El Reencuentro

Capítulo dieciséis: Hacia mar adentro

 

A POCOS METROS PUDO VER PARTE DE LA TORRE Y estructuras de la fortaleza, por donde se habían creado unas aperturas por el derrumbe, se adentró por el angosto hueco, lo justo para que su cuerpo pudiese entrar.

Todo era oscuridad Se sorprendió al ver una galería intacta, reconociendo la zona, era una de los túneles donde estaban las salas de torturas, el resto de la construcción era todo un amasijo compacto rocoso, pero para su suerte, esas galerías eran las más cercanas a la zona alta de la torre, salvándose milagrosamente de ser engullidas por toneladas de rocas, piedras y vegetación.

Parecía un lugar fantasma, siguió nadando entre túneles donde a su paso se encontró con galerías prácticamente inaccesibles, siguió nadando entre huecos por donde iba reconociendo el lugar.  

El quicio de la entrada a una sala estaba deformada hundida hasta la mitad, pero lo bastante amplia para que el pudiera cruzarla, con un poco de dificultad entró y al mirar a su alrededor no pudo creérselo. Vio como el pasado se hacía presente. Allí fue donde peleó con Igor, recordando paso a paso todos los movimientos.

El ruido de las explosiones acercándose. El suelo crujiendo bajo sus pies. Lenguas de fuego elevándose entre las grietas. Igor intentando esquivarlas… Él, cortando de cuajo… Su puñal atravesando el cráneo… y el cuerpo de este cayendo al vacío. Y ahora él, se encontraba en la sala donde todo ocurrió.

Tenía que buscar la manera de entrar allí y encontrarlo, si es que aún no había sido arrastrado fuera de la construcción con el derrumbe. Max miraba a su alrededor, intentando encontrar un hueco por donde poder empezar a cavar, movió varias piedras por donde pequeñas burbujas emergían delante de él, desde el suelo.

Aquello era un buen presagio, se dijo, a la vez que retiraba piedras y vigas de maderas. Sin esperarlo pudo ver la habitación a través del agujero. Aunque no lo suficiente grande como para poder pasar, por lo que siguió retirando objetos y más piedras. Escuchó un ruido seguido de temblores de tierra no muy severos, pero los pudo notar, tenía que darse prisa, las estructuras no eran muy estables y con las corrientes marinas variando constantemente, creaba pequeños derrumbes. 

Max siguió afanado en aquel lugar, cada piedra que retiraba dejaba una abertura más visible, sus dos manos y brazos entraban con facilidad y más burbujas seguían emergiendo desde la amplia grieta. Aquello lo animó a seguir, a pesar del peligro que lo rodeaba, en cualquier momento podía ser sepultado y sin escapatoria, por eso tenía que pensar antes de mover cualquier objeto a su alrededor.

Retiró trozos vigas de maderas partidas, que se amontonaban unas encima de otras. Lo que pareció ser una puerta de metal apareció debajo, tiró hacia arriba lo más fuerte que pudo, pero esta no cedía tan fácilmente. Max miró a su alrededor, pero no había nada que quiera usar como palanca, por segundos se quedó mirando hacia el problema que tenía delante él.

Si era imposible levantarla quizás podría hundirla con su peso, pero ¿que podría usar, para hundirla?, pensó, necesitaba algo que lo hiciese lo bastante pesado y lo sumergiera a la vez.

Un bloque de piedra con un hierro saliente llamó su atención, parecía los restos de una polea. Aquello podría funcionar, se dijo.  Recordó ver una similar colgando en un lateral del acantilado. Arrastró la pesada polea, al estar bajo el agua lo hacía todo más difícil, pero no desistió, tenía que intentarlo, aunque tuviese que salir a la superficie y llenar sus pulmones de aire.

Con empujes, poco a poco la gran piedra empezó a moverse a la vez que el tiraba, consiguió acercarla hasta la puerta de metal. Quería ponerla encima y estaba seguro que, con el peso, esta cedería arrastrándolo hacia abajo. 

Era una idea arriesgada, pero no le quedaba otra opción. Sabía que allí abajo podría estar lo que buscaba. Sin tiempo que perder se aferró fuertemente al enorme bloque de piedra y con un impulso la elevó para dejarla caer sobre el metal.

Todo pasó en segundos, la puerta cedió tragándoselo todo y arrastrándolo. Un polvoriento remolino turbio el agua dejándolo desconcertado, había caído impactando sobre una plancha de piedra blanca, quedando suspendido sobre esta. Intentó orientarse, al cabo de unos largos segundos pudo ver atreves de la turbidez del agua, creyó ver un reflejo rojo, sacudió la cabeza para aclarecer la visión, fijándose detenidamente, no pudo creer lo que sus ojos veían.

Era Igor o lo que quedaba de él, el torso y las piernas seguían unidas al cuerpo,el resto de él estaba enterrando bajo dos columnas de mármol. Allí estaba, aún conservaba puesto el cinturón con la cabeza de cuervo, sin pensarlo se dirigió hacia él, tenía que asegurarse de que el contenido no se había roto disolviendo la pócima. Max no podía creer en su gran suerte, desbrochó el cinturón y tirando de este quedó en su mano, el broche seguía intacto y con el antídoto dentro.

Besó el broche pensado en ella. Ahora ya podía salir de aquel lugar y olvidarse de que una vez existió. No le quedaba mucho tiempo para mantenerse allí abajo, miró por última vez los restos de Igor. Aquí, no harás más daño, pensó. El agujero por donde cayó ya no existía, el techo había desaparecido. Max comenzó su ascenso hacia la superficie lentamente, pero sin pararse, sabía que no sería tan fácil, la caída del techo había creado otros derrumbes.

Cruzó el enorme agujero, trazó a nado el mismo recorrido, entre túneles, galerías y huecos. A escasos metros de él pudo ver la salida por donde entrase antes, aunque más hundida. Frunció el ceño. Aquello no tenía buena pinta, pensó. Ahora tendría cuidado, la apertura se había estrechado más de lo que imaginó.

Se ató el cinturón alrededor de su cintura apretándolo para asegurarlo, metió la cabeza y el hombro derecho, un ruido lo hizo parar, miró por encima de su hombro y pudo ver como poco a poco una columna de piedra se iba moviendo en dirección hacia él. Oh maldita sea, pensó, ahora sí que estaba en peligro. Sabía que el desplome del techo provocaría más derrumbes.




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