Ana llegó a su departamento tranquila… hasta que los volvió a ver. Esta vez no se quedó callada y, con la voz quebrada, dijo:
—Hola, ¿cómo están?
Lucía se adelantó para evitar saludar, pero Tomás, con esos ojos que parecían devorarla con la mirada, respondió:
—Bien… tanto tiempo, ¿verdad?
—Sí —contestó ella—.
—¿Qué haces acá? —preguntó él.
—Soy tu vecina —respondió Ana—. Y ustedes parecen ser los nuevos inquilinos. Estoy feliz por vos… y me imagino que ya te casaste.
—Sí —dijo él—. Y también por ser papá.
Eso quebró a Ana por dentro. Sin decir nada más, se fue en silencio… pero a veces, el silencio dice más que mil palabras.