El rastro de la maldad

Cap. 19.- El encuentro final

Subaru observó a sus compañeros detenidamente, tenía que asegurarse de que estuvieran lo suficientemente recuperados para enfrentar lo que seguía.

—¿Todo bien? —les preguntó.

Sekai parecía estar en un trance de meditabunda desolación, pero sacudió la cabeza como si así espantara sus demonios internos, y asintió. No era momento para dejarse llevar por sus emociones, así estuvieran a flor de piel.

—Perfecto —dijo, mirando a Sachi—. ¿Te sientes mejor?

La muchacha asintió sin decir nada, se había serenado luego de su exabrupto producto de la alucinación que había sido creada para manipular su culpa, y había recuperado el control de sí misma. Reijiro le tomó la mano, dándole un suave apretón, y ella lo miró; él le sonrió indicándole que no había nada de qué preocuparse, ya que todo estaba en su lugar. La maldición de las dos almas había desaparecido y él tenía solo su esencia, la cual había absorbido la de su antiguo mentor. Todos estaban listos.

—¿Qué nos espera del otro lado? —preguntó Sekai.
—Hay un gran hoyo en el suelo —respondió Reijiro—, que sirvió en un principio como hoguera y después se habilitó como pira funeraria. Pero en este solo arde un fuego antinatural creado por dos fuegos distintos: la llama negra de la vida…
—… y el fuego fatuo de la muerte, Para crear la brasa de la muerte verdadera.

Reijiro frunció el ceño con las palabras de Sekai, más concretamente con la mención de la muerte verdadera, pero no hizo ningún comentario al respecto y añadió:

—Hay una cámara de urnas dónde se guardan los cuerpos. Allí se mantienen en conservación con energía de Primeval.
—Resumiendo: hay que encender una pira —dijo Subaru—. Okey, ¿cómo entramos al lugar?

Reijiro sonrió acercándose a la pared acuosa y apoyó la yema de su dedo índice en un extremo de la misma, haciendo un movimiento de un lado a otro como si estuviera descorriendo una cortina. De manera incongruente, la pared se abrió por la mitad, revelando una luminosa oquedad que daba a un paisaje en sepia.

—Después de ustedes —dijo.

Nuevamente, Sachi fue la primera en adentrarse al interior, siendo seguida por Sekai y Subaru, siendo Reijiro el último en entrar; y la pared se cerró tras él. Luego de un breve trayecto, el pequeño grupo llegó a una cueva de piedra color terracota, cuyas paredes se elevaban hasta donde alcanzaba la vista; el recinto era ancho, de forma ovalada, separado en dos niveles. El primero era un suelo liso a excepción de un boquete en forma de “O”, de unos 60 cm de profundidad, con unos cristales verduzcos esparcidos en el fondo, el hoyo era lo suficientemente ancho para que allí cupiera una persona recostada.

—¿Allí se va a encender una pira? —preguntó Subaru.
—No es una pira cualquiera —precisó Reijiro—. Allí se crea la brasa de sacrificio… aunque lo de “brasa” es una mera expresión: en realidad se crea una masa viscosa que se traga todo lo que toca y después lo pulveriza.

El muchacho señaló el segundo nivel, el cual consistía en una ancha pasarela donde se encontraban una serie de cajones, cuyas puertas perfectamente cuadradas estaban talladas en la pared, y dijo:

—Allí están los cristales, pero no sé exactamente dónde. Y en el último cajón a la izquierda…
—Reijiro —llamó Sachi—. Allí hay un cuerpo.

Ambos se dirigieron hacia allá, y teniendo un mal presentimiento, Sekai se transformó en kitsune  y voló hasta la pasarela; Subaru extendió sus alas, elevándose en el aire en el momento que Sekai recobraba su forma humana, y se dirigieron al último cajón de la pared mientras Sachi y Reijiro se acercaron al cuerpo, que estaba tendido sobre su costado izquierdo, dejando a la vista solo su cabello blanco.

Con cuidado, Sachi volteó el cuerpo colocándolo boca arriba, y quedó al descubierto su piel cetrina surcada de venas azuladas. Sus ojos estaban abiertos y completamente blancos. Sachi y Reijiro se miraron uno al otro con desconcierto, ¿acaso habían llegado tarde y la maldición de las dos almas había surtido efecto? La respuesta les llegaría muy pronto.

Sekai y Subaru abrieron el cajón, que soltó un chirrido tenebroso, revelando un espacio vacío; en ese momento el eco de unos pasos se escuchó en el  nivel inferior y las miradas de los presentes convergieron en un extremo; de donde un chico apareció. A pesar de estar notoriamente vivo, su piel mostraba la palidez propia de la muerte y sus ojos brillaban con una maldad anidada por años, que volvían más notorias sus pupilas castañas, su cabello negro estaba apelmazado y mostraba algunos mechones blancos, producto de un envejecimiento acelerado que se había detenido bruscamente.

—Tenía la esperanza de que la maldición de las dos almas te hubiera alcanzado, Akane —dijo Reijiro, provocando una sonrisa sarcástica en su interlocutor.
—Qué poco me conoces, Reijiro —dijo—. Algo tan simple como eso no podría detenerme.

Sekai observó a Akane, anonadado. Durante todo el trayecto, se había estado preguntando por qué Tatsu no había asesinado a Akane, decantándose en su lugar por encerrarlo en el plano de los olvidados y ahora entendía la razón: salvo pequeños detalles, Akane Kurosawa era la viva imagen de Hikari Ikaranase. Esa breve observación duró un momento, siendo sustituido por algo más preocupante: el chico estaba vivo y poseía la ira de siete víctimas asesinadas brutalmente, una ira que tenía pensado liberar en el mundo.

Y entonces, todo se desvaneció en la enorme ola de su propia ira, la que había estado sepultando desde que Chaosas irrumpiera en el santuario, destrozando su pacífica existencia. Se entregó al impulso asesino de su enojo, dispuesto a destrozar todo lo que tuviera enfrente sin importar las consecuencias.

—¡Sekai! —exclamó Subaru—. Lo que sea que veas, no es real!

En su primer enfrentamiento, Akane no había podido afectarlos con la ira, debido a que era un espíritu dentro de un cuerpo ajeno, su fuerza no era la suficiente en ese entonces. Ahora las cosas eran diferentes: tenía el poder necesario para envolverlos con su enojo; en ese aspecto tenía al menos una ventaja: al ser la personificación de la neutralidad, Subaru no se veía influenciado por tal manipulación.




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