El Reflejo

La araña en la oscuridad

ALAN

Dejé a Alex en el callejón de siempre; oscuro, con las paredes llenas de ramas verdes y algunas secas, las buganvilias relucientes y otras marchitas. Me abrazó como todas las noches que me acompañaba a casa, o bueno, cerca de casa. Me tomó de las manos y me sonrió, me dio un abrazo y después de mucho intercambio de palabras llenas de nostalgia me besó. Sentí esa terrible nostalgia de dejarlo ir solo en la oscuridad, caminando por las calles a casi media noche, pero él era valiente. <<Mi gorrión.>>
Un último vistazo y, vi cómo se daba vuelta en la esquina para desaparecer bajo la escasa luz de la luna cubierta de nubes. Se perdió, entre la soledad del silencio. 
Avancé con temor sobre la calle empedrada y tomé colina arriba para llegar a la caseta de acceso. 
— ¡Buenas noches! — exclamó el policía que vigilaba en la entrada. 
— ¿Qué tal? Buenas noches. 
Caminé con los brazos metidos en los bolsillos de los pantalones y esquivé la barra de plástico que daba acceso a los coches. Seguí calle arriba observando el cielo, salpicado con luces brillantes en algunas partes, di unos saltos de piedra en piedra, como cuando era pequeño y, llegué por fin a la casa que estaba pasando una pequeña glorieta en medio del empedrado. La subida era pesada, tenía que subir aún más por los escalones que daban al jardín y atravesar la reja; sacar la llave y con sumo cuidado abrir.

El gato estaba acostado sobre el aviario degustando una pequeña ardilla, movió la cola y soltó un chillido al verme. 
Giré la llave sobre la puerta vieja de madera y, después la abrí junto con el mosquitero, la casa apestaba a aire acondicionado viejo; parecía que se había apagado hace más de un día. Toda la sala estaba a oscuras, en la casa no había más ruido que el de una televisión encendida en el cuarto de papá. 
Prendí la luz y pude ver sobre la mesa de cristal una bolsa de pollo KFC, estaba rota y dentro de ella había una envoltura de papel blanca bañada en grasa y dos pequeños recipientes de unicel. 
— ¿Padre? — pregunté temeroso. — ¿Viejo en dónde estás? 
El volumen de mi voz se hizo notar sobre los ruidos del documental de “asesinos de la naturaleza.”
Llegué hasta su habitación que estaba subiendo unos escalones a la izquierda de la entrada, y al ingresar, el olor a tabaco me paralizó las fosas nasales. En la tele había unos animales en persecución y una voz bastante grave narrando. En medio de la penumbra y el brillo del humo moviéndose entre el resplandor del aparato me sentí asustado. 
— Llegas noche — susurró una voz seca, muy grave, desde el fondo del cuarto — llegas muy noche de hecho. 
— Te estaba buscando, pensé que no estabas en casa. 
— Recién voy llegando — dijo, soltando una bola de humo por la boca. Su silueta delgada se notaba oscura, como una sombra en el rincón en dónde estaba; cruzado de piernas sobre su silla de madera, con el cigarro en la mano derecha levantada al aire. 
— Compraste pollo para la cena — le dije nervioso — muchas gracias.
— Me he terminado el pollo yo solo. Tú me dijiste que no llegarías para acompañarme. 
Soltó una tos bastante escandalosa y escupió sobre la alfombra. — Preferiste estar con tus amigos patéticos en lugar de estar con tu viejo. 
— Ellos no son patéticos — respondí molesto — ellos son los mejores amigos que jamás he conocido. 
— Patéticos — prosiguió — un par de imbéciles que no saben qué hacer con su vida. 
La sien me temblaba de coraje, los puños cerrados comenzaban a sudar. 
— Te estás volviendo igual a ellos, Alan, y tú estás para hacer muchas cosas mejores en esta vida. 
Se levantó de su silla y vi como la silueta oscura se empezaba a tornar clara, su camisa negra y el brillo de sus ojos grandes se veían mejor.
— Tienes un propósito. Si tan sólo estuvieras conmigo en el laboratorio te enseñaría todo. 
— Yo no quiero ser científico — dije apretando la mandíbula — yo no quiero hacer lo mismo que tú has hecho, no quiero seguir esos pasos porque sencillamente no es para mí. 
— ¿Y crees que siendo músico tendrás un lugar en el mundo? 
— Eso es lo que espero, es lo que haré. 
— Tú también comienzas a sonar tan patético; tú madre estaría decepcionada de ti. 
Una lágrima comenzó a brotar sobre mi párpado inferior. 
— Mamá no tiene nada que ver aquí. 
— Exacto, no quisiera que ella viera a su hijo fracasar. 
Empezó a caminar alrededor mío en medio de todo el humo y la oscuridad.

— A mí no me queda mucho tiempo — dijo entre agitaciones respiratorias — esta enfermedad me estará matando pronto y si tú no tomas mi legado, nadie más lo hará, toda la historia de los Betancourt quedará en la basura.

Me quedé en silencio, esperando alguna otra palabra del viejo. Me sentía como en un juzgado.

— Tengo un proyecto importante en obra justo ahora, es una verdadera mina de oro si lo saben llevar a cabo. Necesito que vengas conmigo ahora mismo para que comprendas de lo que te estoy hablando. 
— ¿Ahora mismo dices? — me sentía intrigado. — Pero ya es tarde. 
— Justo ahora se está trabajando como nunca antes en el proyecto, es ahora cuando debes conocer cómo se compone, además nunca estás en casa. 
— ¿Será tardado? 
— Nos tomará el tiempo necesario para que lo puedas apreciar. Anda, ponte un suéter.

Salió de la habitación con rumbo a la puerta de entrada, abandonó la casa y escuché como se encendía la camioneta. 
Corrí a mi habitación por el primer suéter que encontré; uno amarillo con estampado de un balón. Salí detrás de él y me subí al auto. 
— Vaya que eres lento — exclamó.

Retrocedió para poder salir del estacionamiento, llevaba aún el cigarrillo en la boca. Después comenzó a descender por el empedrado. 
Me abroché el cinturón de seguridad y, en tan solo segundos, estábamos llegando a la barra de plástico para dar acceso y salida. 
El policía saludó a papá al pasar a su lado, y, después de eso salimos rumbo a la carretera. Todo el tiempo pensaba en Alex, pensaba en su sonrisa y en sus abrazos eternos, sentía muchas ganas de salir corriendo rumbo a su casa que quedaba de paso. Saqué mi teléfono y le dejé un mensaje de forma discreta para evitar que papá me preguntara qué tanto hacía.
Llegamos a un lugar bastante retirado, en un terreno muy alejado de la sociedad.
Un guardia le pidió a mi padre su identificación para poder abrir la gigante reja verde. Al ingresar pude ver por segunda vez en mi vida los laboratorios Beta; eran gigantes edificios blancos con cristales polarizados de destello azul marino, cuatro titanes de pie en las esquinas del terreno formando una metrópolis. Sobresalían en altura sobre los otros edificios de relleno. 
Él estacionó cerca de la puerta principal, en el fondo del estacionamiento que estaba al aire libre. Abrió la puerta y se bajó indicándome que hiciera lo mismo. 
Recorrimos un camino lleno de pavimento liso rodeado de arbustos hasta llegar a la entrada de vidrio giratorio. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.