El Reencuentro

Capítulo Doce: El lado oscuro de Max 

               

                                                                    

MAX, HUNDIA SUS COLMILLOS POR SEGUNDA VEZ EN EL CUELLO ya inerte del jabalí, era su segunda presa de esa noche y se sentía satisfecho. Lleno de energía. Había pasado tres días sin alimentarse, sintiéndose vulnerable y agresivo. He incluso su olfato de había vuelto más sensible, llegando a oler la sangre que manó de la herida en la pierna de ella, cuando cabalgaron juntos sobre la misma montura.

Se había fijado varias veces en su cuello seductor, cada vez que ella lo giraba hacia él para hacerle alguna pregunta, exponiendo su yugular, podía notar la sangre fluir por la fina piel, aquello para él era tortura. Y cuando tuvo la oportunidad desapareció por varias horas.

Su hermano y Luck ya lo conocían y sabían que el necesitaba alimento de otra índole. Una vez hubo terminado de saciarse con sangre de animal, enterró el resto del jabalí, para no levantar sospechas en los alrededores. Desde allí se acercó hasta el arroyo donde se bañó pulcramente bajo un cielo estrellado en una gélida noche.

De vuelta a la posada encontró a su amigo, sentado sobre una bala de heno apuraba el último trago. Los caballos habían sido lavados y descansaban después de un día de dura prueba. La música había cesado y los aldeanos habían vuelto a sus hogares.                            

—Tienes mejor aspecto —reconoció Luck, ofreciéndole su jarra, Max la declinó con un gesto, mientras se sentaba a su lado. Allí, callados compartieron por varios minutos la soledad y el silencio de la noche. Luck, de un trago vacío la jarra para dejarla en el suelo, perezosamente se levantó y estirándose se giró hacia su amigo. —Mis huesos necesitan un buen descanso y un baño, huelo a muerto—sonrió. —Y Tú —añadido—Deberías irte a la cama, aunque no lo necesitas.

Max soltó una carcajada.

—Si quieres te puedo ayudar en eso, —contestó.

—No gracias, al menos no esta noche.

Max se quedó allí, sentado observando como la silueta de su amigo desaparecía entre la oscuridad de la noche.  

—Luck tenía razón —se dijo— Allí sentado poco o nada podía hacer, y ella estaba allí arriba durmiendo. Sigilosamente entró en el cuarto para no despertarla, la chimenea hacía estragos por seguir avivada, el rescoldo era lo único que quedaba de las vivaces llamas, manteniendo la estancia caliente.

Se desnudó y se tumbó al lado de Valentina, el aroma de su cabello a jabón de lavanda le agrada, he incluso pego su cuerpo más hacia el de ella, sintió su trasero pegado a su miembro, viril duro y con ganas de ella.

Valentina se movió y eso lo excitó, no pudo evitar acariciar la redondez de su nalga, ella sintió que no estaba sola, se giró, quiso gritar, pero la boca de Max cubrió la suya sin tiempo a soltar sonido alguno, supo entonces que era él. Desnudo y duro buscaba de ella.

Ella no se resistió, dejó que el la hiciera suya esa noche. Necesitaba de él, sentirse viva. Max le beso el pelo, la frente, la punta de la nariz hasta cubrirla de besos, haciéndola suya una vez más. Los amantes disfrutaron de una noche de pasión.                                                        

—Te quiero —susurró él contra su pelo. Era la segunda vez que se lo decía, pero ella no lo escuchó, dormía placida en sus brazos. Con cuidado Max la retiró de el para dejarla dormir un par de horas. Se sentía vigoroso, satisfecho pero hambriento, se vistió en la oscuridad de la habitación.

                                                                     ***

POR LAS RENDIJAS DE LA pequeña ventana, los primeros reflejos de luz se filtraban por las grietas de la madera. Max se adentró una vez más en lo profundo del bosque, cazaría una presa para saciar su ansiedad.

Unas horas después y sigilosamente Max, entró en la habitación, pero esta vez no se tumbó al lado de ella, en cuclillas se afanaba en avivar el fuego casi extinguido de la chimenea, colocó dos trozos de leña seca sobre el rescoldo, sopló ligeramente hasta ver ligeras chispas creando una fina llama que se erguía perezosamente.

Con una media sonrisa dibujada en su cara se sentó en la silla cercana a la chimenea. Desde allí tenía una imagen de ella, con el hombro descubierto, observándola se deleitaba pensando en lo agradable y feliz que podrían ser sus vidas, juntos. Ahora que había vuelto a ganarse su confianza por nada la volvería arriesgar, esta vez no desaparecería sin explicaciones y no intentaría indagar en su vida a sus espaldas.

Ahora parecía que su existencia tenía aliciente. Escuchó un ligero gemido procedente de la cama, creyó que ella estaba despierta, escuchó de otro gemido, esta vez se acercó hasta la orilla de la cama y en cuclillas apoyó los codos a escasos centímetros de ella, le retiró un mechón que le caía por la cara, notó el pelo húmedo y la piel caliente, le tocó la frente y notó que ella ardía y no de pasión por él, sino de fiebre, el sudor recorría cada pliegue del cuerpo de Valentina.

Incorporándose con brusquedad tiró sin querer de las sabanas que la cubría, exponiendo su desnudes, la cubrió hasta el cuello y se alejó de ella con la intención de buscar ayuda.                   

La señora Durman y dueña de la taberna, apareció en el pasillo, para bendición de él. La reconoció esa noche cuando intentaba cargar a su marido pasado de sidra. Max no supo cómo abordarla, no quería ponerla en una situación embarazosa pero no tenía otra opción. La mujer pareció notar la preocupación en su cara.

—El desayuno se servirá pronto milord— ¿se le ofrece algo?

Max vio la oportunidad, carraspeó para aclararse la garganta. Milady no se encuentra bien, estamos de paso y no conocemos a nadie en la zona. —Sabía que mentía referente a su relación con ella, pero no le importó. Para él, Valentina era su mujer, habían compartido el lecho con ella y la había hecho suya lo bastante cómo llevar ese título.                    




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