El Reencuentro

Capitulo diez: La dulce venganza

                                                         

 

VALENTINA OBEDECIO, LA INCERTIDUMBRE SE APODERABA DE ELLA. Los ojos grises azulados parecían querer dilatar sus pupilas, la media sonrisa que él le regaló casi la hizo flaquear al ver la lengua bífida moverse entre los dientes.

—Me haces dudar. He incluso estoy indeciso entre destruirte o convertirte… Sería una conversión dulce y eterna. Pero no podemos defraudar a nuestros invitados, —dijo él—inclinándose hacia ella hasta acariciar con la lengua el lóbulo de su oreja derecha y con la mirada fija en la penumbra. —Métete dentro—le ordenó en voz baja. Ella lo miró como si no estuviera hablando en serio, sabía que una vez ahí dentro, no saldría con vida.

Igor intuyó sus pensamientos, y con voz ronca le susurró, que no moriría, aún. Aquello la mortificó aún más, aquel carnicero sanguinario tenía la intención de hacerla agonizar hasta su último aliento.          

Con suavidad Igor la empujó hacia el cofre con forma de humanoide, de un interior forrado de madera oscura muy pulida, sus puertas estaban forradas de afiladas púas, una vez en su interior los clavos la penetrarían por su cuerpo, pero sin dañar ningún órgano vital, se desangraría, provocándole una muerte lenta, cruel y agónica.

Irguiendo sus hombros, Valentina dio un paso corto hacia tras seguido de otro, hasta quedar confinada en el cofre, tenía que actuar rápido, pensar en algo antes de que las puertas se cerrasen para siempre.              

—¡Fuiste tú! ¿verdad? —Igor enarcó una ceja, no esperaba una pregunta. —Sí, fuiste tú, quien mató a Silvio, sangrándolo hasta la ultima gota de su cuerpo..

Ahora ya no sentía miedo, solo ganas de matarlo, sin aviso y para sorpresa de Igor Valentina saltó sobre él, desgarrándose el vestido con las afiladas agujas de metal. Él, esbozó una sonrisa de sorpresa y diversión, ¿de verdad pensaba que podría derrotarle? Aquello lo excitó, ahora, sí la convertiría. La tendría como su concubina eternamente. Aquella braveza humana lo excitaba hasta el punto de querer poseerla y saborear su sangre emanando de su yugular, algo que disfrutaba con sus cacerías humanas.

La giró hacia el cofre y con un ligero empujón la metió dentro, con la mirada clavada en él, Valentina no dejaba de maldecirlo. Igor sonreía. Las túnicas rojas se movían, sabía que, con un solo gesto, todos se abalanzarían sobre ella.

Parecían perros, allí, quietos, sumisos, esperando una orden para lanzarse sobre la presa. De pronto, sin saber cómo, dos de sus hombres salieron despedidos por el aire decapitados, aterrizando a escaso metro de él. Una intensa cortina blanca de humo lo cubrió todo en cuestión segundos, haciendo imposible ver.

Valentina se tiró al suelo para evitar ser atacada, gateó y palpó, hasta que creyó haberse alejado lo suficiente del cofre, si caía sobre ella, acabaría aplastada y atravesada por los punzantes hierros. Pero no veía nada, solo esperaba que su instinto la llevase a zona segura. Alrededor de ella el sonido era aterrador, una matanza se estaba llevando acabo allí y ella no podía ver nada.                                                               

De pronto un brazo la rodeó por la cintura elevándola un palmo del suelo y tirando de ella, Valentina pateó y lanzó puñetazos al aire para defenderse de su agresor, solo pensar que podría ser Igor, la encolerizaba más.

—Soy yo, Luck —el puño de ella quedo suspendido en el aire al reconocer la voz familiar. Un impulso la hizo abrazarse a él, estaba a salvo.                                                                

—Oh Luck, gracias a Dios, eres tú. —Aliviada, se apoyó sobre su fornido hombro, alejándola de aquel infierno. Lentamente Valentina abrió los ojos, la niebla había desaparecido. Luck le sonrió a través de una máscara que le cubría toda la cara, facilitándole ver y respirar sin ninguna dificultad. Tenían que alejarse y salir de la fortaleza lo antes posible, aquel lugar dejaría de existir antes del amanecer.

El ruido de desprendimientos prominentes de las galerías era muy real. Ileana no pudo dejar de pensar en el resto del grupo ¿Estarían todos allí? ¿Estaría Aleyda a salvo en la abadía? Desde lo más profundo de su corazón lo sentía, todos estarían a salvo de aquella pesadilla, una vez que Igor y su guarida fueran destruidos.

                                                                                 *** 

La velocidad de salto de Max fue rápida. Sus movimientos ligeros hicieron que cayera sin hacer apenas ruido, mientras seguía con mirada asesina al guardián. En cuestión de segundos lo hubo tumbado de una patada en el pecho, haciendolo caer estrepitosamente sin darle tiempo a levantarse, y con un giro maestral lo decapitó con el hacha. Con un puntapié lanzó la cabeza hacia la entrada de la guarida, atrayendo la atención del resto que merodeaban por la única entrada hacia la Torre desde el mar.

Dejando así, el camino libre para resto del grupo, quienes corrieron hacia las galerías, cargando bombas de manos infalibles y destructivas, capaces de derribar la fortaleza. Con esa idea se adentraron en lo más profundo de las galerías, pero antes tenían que llegar hasta donde estaba ella.

Ciprian miró hacia atrás por última vez antes de desaparecer en la oscuridad, vio cómo su hermano desaparecía prácticamente bajo una montaña de sanguinarios.

Con el sonido de la muerte como aliado, Max lanzó por los aires a sus contrincantes. Decapitándolos, descuartizándolos en cada movimiento de ataque. La rapidez con la que Max manejaba los cuchillos era la prueba de años curtiéndose en ese arte. Cuando todo hubo acabado, se limpió la cara cubierta de sangre, se alejó dejando tras él una carnicería de cuerpos mutilados en brazas, y se adentró por el mismo túnel por donde su hermano y el resto del grupo lo hicieran minutos antes,




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