Ana, después de escuchar que el amor de su vida ya tenía una familia y ella seguía sola —y esta vez sin su perro, que lamentablemente había fallecido hace dos años—, escuchó que tocaban la puerta.
—Debe ser la comida —dijo, hablando sola como de costumbre.
Pero no era la comida. Era Tomás.
—Perdón… pero te extrañé mucho. Me hiciste mucha falta —dijo él con sinceridad.
Ana, un poco amarga por la noticia que él le había dado, replicó:
—¿Y no sos feliz?
—No tanto, la verdad —respondió él—. Y dudo que ese bebé sea mío, porque ella me fue infiel.
Tomás fingió no decir más, intentando no profundizar en el dolor.
—Si no sos feliz con Lucía, ¿por qué seguirle el juego? —preguntó Ana, directa.
—Porque su papá es mi jefe en la empresa donde trabajo. No tengo otra opción… o ¿me querés ver en la calle? —respondió él, resignado.
Ana no dijo nada. Se abrazaron. Casi se besan, pero Ana se detuvo. No estaba dispuesta a ser un segundo plato ni la amante de nadie.