El Reencuentro

Epílogo

 

EL PRIMER cumpleaños de Melissandre Beatriz De Bothia, se celebrará con grandes expectaciones, invitados, regalos y alguna que otra sorpresa, pensó Valentina, contemplando el maravilloso día desde la ventana del dormitorio continuo al de ellos, donde su pequeña aun dormía.

Desde que llegasen a la mansión, cada día había sido diferente. Disfrutando cada minuto que pasaban, juntos. Haciéndola creer a veces, sino estaba sonándolo. Pero sabía que todo era muy real. Max la adoraba y se desvivía por la pequeña. Se sentía la señora de la casa. Había sido recibida con una bienvenida abrumadora. He incluso Morris, el fiel mayordomo y seguidor de su marido, parecía más inclinado en asistirla en todo.

Uno golpecitos en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—Adelante—dijo ella, a sabiendas de quien podría ser. Su cuñada Aleyda, abría despacio la puerta con cuidado de no despertarla.

—¿Aún sigue dormida? —preguntó, a forma de saludo mientras se acercaba hacia la pequeña cama.

Valentina asintió, con una sonrisa.

—Mejor dejarla dormir hasta que se despierte. Ya sabes cómo es tu hermano...

—Un cascarrabias. No puedo jugar con mi sobrina cuando tiene que dormir sus horarios.

Valentina no pudo evitar sonreír. Max se había convertido en el vigilante de los sueños nocturnos de la pequeña y centinela de sus movimientos. Hasta que la pequeña Melissa, como la llamaban cariñosamente, no se hubiera quedado profundamente dormida, Max no se retiraba de su lado. Después solía unirse a ella, en el gran dormitorio, con la enorme cama de cuatro dorceles. La habitación que el siempre usó, aunque esta vez había recibido unos cambios bastante necesarios.

—No te preocupes, Aleyda, Hoy le vendrá bien dormir…. Le espera un gran día de celebración, —añadió Valentina.

—Quizás tengas razón, —respondió su cuñada dirigiéndose hacia la mesa de tres patas redondas, con un jarrón de flores reciente cortadas del jardín.

—¿Ha llegado Ciprian? —preguntó Valentina, inclinándose hacia las flores, he inhalando el fresco aroma que desprendía el ramo de lavanda, únicas flores que Max aceptaba en la habitación de Melissa. Según el, eran relajantes y ayudaba a conciliar y calmar el sueño.

—Llegará antes del mediodía. No se perdería para nada el primer cumpleaños de Melissa, y Max no se lo perdonaría.

Valentina asintió con una sonrisa.

—Sera mejor que baje a ver cómo van los preparativos, Morris quiere mi aprobación. Ya sabes cómo es …—Valentina no pudo evitar sonreír. El mayordomo de su marido se tomaba su trabajo tan serio como su marido en prodigar adoración hacia ellas.

                                                                         ***

LAS DOCES CAMPANADAS DEL medio día se escuchó desde un campanario en la lejanía, congregando a más de cincuenta comensales a la larga mesa, majestuosamente decorada bajo un radiante sol de primavera. Los invitados habían llegado con bastante antelación ante tan evento. Varios jefes de clanes habían sido invitados. La paz emergía entre ellos y la sensación de seguridad que emanaba de Max les infundía una seguridad máxima y duradera.

—¿Está contenta, mi señora? —preguntó el, al cabo de varias horas, acercándose a ella y abrazándola por la cintura. Los invitados se veían relajados y disfrutando de la celebración. —No podría pedir más para el primer cumpleaños de nuestra pequeña, —añadió Max, besándole la sien. —Te vez un poco pálida, cariño. Creo que debo tener unas palabras con Morris, es dobladamente perfeccionista, y sé, que te habrá llenado la cabeza con sus ideas de cómo se debe…

—No seas duro con el…—le interrumpió ella. —Morris es el perfecto mayordomo. No quisiera tener otro que no fuese él. Me siento cansada…no lo niego, pero Morris no tiene nada que ver… Es... —Valentina se giró hacia él, buscando su mirada hasta que estas se unieron. —Creo que mi palidez perdurara por un periodo de tiempo.

Max la miró entre cerrando la mirada. Sin comprender. Había dejado a un lado su don de leerle la mente.

—El segundo cumpleaños de Melissa será más concurrido y tendrá a un hermanito o hermanita con quien compartirlo.

Max la miró con adulación. ¿Lo había vuelto hacer? ¿Llevaba ella a su segundo hijo en sus entrañas? Porque estaba seguro que esta vez seria niño.

—Nunca dejas de sorprenderme, mi señora. —le susurró en el oído, mientras acunaba una mano en su todavía plano vientre.

—No puedo esperar a que llegue la noche. A que los invitados se hayan marchado y que nuestra pequeña se haya dormido… para poder disfrutar de tus masajes una vez más—dijo ella, apretandose contra él.

La mirada de Max, la envolvió como un manto de sensualidad, arropando el placer y el bienestar de una vida juntos.




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