El Reflejo

El corazón roto.

15 de noviembre del 2021.

MÓNICA

— Me he sentido extraña últimamente.
— ¿Qué pasa cariño? — me dijo con suavidad retirando la lágrima de mi labio.
— Debe ser la menopausia, ya estoy vieja. 
— Nada de eso — me dijo con palabras de consolación. — Te encuentras en tu mejor etapa, tal vez si sea esa la razón, pero, no te llames "vieja".
— Me he sentido muy triste, te he extrañado mucho últimamente.
— Perdona cariño, es que tengo que trabajar más ahora que me han dado el ascenso, no puedo quedar mal con los jefes. 
— Lo entiendo perfectamente, no tienes que disculparte — respondí asistiendo. 
Me levanté del sofá y fui a recargar mis manos sobre la estufa, la cual tenía encima una olla con sopa. 
— Es como si sintiera que algo malo te estuviera pasando, y cuando te veo el alma se me refresca, me alivio. 
— Oh cielo, ven aquí — me susurró al oído. 
Sus abrazos me hacían sentir segura. 
— Todo va a estar bien, solo es una etapa.

Asentí y toqué su traje, húmedo por mis lágrimas. Le dije que se lo quitara y lo pusiera sobre el respaldo de la silla.

— Yo lo arreglo — le dije sonriendo.

— No te preocupes, cielo. Por cierto, ¿cómo te fue con Axel? — había un tono de preocupación en su voz. 
— Tiene que hacerse unos análisis la próxima semana, pero fuera de eso todo estará bien. 
— Menos mal — dijo él — me tenía con el pendiente.

Javier se levantó para pasearse por toda la sala, después fue al baño y hubo un silencio muy largo mientras yo hacía los deberes. 
Tomé la camisa blanca y la puse lentamente en la lavadora. El saco fue lo segundo que puse dentro y después cerré la tapa. Me pareció ver mi reflejo en el vidrio de la tapa, pero estaba triste, abrumado, tenía un fleco que le caía en la frente, y todo en apenas una fracción de segundo. Me confundí demasiado tratando de analizarlo.
La lavadora comenzó a hacer su trabajo, agitando en círculos la ropa, y el reflejo se desvaneció, pero la sensación de tristeza no se iba.

Arriba se escuchaba la guitarra del juego de música que tenía Axel, y parecía que ya manejaba el modo experto. Sonaba una canción de Nirvana, acompañados de la voz y pies de mi hijo.

— ¿De qué es esté folleto, amor? — escuché decir a Javier cuando regresaba del tocador.
— Me lo ha regalado un sujeto que venía de una iglesia — respondí asomando mi cabeza en la puerta del cuarto de lavandería.
— Tonterías — dijo él — no son más que tonterías. 
— Me parece interesante — dije firmemente — y a ti también podría parecerte así.
— No lo creo — exclamó riendo un poco. 

Suspiré profundamente para continuar con mis explicaciones. 
El timbre empezó a sonar entonces, pude notar que mi marido se levantaba y se asomaba a la puerta.

— Está en su cuarto — dijo él con firmeza — adelante.
Por la puerta entró una niña, que mantenía una postura firme y sus manos las llevaba dentro del suéter verde que tenía puesto.

— Muchas gracias señor, con permiso de usted. 
El gorro parecía que le caía por la espalda, y, a pesar de llevar un peinado de dos trenzas se veía muy ruda.
— Hola señora Mónica — me dijo mostrándome sus dedos medios con la señal de “amor y paz”.
— Hola Zaira — respondí con una mano arriba. Después ella se acercó y me besó la mejilla para saludarme mejor. Apestaba a tabaco. 
— ¿Qué te trae por aquí?
— Vine a jugar con Axel un rato, pero, creo que no le avisó nada a usted — dijo encogiéndose de hombros.
— No hay problema, adelante, pasa a su cuarto. 
— Muchas gracias señora Mónica, voy para allá. 
— Recuerda tocar antes de entrar — le dije sonriendo. Ella asintió. 
Tomó en sus brazos la patineta que había dejado recargada en la pared y se apresuró a subir la escalera con forma de caracol hasta la pequeña puerta de madera. La vi tocar y después subir a la habitación.

— Crecen tan rápido — dijo Javier sonriendo mientras leía la revista en su primera página. 
— Sólo son amigos — respondí al momento. 
— ¡Ah claro! Yo también tenía muchas amigas a su edad, créeme.
Puse los ojos en blanco y me fui al cuarto de lavandería a continuar con el segundo enjuague.
El día se veía nublado, y al parecer la lluvia no tardaría en llegar, y eso solo significaba una cosa; Zaira estaría en mi casa por un largo rato, y vaya que eso sí era alegría. 

 

ZAIRA.

La escalera siempre me ha causado un problema; hace que las piernas se me duerman al llegar arriba. 
Llamé una vez a la puerta horizontal y después la levanté sin imaginar que estaría abierta, vi a Axel de pie frente al televisor y con la guitarra entre sus brazos, bailaba y presionaba los botones de manera muy rápida. 
Me apresuré a entrar y a acomodarme en un sillón, lo miré por un largo rato y hasta que terminó su partida me saludó. 
— ¿Qué hay de nuevo, Z? 
— ¿Qué hay de nuevo, Ax?
Se acomodó junto a mí y se quitó la guitarra para poder mirarme fijamente. — ¿Qué sucede ahora?
— Estoy acabada, creo que me echarán de la casa — dije muy segura. 
— ¿Por qué piensas eso? — preguntó curioseando. 
— Mamá tiene sus sospechas sobre mí, Ax, lo puedo sentir. 
— Sólo deja que las cosas fluyan, no puedes seguir ocultando más la verdad, tarde o temprano tendrá que aceptarlo.
— No lo hará, te lo garantizo, es de mente cerrada. Aparte imagina el escándalo que me hará si ve que llego a casa con otra chica de la mano, definitivamente nos asesinará con un crucifijo.
— Ya lo creo — me dijo riendo un poco — pero sea como sea, tu familia siempre te acepta, tarde o temprano lo hace.

Me levanté y caminé hasta el otro lado del cuarto para poder tomar asiento sobre la cama que estaba sin tender, con las cobijas hechas bola y las almohadas en el piso; me acomodé plácidamente. 
Axel se dirigió hacia la repisa de su cuarto, tenía en ella decenas de juguetes de colección, la mayoría eran de los famosos Pokémon. Los acomodaba uno a uno y con un pequeño trapo húmedo les limpiaba el polvo.




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