El Reencuentro

Capítulo Once: Corriendo hacia su libertad

          

 

UNA SEGUNDA EXPLOSION LOS CATAPULTO HACIA  ARRIBA para aterrizar en el duro suelo de la entrada. Algo desorientado, miró complacido al ver que era Max quien le tendía una mano. Ciprian sintió el impulso de abrazarlo, pero prefirió dejarlo para cuando estuviesen fuera de peligro. Corrieron hasta notar el aire fresco, las luces de las antorchas les sirvieron como guía, bajo sus pies, el suelo empezó a temblar compulsivamente.

Luck esperaba sobre su caballo en el umbral, inquieto. Sino los veía salir se adentraría también, pero no hizo falta, sus rezos fueron escuchados. Allí los vio venir, y cuando tuvo a su lado a Ciprian, lo levantó hasta colocarlo detrás de él sobre su montura.

Max saltó sobre su semental donde Valentina iba sentada, la sorpresa la hizo soltar las riendas que él con destreza alcanzó, y sin esperar, todos salieron como una estampida del lugar. La tierra tembló por última vez. El acantilado se derrumbaba como una torre de naipes, estrepitosamente, provocando grandes nubes de fuego y polvareda, arrastrando consigo toda la fortaleza y árboles de los alrededores.

Cabalgaron durante largos minutes, pareciéndoles eternos, no sabían si aún seguían en el perímetro de la fortaleza, por lo que continuaron a galope hasta acortar varios kilómetros.

Valentina respiró aliviada cuando minutos después, Max dio la orden de hacer un breve descanso cerca de un riachuelo, rodeado de frondosos árboles de copas angostas. El lugar les proporcionaría un refugio temporal hasta que pudieran rehacer el viaje de vuelta hacia la abadía.

Durante unos breves segundos, no dijeron nada. Solo el ver que estaban enteros y a salvo, era suficiente. Seguían en shock por lo ocurrido y por la suerte de poder contarlo. Y ahora, sin provisiones y sin un techo donde poder pasar la noche, Max y Luck decidieron echarse una vez más al camino, estaban seguro que sería solo cuestión de escasos kilómetros antes de encontrar algún pueblo o aldea y, si lo encontraban, allí, pernoctarían esta noche.

Necesitan descansar y comer. Valentina y Ciprian quedaron atrás, solos, esperando sentados alrededor de la fogata que los mantenía calientes de la fría noche. Los guardines se habían despedido cogiendo diferentes caminos, Max les había dado un sobre para que fuese entregado a su jefe Razyan del clan Durkas.  

                                                                                 ***

Tres kilómetros. Esa fue la distancia que recorrieron de más, antes de encontrar cualquier clase de civilización. Adentrándose por un camino de piedras, divisaron en la distancia la entrada de una aldea. Cruzaron un puente cubierto y una atalaya de vigía, ahora deshabitada. Se sorprendieron al encontrar el lugar en plena ebullición. Música, caras sonrientes les daban una calurosa bienvenida.

Luck se alegró cuando pararon a la orilla en un arroyo cercano, donde pudieron lavarse la piel cubierta de tizne y reemplazar la ropa sucia por mudas limpias, que llevaban en las alforjas. Nadie de la aldea podría pensar del infierno del que habían escapado. El único lugar.

Luck entró seguido de Max en la taberna y posada donde, el aire cargado de olor a comida grasienta y cerveza rancia inundaban el ambiente. Las tripas de Luck gruñeron de hambre, como humano que era. Al otro lado de la barra un larguirucho jovenzuelo con la cara cubierta de granos, se dirigió hacia ellos arrastrando perezosamente los pies y con cara de querer pocas fiestas. Luck sacó una moneda de oro de su levita, atrayendo la atención de la otra figura de baja estatura y de protuberante barriga, colocándose delante del lánguido joven a quien despacho hacia la cocina.                                                                             

—Buenas noches caballeros ¿en qué puedo servirles? —El hombre de corta estatura y de ojos redondos, se fijó en el color dorado del metal, se subió las gafas con el dedo anular. Luck se limitó a pedir algo de beber, mientras Max con expresión vacía se entretenía leyendo un grasiento papel marrón con el menú del día.    

—Se ve bastante animado esta noche —preguntó curioso, poniendo otra moneda de oro sobre el mostrador. —Necesitamos un lugar donde pasar la noche—añadió mientras se sacaba otras dos monedas del bolsillo de su levita. El ojo del tabernero no perdía de vista el precioso reflejo del dorado metal.

—Tengo habitaciones libres, como puede ver—dijo mirando hacia el grupo, —somos de aquí, solo los viajantes que van de paso suelen pernoctar. —A Luck le agradó la idea de tener un techo sobre sus cabezas esta noche, y para celebrarlo vació de un trago la jarra de tibia cerveza. El dorado líquido bajó por su garganta como agua para un sediento. Max dio un sorbo a la suya sin el mismo entusiasmo que su amigo.

—¿Que se celebra? —preguntó Max, cuando el tabernero puso otras dos jarras llenas delante de ellos.

—Son las fiestas de nuestro Santo Patrón, Dimas de Viterbo, —respondió el tabernero orgulloso de poder celebrarlo a lo grande. —El santo de las vendimias, y este año ha sido uno de las mejores. Después de tres años malos, parece que el santo se ha apiado de nosotros, por eso lo estamos celebrando hasta que el estómago resista, —dijo mirando hacia el pequeño grupo de la familia Sherwood, donde casi todos estaban bien pasados de cerveza y sidra de la comarca. He incluso la anciana, se le veía bastante animada que de costumbre. —Hoy toca beber, bailar y disfrutar —añadió—vaciando de un trago su jarra. —Siéntense y disfruten, la comida se les servirá pronto.                                                                    

Mirando a su alrededor Max encontró una mesa vacía y lo bastante retirada. Sin esperar a su amigo se abrió paso entre los comensales con una sonrisa. Allí cenaron y pidieron algo de comida para llevar he incluso tuvieron la oportunidad de ver las habitaciones.                                        




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