El Reflejo

Martirio nocturno

16 de noviembre del 2021.

MÓNICA.

Llevaba aproximadamente dos horas en la sala de espera, tenía más sueño que ninguna otra noche, mis ojos estaban rojos y los párpados me pesaban; el ruido del hospital por la noche comenzaba a asustarme. Mi pierna se sacudía de atrás hacia adelante, podía sentir como mi cabeza se iba hacia atrás cada vez que los segundos pasaban, el celular se resbalaba de mi mano sin darme cuenta. 
Una mujer de aproximadamente cuarenta años llegó a mi lado, llevaba un bebé en brazos y un cubre bocas de color azul, amarrado de forma extraña. La tos que la agobiaba me despertó de repente y, trate de ayudarla un poco. 
— ¿Se encuentra bien, señora? — pregunté.
Ella asintió sin dejar de toser, tenía una mano sobre el cubre bocas y con la otra sostenía al infante. 
— No es más que tos — respondió. 
— Está bien, puedo llamar a una enfermera si gusta. 
— Estaré bien, muchas gracias — respondió con dificultad, con una voz áspera resultado del desgarre de sus cuerdas vocales.

Con el paso de los minutos llegó una señorita al mostrador de enfrente, encendió la televisión y subió el volumen. Eran alrededor de las 5:00 AM por lo que, el noticiero estaba comenzando. 
Cómo presentador estaba un sujeto de traje que se hacía llamar Carlos, tenía un peinado bastante elegante y una sonrisa coqueta, dio la noticia principal sobre un asesinato en la ciudad de San José, se trataba de un chico de dieciocho años, el cual había sido raptado y luego asesinado cruelmente, para después abandonar su cuerpo en un costal sobre la calle oscura. Pasaban las fotos de los peritos y el personal de SEMEFO en el lugar del hallazgo, muchas patrullas y un montón de gente. El sujeto mencionó que al joven le faltaban ambos ojos, se los habían arrancado desde las cuencas y que con él sumaban ya cuatro los asesinatos en lo que iba del mes. Probablemente un asesino en serie. 
<< Dios santo >> pensé. 
Nos interrumpió entonces un ruido bastante fuerte viniendo de las puertas al final del corredor, se sentía un ambiente pesado. De pronto los paramédicos entraron corriendo con una camilla manchada de sangre, tenían sobre ella a una joven bastante herida, llevaba un vestido verde opaco, tenía tejidas unas cuantas flores color rosa manchadas de lodo, al verla un recuerdo me invadió, los ojos se me inundaron y por poco rompí a llorar. Era la joven que me regaló aquella revista hace apenas unos días, la que acompañaba al hombre de traje. ¡No lo podía creer!
La mujer se retorcía sobre la camilla de un lado a otro, tenía sangre saliendo de los ojos y del cuello, el vestido llevaba desgarres y bastantes manchas extrañas. 
Me tapé la boca y corrí al baño para lavar mi cara antes de regresar al asiento, evitando ver la escena un segundo más. 
Mientras corría al sanitario, los sonidos en el ambiente se mezclaban y golpeaban mis oídos con fuerza; la tos de la señora sentada, las enfermeras gritando, los paramédicos agitados, las ruedas de la camilla rechinando sin parar, los quejidos de la joven agonizando, todo me aturdía. Al entrar me miré al espejo, puse las manos en el lavabo y bajé la mirada hacia el chorro de agua que salía de la llave, cerré los ojos con fuerza analizando la situación y el porqué de mi ansiedad. Al apreciar nuevamente mi rostro en el espejo me relajé, solté el aire que quedaba en mis pulmones lentamente y golpeé con fuerza la repisa antes de salir.

Caminé por el pasillo lleno de luz, todo parecía más tranquilo, el sueño se me había ido por completo y podía estar más atenta a lo que sucedía a mi alrededor. La mujer sentada aún tenía un ataque de tos, el niño seguía dormido, pero el silencio de la camilla y los pies se había ido. Mis nervios se controlaron.
Volví a tomar mi lugar a lado de la mujer con cubre bocas y de nuevo a mirar el noticiero, ahora hablaban de un incendio forestal a muchos kilómetros de mi estado, se veía catastrófico.
Después de 5 minutos el médico salió de una cortinilla rosa por un cuarto bastante amplio, llevaba su estetoscopio colgando del cuello y una tabla de pendientes en la mano derecha, se acercaba hacia mí con rapidez mientras veía una y otra vez las hojas que llevaba a la mano. 
— ¿Familiares de la señora Gonzáles? — dijo con tono alto, estaba parado a mitad del pasillo.
— ¡Aquí — dije levantándome del asiento — soy la acompañante. 
— Muy bien — continuó hablando el médico, portaba un gafete en el que se leía su nombre; Rafael Pineda. — La señora tuvo un ataque de ansiedad bastante grave, necesitamos mantenerla en observación por unas horas y después podrá marcharse. 
— Muchas gracias doctor — respondí aliviada — de verdad muchas gracias. 
— No hay de qué, para eso estamos — respondió. Se dio la vuelta y caminó de nuevo hacia aquella sala de la cortina rosa.

Tomé asiento nuevamente e hice una llamada telefónica a Axel para avisar la situación. Escuchar la voz de Zaira más tranquila me calmó bastante. 
Después de eso hice una llamada más, el tono al otro lado sonaba varias veces, pero no respondía, hasta en el último segundo algo sucedió; — ¿cariño? —respondió su voz gruesa — cariño, ¿cómo sigue Ramona? 
— Ya está estable, el médico dijo que sólo tuvo un ataque de ansiedad. Me asusté mucho — dije con voz cortada. 
— Lamento no haber estado a tu lado, lamento que tuvieras que pasar esto sola, voy en camino ahora mismo — dijo pausadamente. 
— Tu presencia me haría el mejor de los bienes, cariño — respondí con voz aguda. 
— Dame unos minutos más, el camino es bastante oscuro y solo. 
— Está bien, sólo dime por dónde vienes. 
— Estoy por "Todos santos" — respondió. El viento sonaba en la bocina del teléfono. — Llegaré en un rato más. 
— Perfecto, trataré de dormir mientras tanto, la noche ha sido cansada. 
— Te llamo en cuanto vaya llegando a Cabo. Te amo. 
— También te amo — respondí. El sonido de llamada terminada se escuchó de golpe. 
Bajé el aparato y lo puse sobre mis piernas que estaban temblorosas, me recosté lo más que pude en la silla y comencé a perder la noción del tiempo, pensando en aquel hombre que Ramona describía, con su silueta delgada y oscura, como una sombra que llega de la nada. Comencé a soñar con la agonía.




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