El Reflejo

El intruso

Axel
Mi mirada se posaba en el sol ocultándose en el océano infinito, mi aliento chocaba con el cristal del auto y mis lágrimas disimuladas mojaban la playera, mientras se reproducía "The Scientist" de Coldplay. El horizonte se notaba naranja.

— Gracias por volver por nosotros — dijo Zaira a la misma chica rubia del Uber. 
— No es nada, fue más que nada coincidencia el tomar su viaje una vez más, simplemente pasaba por allí nuevamente. 
— Creo que mi amigo no se siente muy bien, ya sabes, emocionalmente — continuó hablando Zaira, para romper la tensión — ¿sería mucha molestia si cambiamos a algo más alegre? 
La chica tocó la pantalla de su celular para cambiar a una canción un poco extraña, bastante movida, pero sin duda alegre. 
— A veces es duro el amor, ¿no? — nos preguntó.
— Y que lo diga, ya me pasó muchas veces — le respondió Zaira. — ¿Cómo te llamas, perdón? 
— Paola — respondió alegre — para servirles. 
— Un placer, Paola — dijo Zaira con una sonrisa de oreja a oreja.

Siguieron platicando todo el camino hasta llegar a casa, al finalizar se hicieron alguna especie de amigas, se dieron sus números telefónicos y se despidieron de mano. Yo solo quería llegar a arrojar mi cuerpo a la cama.
Al entrar a la sala vi a mamá leyendo una revista de color morado, la cual tenía una extraña imagen en su parte trasera, parecía un espejo expulsando un rayo de luz. 
— Que bueno que vuelven, tienen que cenar algo — dijo mamá. 
— No tengo hambre — respondí cortante. 
— No se siente muy bien, señora — explicó Zaira. 
— Ya veo, la cena puede esperar un rato más — respondió mi madre — toma — dijo estirando la mano, con la revista en ella — te hará bien leer algo, espero que me lo puedas explicar después porque yo no le entiendo nada.

Tomé la revista sin mirar a mamá a los ojos y subí por la escalera hasta mi cuarto, los brazos los sentía muy decaídos. 
— Estará bien, se lo prometo — dijo Zaira con una mano en mi hombro.
— Me llaman si necesitan algo — gritó mamá desde su lugar.

Las palabras de Mariana me retumbaron en los oídos todo el camino, una sensación aplastante en el pecho me dominaba y las ganas de lanzarme hacia un abismo no se iban. 
Puse la revista sobre el buró de madera y me acosté al instante, abracé la almohada y comencé a llorar como nunca antes, me sentía deshecho. 
Zaira se levantó y miró por la ventana que daba al patio, cruzaba los brazos y no pronunciaba palabra alguna, me dejó sacarlo todo. Después de unos minutos se acercó a mí, se sentó en el borde de la cama y me dijo: — Todo va a estar bien, todo va a mejorar, tardarás en sanar, pero algún día estarás completo una vez más. 
Me abrazó por un millón de minutos, me sentía como en un lugar en paz, y las lágrimas se secaron.

 

MARIANA.

La tarde estaba llegando, el calor se marchaba conforme el viento soplaba, mamá estaba abajo en la cocina preparando la cena y papá estaba en el sofá viendo una película sobre policías y ladrones.
Mi hermano pequeño se reía en su cuna al otro lado del pasillo, su cuarto siempre estaba abierto. 
— ¡La cena está servida, Mari! — gritó mamá mientras deslizaba mi dedo por la pantalla del celular viendo las noticias de Facebook. 
— ¡Ya voy, estoy terminando algo importante! — respondí secando las lágrimas que aún quedaban en mis mejillas.  
— Lo hiciste bien — dijo la voz áspera que se ocultaba en la esquina del cuarto. — No dejes que se acerque a ti mientras consigo al otro chico.
Estaba limpiando el arma con la cual me amenazó minutos antes. 
Traté de seguir ignorando esa voz, traté de enfocarme en el meme que tenía como locos a todos, pero en ese momento no me causaba gracia.

— El ignorarme no va a hacer que me vaya — dijo una vez más. Sólo lo hace más divertido — soltó un resoplido y apuntó el arma hacia a mí, y una sonrisa se dibujó en sus labios. 
— Basta por favor — susurré, dejando caer el celular y viendo a la boca de la pistola. — Basta, ya le pedí que se fuera, ya no quiero tener más problemas con usted.

— No es suficiente aún, quiero a mi hijo de vuelta, lo quiero conmigo una vez más. — dijo el sujeto que llevaba una capucha negra.

— ¡Hija la cena se enfría! — gritó mamá desde abajo. 
— ¡Si, ya voy, perdona mamá! — miré detenidamente al sujeto que bajaba el arma y me hacía una señal con la cabeza para que me fuera.

Caminé lentamente hacia la puerta y estaba a punto de atravesar el marco, pero algo me interrumpió; una mano sobre mi brazo. 
— Y recuerda — espetó, con bastante energía — ni una palabra a nadie — se llevó un dedo a los labios indicando silencio.
Asentí. La puerta se cerró de golpe, yo doblé a la izquierda en el pasillo y bajé la escalera hasta el comedor, mamá y papá estaban sentados a los bordes de la mesa y tenían una ensalada de entrada, la mía esperaba también a lado de un guisado de algún tipo de carne. 
— ¿Dónde está Beni? — dije tratando de no parecer paranoica. 
— En su cuarto, dormido, hija — respondió mamá mirándome detenidamente. — ¿Está todo bien?
Asentí, casi no podía controlar mis miradas hacia los cuartos, las manos temblorosas, las risas nerviosas. — Todo está perfecto — sonreí con gran dificultad.  
— Tienes los ojos rojos y con inflamación — dijo papá — ¿estuviste llorando? 
Me quedé mirando al plato, picaba las lechugas con el tenedor revolviendo el queso y el aderezo. — Terminé con Axel. 
Mamá se limpió la boca con una servilleta, se levantó y fue hacia mí para abrazarme. 
— Hija, lo siento tanto. ¿Quieres hablar de eso justo ahora? — me dijo mientras pasaba su bocado. 
— No mamá — dije desviando mi verdadera preocupación del momento. Sujeté la mano que me consolaba en el hombro. — Estaré bien, lo prometo. 
— ¿Quién es Axel? — preguntó alarmado papá. 
— Era su novio — respondió mi madre mientras me abrazaba — pero nunca te dijo por miedo a tu rechazo. 
Papá soltó los cubiertos y escuché como se limpiaba las manos con las servilletas. — Debiste haberme dicho, Mari, debiste haberlo hecho. 
— Lo siento — respondí nerviosa — no quería incomodarte. 
— Eso no importa, lo importante aquí es la confianza y es necesario que me la tengas, no que en lugar de eso estés llena de miedo — dijo mi padre un poco alterado. 
— Eso ya no importa — interrumpió mamá — es necesario que por ahora le brindes tu apoyo solamente. 
Papá se quedó callado, bostezo un poco y siguió comiendo.




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