El rastro de la maldad

Cap. 11.- El asesino de East End

Los dos hombres avanzaban con sigilo entre las calles desiertas del barrio de Whitechapel. Era esa hora en que los más juerguistas volvían a casa, y los más trabajadores se dirigían a iniciar sus primeras jornadas; sin embargo, lo que traía a estos dos hombres al sitio era otra cosa, algo mucho más siniestro.

—Está cerca, puedo notarlo.

Tatsu miró alrededor y siguió avanzando, Reijiro lo siguió sin decir nada, de cualquier modo sus palabras no hubieran sido escuchadas. Ambos caminaron hasta llegar a un callejón, donde una sombra estaba agachada sobre el cuerpo mutilado de una mujer; el desconocido se deleitaba cortando el rostro de su desdichada víctima con una sonrisa taimada, sujetando con fuerza su arma; como si el contacto con ésta mantuviera su mente enfocada en la acción que llevaba a cabo. Se encontraba tan concentrado en su tarea, que no se dio cuenta de que lo estaban observando hasta que escuchó su nombre ser pronunciado.

—Akane.

El asesino se tensó al escuchar aquella voz, conocida y querida para él que, en esta ocasión, no mostraba ni un signo de emoción al hablar. El silencio que sobrevino después lo obligó a voltearse dejando al descubierto el cuerpo completamente mutilado sobre el cual había estado trabajando, de modo que Tatsu y Reijiro tuvieron enfrente la macabra vista.

—No puede ser —musitó Reijiro apartando la mirada, notando como, por primera vez, Tatsu parecía turbado por lo sucedido.

Ajeno a sus reacciones, Akane se aproximó arrodillándose ante Tatsu con un respeto reverencial y dijo con una excitación mal contenida:

—Maestro, he logrado completar el círculo. Lo he logrado…
—¿No te he dicho que debes tener autocontrol? —lo reprendió Tatsu—. La nigromancia no sirve de nada si dejas que ésta te controle.

Akane agachó la cabeza con vergüenza al escucharlo, pero a diferencia de otras ocasiones, la emoción era demasiada como para ser eclipsada con facilidad. Había descubierto algo por casualidad, mientras consultaba algunas notas desperdigadas de un viejo libro, y ahora que tenía la oportunidad de comprobar si era verdad, no iba a desaprovecharla.

—Yo… leí sobre el halo de la muerte —dijo—. Es posible hacerlo, maestro, el círculo ya está completo.
—Por supuesto que es posible, mi niño —dijo Tatsu—. Lamentablemente no puedo dejar que lo lleves a cabo.

Tanto Reijiro como Akane se impactaron con las palabras del nigromante, el primero reaccionó con incredulidad y el segundo con disgusto, ambos sin estar seguros del todo de haber escuchado correctamente. Akane se puso en pie lentamente, decepcionado de que las cosas no salieran como lo había imaginado. Su decepción debió ser notoria ya que, al verlo, Tatsu replicó:

—No eres el único que se ha desilusionado, Akane. Esperaba más de ti, si he de ser sincero, y ahora ya no me eres de ninguna utilidad.

Un silencio pesado se creó luego de las palabras de Tatsu, Akane volteó hacia Reijiro y éste le dirigió una mirada que le decía claramente: “te lo advertí”. El muchacho sujetó con fuerza el mango del cuchillo que había usado anteriormente, y se abalanzó contra Tatsu con el arma en alto, pero su ataque fue esquivado por su contrincante al dar un salto hacia atrás con agilidad; al tiempo que del bolsillo de su abrigo sacaba un par de dagas pequeñas que lanzó a manera de distracción; Akane se hizo a un lado para esquivarlas y se encontró con Reijiro, que lo atacó con un sable. El muchacho desenvainó una ninjato para protegerse, y desvió la hoja del sable dirigiendo el filo de su arma hacia su contrincante; con la intención de cortarle el cuello, Reijiro retrocedió dando un salto hacia atrás para después hacer un desplazamiento hacia adelante, y lanzar una patada tomando por sorpresa a su oponente, logrando darle un golpe en el pecho que lo hizo trastabillar; Reijiro se agachó girando sobre su eje, lanzando una patada baja circular que hizo caer a Akane, el joven se incorporó rápidamente y se abalanzó sobre su oponente con el sable en alto, sin darle tiempo a levantarse; Akane giró sobre sí mismo para evitar ser atravesado por el arma y se levantó de golpe con su espada en alto. Fue en ese momento que Tatsu tomó el relevo.

—¿Acaso no fui un buen maestro para ti? —preguntó—. ¿No te enseñé que hay puentes que no debes cruzar?
—Dijiste que podría hacer cualquier cosa con la preparación adecuada —replicó Akane—. ¿Esto no es suficiente para ti?
—¿Cómo pude equivocarme tanto contigo?

Tatu arremetió contra Akane usando una espada, en un ataque directo que fue bloqueado por su contrincante con presteza; con un giro de muñeca, Akane logró desarmar a Tatsu y éste le sujetó el brazo, torciendo su muñeca hasta hacerle soltar su arma; y lo soltó para después, en dos movimientos simultáneos, darle dos golpes: su mano derecha describió una órbita desde la sien para golpear con el canto y la palma de la mano la cintura de Akane, mientras que el puño izquierdo orbitó alrededor de la cabeza para caer pesadamente en el hombro de su contrincante. Finalmente, Tatsu hizo un gesto con las manos y presionó el pecho de Akane expulsando su alma de su cuerpo; el cual cayó inerte en los brazos de Tatsu, que lo depositó con cuidado en el suelo.

Un silencio mortal reinó en el callejón. Tatsu cerró los ojos y bajó la cabeza, musitando una oración, mortificado. Después se levantó, mirando a Reijiro con su característica arrogancia y dijo:

—Hay que sacarlo de aquí.
—¿Y a dónde lo llevaremos? —le preguntó Reijiro.
—A donde nadie pueda encontrarlo.

*****

Reijiro se apartó de Subaru con brusquedad y éste se zafó de su agarre, el cual había sucedido en los últimos minutos.

—Realmente tienes mucha fuerza —dijo Subaru observando sus antebrazos, que mostraban marcas violáceas—. No debió ser bonito lo que viste.

Sachi se acercó a Reijiro y él se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Ambos se miraron fijamente y ella le preguntó:




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