietud.

—Te pasa algo, ¿no es así? —dijo ella poniendo una mano en su mejilla.

Reijiro tomó su mano y la besó aparentando calma.

—Tuve una pesadilla —dijo con voz queda.
—Ya veo.

Sachi lo abrazó recargando la cabeza en su hombro y susurró a su oído:

—No tienes nada que temer. Yo estoy aquí.

“Eso es lo que temo”, pensó Reijiro estrechándola en sus brazos. “Que no quieras seguir conmigo cuando sepas lo que pasa de verdad”.

*****

Estaba en un callejón oscuro. El ambiente parecía estar impregnado en sangre, pues el aroma cobrizo y dulzón del vital líquido penetraba en sus fosas nasales, haciéndose más fuerte conforme avanzaba.

Sabía lo que se iba a encontrar, era plenamente consciente de lo que hallaría si seguía avanzando, pero debía seguir su camino porque debía verlo con sus propios ojos. Tenía que verlo como una forma de castigo por haber sido tan ciego.

“¿Cómo pude equivocarme tanto?”

Con cada paso que daba, el olor aumentaba hasta darle la sensación de estar empapado en sangre, de avanzar en un lago de espesa agua roja. Fue entonces que los cuerpos comenzaron a aparecer: cadáveres femeninos y órganos humanos se encontraban desparramados por toda la calle, pasó sobre éstos sin inmutarse y llegó hasta el que le interesaba: un chico alto cubierto con un sudario negro. Se arrodillo a un lado del cuerpo y extendió el brazo, dejándolo suspendido a pocos centímetros de él. En ese momento una mano cubierta con la tela lo sujetó de la muñeca con fuerza, pero él permaneció tranquilo.

“¿Qué hice mal contigo, Akane?”

*****

Reijiro abrió los ojos. A diferencia de las veces anteriores, la lámpara de la mesita de noche estaba encendida y Sachi estaba a su lado con el cabello revuelto, la preocupación estaba pintada en su rostro.

—Estás muy pálido —dijo—. ¿Otra pesadilla?

Reijiro no dijo nada, Sachi le puso una mano en la frente para percibir su temperatura y su preocupación se convirtió en alarma.

—Tu piel está hirviendo. Iré por una toalla fría.
—No —pidió Reijiro sujetando su mano—. Quédate conmigo.
—Pero…
—Por favor.

El tono suplicante de Reijiro hizo ceder a Sachi, y ella se recostó al lado de él. Ambos permanecieron en silencio por un rato hasta que Sachi habló de nuevo:

—Reijiro, ¿quién es Akane? —preguntó—. Decías ese nombre en sueños.

Reijiro se tensó, girándose para quedar frente a ella y le sonrió con calma.

—Alguien del pasado —dijo—. No tiene importancia.

Y rogó internamente estar en lo cierto.




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