El Reencuentro

Capítulo ocho: Y ocurrió lo que se temía

 

EL CASTILLO DE POLETAN, ERA IMPRESIONANTE, construido en la cima de una montaña al Sur de Curtea de Arges. El camino Trafagaras era impresionante, atravesaba los Cárpatos, de donde se dominaba todo el valle y una buena defensa. Elevada edificación con una enorme serpenteante escalera de piedras, sus dos torres de vigía en la parte frontal era el único camino de acceso hacia la fortaleza y la constante niebla en la zona, lo hacía casi invisible a cualquier ojo humano. De camino bastante escarpado, a caballo era el único acceso si se era conocedor de la zona.

Decían que muchos intentaron adentrarse, y que jamás volvieron. Igor, el jefe del clan Fures, habitaba la zona por más de cien años, apropiándose de la única forma que él conocía, matando y arrasando con todo. Había transformado el castillo en su hogar y en su lugar de recreo para sus sangrientas matanzas. El lujo, las orgías entre sus concubinas, las desapariciones de las jóvenes vírgenes de las regiones cercanas y las cámaras de torturas, habían convertido el castillo en un lugar aislado del resto del mundo, de donde nadie quería escuchar hablar.

Era en lugar seguro para este Clan de asesinos sanguinarios. Igor había mandado a una veintena más de sus hombres para espiar los caminos, sabía que Max estaba atravesando rutas muy bien estudiadas, para ocultar la mercancía que el tanto apreciaba obtener. Destruirlo, era su moto, y la ambición de ser jefe del Clan Sabbath sería una realidad. Deliberadamente dejó creer a su adversario de que no habría emboscadas.                                                                         

Lejos de la realidad, y más que nunca Igor estaba más cerca en conseguir su botín, todo estaba preparado, seguían sus pasos muy de cerca, pero con la mayor prudente distancia. 

El ataque final sería en Pleine- Fougeres Francia. Allí, diez de sus mejores hombres los esperarían, Igor tenía fama de vencedor, y en esta batalla, ponía toda su astucia y experiencia de décadas de batallas. Al igual, que también conocía las tácticas de lucha de su adversario, astuto como él, pero con una hábil maestría en desaparecer, Igor tenía la idea de que detrás de todo había un secreto que hacía a Max casi invencible y él estaba dispuesto en desarmarlo por completo.  

                                                                               ***                                                                 

EL DÍA AMANECIÓ TOTALMENTE negro en Fougeres. La residencia Fleurdumont, era una de las propiedades de los Malsalón, donde se había vivido mejores años, pero aun así seguía siendo una magnifica propiedad donde ocultarse, a las afueras de cualquier civilización y rodeada de bosques y acres de terreno.

Max levantó la mirada y solo vio en el cielo nubarrones deprimentes que lo volvían de un desagradable tono plomizo. Arrugó el papel que sostenía. Algo no iba bien. Quería dar un puñetazo a algo. Se volvió y advirtió que Ciprian lo miraba con preocupación desde la puerta.                                                                   

—Ahora estoy ocupado. 

—Ya lo sé, por eso estoy aquí—dijo Ciprian cerrando la puerta del despacho tras él. —Desde anoche estas diferente, preocupado. ¿De qué se trata? —Ciprian dirigió la mirada hacia el papel arrugado que sostenía en una mano. Max lo dejó caer en la mesa.                                    

—Es de uno de mis contactos, todo está listo para esta noche, zarparemos antes del anochecer.                

—Son buenas noticias, entonces —respondió Ciprian, con expresión más relajada. —Si ese es todo lo que te preocupa hermano, creo que deberías de disfrutar del momento. Hemos recorrido Francia casi sin descanso, lo has coordinado todo perfectamente, como siempre haces.  

Ciprian le tendió un vaso de brandy a la vez que se servía uno para él, se acercó hacia la ventana, el tiempo era horrible, pero mejor para ellos, así pasarían inadvertidos entre los comerciantes y toda la escandalera que se formaba en el pequeño Puerto de Beauvoir.

Allí los espera Jean Paul, el dueño de un pequeño barco que iba a la abadía de Saint Michel tres veces a la semana, cargaba su mercancía en la bodega y allí sería donde ellos se ocultarían. Por una generosa cantidad de monedas de oro, le había dejado un lugar en el barco, tendrían que compartir la travesía con sacos de patatas, arroces y jaulas con gallinas.

El reloj de péndulo de pared, anunciaba las siete de la mañana con sus campanadas, Max se acercó hasta la ventana donde su hermano seguía con la mirada perdida.                                      

—Son muchos los buenos recuerdos vividos aquí. —La voz de Max sonó algo melancólica, observando los jardines tan descuidados, allí pasaron muchos veranos en familia.                               

—Y que lo digas —respondió Ciprian. —Ahora todo es pasado, cada uno de nosotros hemos crecido y hemos escogido nuestros propios caminos. Todo lo que queda ahora es acabar cuanto antes y poder seguir adelante.

Max miró a su hermano menor, este había crecido y casi le pareció ver a un nuevo Ciprian, casi no quedaba nada de aquel adolescente y sus líos de faldas, con su único fervor de jugar y seducir a doncellas, algo que Ciprian dominaba a la perfección. Sonrió al pensar, la de veces que él le había salvado el pellejo de ser linchado por un marido celoso.

Con un suspiró, Ciprian se alejó de la ventana, las nubes se volvían negras, anunciando lluvia.

—Creo que daré un paseo por las cuadras, —dijo —aprovecharé que el tiempo no está para paseos a caballo.    

—¿Sabes si aún siguen durmiendo?                                          

—Están abajo, desayunado—respondió Ciprian—. Y tú, deberías unirte a ellas, tienes caras de necesitar un buen desayuno, Luck es un buen cocinero—añadió— dándose unas palmadas en la barriga.

Segundos después se marchó, dejándolo solo en el despacho, pensativo, aún no estaba todo acabado. El peligro de aquella travesía estaba por llegar. Se sentía ansioso esa mañana, quizás su hermano tenía razón.




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