El Reflejo

En la boca del lobo

ALAN.

La llamada llevaba ya unos segundos, estuve deseando con todas mis fuerzas que no se cortara la señal, que no colgara por accidente, y sobre todo que Alex estuviese escuchando. Vi que papá volvía a llevar las manos a la espalda, dispuesto a seguir hablando toda la noche de ser necesario, alagando su trabajo y sus logros.

– Te voy a decir algo Alan – dijo entre sonrisas forzadas – el mundo es muy cruel, y si no tomas la delantera tú primero, te va a joder.

Asentí. No podía decir nada por temor a mas regaños e insultos.

– Camina conmigo por favor, Alan. Te mostraré algo asombroso – susurró elevando la mano derecha en el aire y moviendo los dedos en comillas.

Nos movimos a través de aquel laboratorio gigante, rodeando la araña metálica hasta llegar a su retaguardia; donde estaban tres hombres de altura promedio arreglando unos cuantos cables. En ese lugar había un pequeño ascensor que nos llevaba un piso arriba y uno abajo. Papá presionó el botón de ascenso al entrar, y con una pequeña luz verde encendiéndose en el techo comenzamos a subir. La caja se detuvo después de unos traqueteos incesantes y, al llegar, las pequeñas puertas oxidadas se abrieron. Ahora estábamos sobre todos los trabajadores y sobre la gigantesca maquina arácnida, un piso arriba. Papá fue el primero en salir hasta un pequeño balcón, se giró para verme con esos ojos penetrantes y siniestros indicándome que lo siguiera.

– La vista desde aquí es fantástica – dijo suspirando profundamente y después dejando escapar esa tos tan escandalosa de todos los días.

– ¿Por qué hemos venido aquí, viejo?

– Tú estabas interesado hace unos instantes por porque te mostrara el motor de mi P83 – se quitó unas gotas de saliva de los labios al decir eso – y ahora, te estoy mostrando.

En la parte que se observaba arriba de la maquina había un pequeño recuadro de cristal, en él descansaba un líquido rojo bastante llamativo, viscoso y un tanto asqueroso. Era un apartamento específico que tenía vital importancia para que el aparato funcionara.

– Echa un vistazo por favor hijo.

Me acerqué un tanto dudoso hasta la parte de los barandales del balcón.

– Necesito luz aquí arriba – exclamó papá con voz potente.

De pronto sin pasar más de un par de segundos, uno de los empleados activó desde abajo las luces que estaban en lo más alto del lugar, unas luces blancas que apuntaban directamente sobre la gigantesca máquina. En el recuadro transparente que contenía el líquido rojizo se destacó de pronto una masa rosácea, con pliegues ondulados que lo envolvían por completo, su forma tan característica era indudable y, al darme cuenta de la aberración que estaba viendo di un salto hacia atrás, atónito, y muy desconcertado; eso de ahí era un cerebro, y reposaba entre lo que parecía ser sangre.

El viejo soltó una carcajada brutal, se llevó la mano al pecho y el dolor lo hizo doblarse hacia adelante y, sin embargo, no dejó de reír en ningún momento.

– Eres un maldito cobarde, soy el padre de un cobarde patético – soltó entre risas psicóticas.

– ¡Estás demente, estás enfermo! – le grité llevándome la manga del suéter amarillo a la cara, secando el sudor que me bañaba y tratando de contener el miedo. – ¿En qué diablos estás pensando?

De su cara se borró la sonrisa, su rostro se volvió serio y sin expresiones, mirándome de nuevo con esa duda en los ojos, con esa maldad que yo detectaba todos los días. Devolvió sus manos de nuevo hacia atrás en la espalda y comenzó a caminar hasta llegar al barandal que estaba al frente, recargándose en este de espaldas.

– Yo no voy a entender jamás qué diablos hice mal, no podré comprender nunca por qué la vida me dio a alguien tan malagradecido como tú. Qué bueno que ella ya no está, de verdad se decepcionaría.

– Te dije que dejes de meter a mamá en esto – le advertí acercándome con mi pulgar señalándolo.

Él me miró, sonrió un poco y después se dio vuelta hacia la bola metálica con cerebro.

– Necesitaba una fuente de poder que pudiera sobrellevar tanta información – dijo con voz más tranquila sin dejar de ver hacia abajo. – Pensé que un cerebro real sería suficiente para poder tener un control, pero, me equivoqué. Ni siquiera fue necesario.

–¿A qué te refieres?

– Fue una idea idiota, fue solo un maldito deseo tonto de apreciar cómo se vería.

Yo estaba sin palabras, estaba viendo una maquina monstruosa con un asqueroso cerebro en su parte superior, observaba algo verdaderamente inmoral y probablemente ilegal.

– No fue suficiente – continuó diciendo – pensé que también necesitaría una fuente de poder que guiara su fuente principal de energía. He creado una aberración probablemente, ¡pero me encanta! – Soltó una risita.

– Eres un psicópata.

– Y soy tu padre – contestó sonriendo.

Lo miré asqueado, mientras los aparatos y demás maquinas seguían con sus ruidos palpitantes. – ¿Qué más tiene esa cosa?

Mi padre dejó escapar una sonrisa, su intención era más que obvia; quería intimidarme.




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