El Reencuentro

  Capítulo Nueve: La doncella en peligro        

                                                                                                            

LA FORTALEZA DEL CLAN FURES, ESTABA SITUADA a casi treinta kilómetros de distancia del pueblo pesquero de Beauvior, desde donde Valentina fue secuestrada. Los hombres de Igor no se arriesgarían hacer todo el camino de vuelta hacia Castillo de Poletan, les tomaría tiempo y eso era lo que no querían perder, sabía que Max estaría enfurecido y organizando su siguiente paso. Igor disfrutaba ver como sus planes daban el resultado esperado, he incluso el mero hecho de provocar la ira de Max, valía cualquier baja entre sus hombres,

La Torre fortaleza estaba en una zona costera francesa, construida sobre unos imponentes y peligrosos acantilados que dominaban el Atlántico, de pasadizos y galerías con salidas al mar donde colgantes nidos de águilas decoraban las perfiladas he inaccesibles paredes de los acantilados.

La Torre exenta de planta y de forma tronco cilíndrica de diez metros de altura y ocho de diámetro ocupaba uno de los puntos más elevados del promontorio del acantilado sobre escarpadas rocas, por donde se podía ejercer un perfecto control visual del territorio que la circundaba.

Constaba de dos plantas y una cubierta plana cerrada mediante un muro coronado con tres almenas, donde el único acceso era a través de una puerta elevada con dintel. En el primer piso, estaba la entrada que defendía desde la terraza. Una vez dentro, una sala circular custodiada con armaduras y antorchas en las paredes iluminaban el camino hacia corredores, túneles y pasadizos secretos que llevaban hacia las profundidades de la fortaleza.

Cada tramo de escalera estrecha y escalones desiguales llevaba a una nueva galería. Las estancias de Igor ocupaban casi tres, entre ellas se encontraban sus cámaras de torturas, sus salones y dormitorios privados donde acomodaban a sus vampiras, siendo una pieza muy importante de la convivencia. El resto de la fortaleza, la ocupaban los miembros del clan, donde vivían y se dedicaban a cuidado y protección de esta.

La galería Norte llevaba hacia el fondo del acantilado con una salida hacia el mar, con marea baja dejaba una entrada de la cueva expuesta al ojo humano, haciendo la entrada difícil pero no imposible, y si se conseguía entrar, la supervivencia era casi imposible, especialmente si se era capturado por los vigilantes que rondaban la zona todas las noches.

De día no se dejaban exponer a los elementos exteriores que pudieran matarlos. La actividad nocturna era activa. La fortaleza parecía revivir en cada puesta de sol. Lentamente y con pesadumbre Valentina se llevó una mano hacia la frente, se sentía muy cansada y sedienta, hizo un intento de levantarse de la cama donde había estado tumbada desde que llegase del frenético viaje a horcajadas sobre un caballo. Un dolor punzante en el costado derecho la dobló por la mitad, allí fue donde aquel desgraciado le dio el puñetazo dejándola inconsciente.

Se incorporó hasta quedar de pie, se tanteó la zona dolorida, al menos no le había roto las costillas, pero el moratón lo llevaría por semanas. Caminó unos pasos he intentó reconocer aquella habitación, pero no le era familiar. El candelabro de seis brazos sobre una estrecha larga mesa iluminaba la estancia, las paredes estaban cubiertas con tapices de paisajes nocturnos, donde se podía ver claramente una luna llena iluminando la vida nocturna con criaturas mitad humano mitad bestias. Figuras volando y figuras humanas con expresión de horror en las caras, huyendo de aquellos monstruos voladores.

Una cama con gruesos dorsales de madera y con cortinas abiertas a cada lado, de iguales bordado y dibujos como los tapices en las pareces, ocupaba un rincón de la habitación. Valentina sintió escalofrió, sintió una presencia invisible o quizás era el cansancio que la hacía sentir cosas. Indecisa se dirigió hacia la puerta que por alguna razón y para su suerte estaba abierta, allí se encontró con una larga galería iluminada con antorchas de gas, miró ambos lados Perdida, desorientada y sin saber dónde estaba o adonde ir, por lo que decidió ir hacia la derecha.

Quizás aquella galería la llevaría algún sitio, se dijo, pasando un par de puertas cerradas y corredores, caminó varios metros donde la galería se dividía en dos túneles, decidió seguir por la derecha una vez más, cruzándose con más puertas cerradas en su camino. Al cabo de un rato se encontró frente a una completamente abierta y en total oscuridad, se paró en el umbral por largos segundos con la intención de ver algo, cuando de pronto sintió un fuerte empujón por la espalda haciéndola caer de bruces por la brusquedad, golpeándose con el suelo, a la vez que la puerta se cerraba detrás de ella con un sordo portazo.

Temblorosa gateó con la esperanza de encontrar algo en su camino donde poder apoyarse y a la vez la orientaría de donde estaba, pero la oscuridad era tan espesa en aquella habitación que ni la brillante luz de las antorchas que iluminaban los túneles se filtraba por las ranuras de la puerta. Sentada sobre sus tobillos intentó respirar profundamente para controlar el miedo a lo desconocido. Un ruido de arañazos en las paredes la asustó de tal manera que gateó despavorida sin dirección alguna. Después de unos eternos segundos de pánico un fuerte impacto la paró en seco haciéndola perder el conocimiento.

Una vez más Valentina caía inconsciente, sola, y en completa oscuridad, a la merced de su anfitrión del que aún no conocía existencia.

Ni como ni cuando, con lentitud abría los ojos a la vez que el dolor de la frente se agudizaba.             

Por un momento no supo dónde estaba, pero su intuición le decía que no estaba sola. Las ataduras alrededor de sus tobillos eran evidencia de que estaba en peligro, escuchó ruidos prominentes de la oscuridad, seguido de pasos que avanzaban hacia ella. Para su horror tres figuras femeninas de una palidez enfermiza y con vestimentas vaporosas se acercaban hacia ella ceremoniosamente. Valentina intentó zafarse de las ataduras, pero solo conseguía hacerse más daño.




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