El Reencuentro

Capitulo seis: El comienzo de sus primeras aventuras

 

                

BAJO LA FUERTE LLUVIA PUDO VER DESTELLOS DE LUCES, sin saberlo había cabalgado hacia un pueblo, cruzó un puente y ante ella apareció una amplia calle con casas, se alegró de haber encontrado aquel lugar, casi había perdido la esperanza esa noche. Fortuna se había ganado con creces una manta y una buena forja de heno. Suspiró aliviada, habían salido de aquel camino infernal. Con suavidad tiró de las riendas haciéndola caminar, dio unas palmadas en el cuello del animal como agradecimiento de su esfuerzo.                                                                  

Pero tenía la sensación de que el peligro aun acechaba y su intención era encontrar un lugar donde pasar la noche. Sus rezos se vieron cumplidos casi de inmediato, al ver a dos jovenzuelos jugando a los dados bajo la lona de una herrería cerrada, sin bajarse de la montura les preguntó dónde podría alquilar habitación para la noche. Los dos eran pelirrojos y pecosos.                                                                                              

—Vaya a las Tres Cabezas —apuntó uno de ellos con un dedo hacia la dirección de la posada, —siempre tienen alguna habitación libre.                                                                    

Valentina los miró por largos segundos, eran gemelos sin duda o estaba tan cansada que ya veía doble. Les arrojó unas monedas, estos casi cayeron de bruces al ver el brillo del metal. Ella recorrió los escasos metros que la separaba de la posada, con los dos hermanos siguiéndola

Valentina recorrió los escasos metros en su montura, se bajó de un salto y acarició al caballo para fijarse en el corte superficial que tenía en el costado, por lo demás el animal se veía bien, aunque cansado, pero fuera de peligro, con mano firme ató las riendas de sus bridas a un travesaño entre dos postes delante de la puerta de la posada.               

—Estaremos aquí si necesita de algo—se ofreció uno de los gemelos.                                              

—Necesita agua, una manta para secarlo y buena forja fresca de heno, ¿sabréis hacerlo?

Los dos jovenzuelos se miraron una a otro, aquella noche parecía entretenida, era mejor que jugar a los dados. El más espabilado cogió las riendas y echándoselas al hombro tiró del animal.                              

—Por dos monedas más, se lo cuido toda la noche.                                        

Valentina sonrió.

—Si haces lo que te dije, te daré una extra. Y espero, que la manta y el heno sean de buena calidad.Una sonrisa traviesa se dibujó en su cara al ver que esa noche hacia dinero sin jugar y sin tener que compartirlo. Se fue silbando contento bajo la fina lluvia, su hermano lo seguía parloteando, sobre cómo se gastaría el dinero.                                                                                 

La calle estaba desierta, con mano firme y algo temblorosa abrió la puerta. El lugar no estaba muy concurrido, aparte de un grupo de hombres que parecían cazadores, por las escopetas y las presas cazadas que llevaban en dos alforjas. Dos ancianas cenaban sentadas aun lado de la chimenea. Dos perros Sanmartín ladraron sin moverse del lugar, algunas cabezas se giraron hacia la puerta para volver a sus conversaciones, se alegró de pasar desapercibida.                

La redonda cara amigable detrás de la barra la saludó con la cabeza, a la vez que se limpiaba las manos en el sucio delantal atado a su ancha cintura, se acercó hacia ella mostrando unos dientes amarillentos. Sin mucha ceremonia colocó unas jarras de latón sobre el mostrador de madera oscura, por la suciedad y el uso.

—¿Que le sirvo?                                

—¿Es tarde para cenar algo? —No quería sonar desesperada, no tenía hambre, solo quería un sitio donde poder cambiarse la ropa mojada y descansar. La mujer la miró con curiosidad su cara no le era conocida y aún menos ser del lugar. —Estoy de paso, continuó. —Solo necesitaría una habitación donde pasar la noche, mañana antes del alba me abre ido. —Intentó sonar como una forastera perdida he ingenua. Sosteniendo la esperanza de que la mujer no dijera el no.                                                                                      

—Tengo un cuarto pequeño con un catre y mantas, es modesto, pero cubrirá sus necesidades. —Aquellas palabras sonaron como un bálsamo a sus oídos. —Le llevaré algo de cena, aún queda comida en el caldero. —Con su dedo rollizo apuntó hacia la única mesa libre cerca de la chimenea.

Valentina agradecida dejó una moneda de oro sobre el mostrador, muy segura de que pagaba con creces la cena y la estancia por esa noche. Los ojos de la tabernera bailaron juguetones, con el reflejo del dorado metal, hacía tiempo que no le pagaban en oro.  La cogió y llevándosela a la boca la mordió para asegurarse que era autentica y sin más se la escondió en su profundo escote.                                         

Con paso firme, Valentina se dirigió hacia la mesa, se deshizo del pesado abrigo y lo colgó en uno de los ganchos de la pared, con el calor del hogar se secaría. Se sentó en el taburete de espaldero alto, cerró los ojos por segundos sintiendo el calor de la chimenea, sintiendo un escalofrió de placer para después frotarse las manos con fervor. Las tenía frías y casi moradas, sacó del bolsillo interior de su abrigo una libretilla de cubierta negra, era su pequeño diario, donde tomaba notas de situaciones o lugares importantes.

La zona no le era nada familiar y sabía que se había desviado bastante de su camino, quizás mañana todo se vería más claro, pensó. Casi de la nada un cuenco de sopa humeante apareció frente a ella, Valentina levantó la cabeza para encontrarse con la cara amigable de la tabernera.

—Es sopa del día, —dijo, dejando sobre la mesa una jarra de sidra de la comarca, un trozo de pan y queso. —Tenemos postres de arroz con canela.                                                                    




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