El Reflejo

Secuestrados en el abismo.

3 de noviembre del 2021; madrugada.

ALEX

Los guardias se reían cuando sacudían nuestros cuerpos con violencia y se nos escapaban gritos de dolor. Nos llevaban por el camino lodoso hasta los edificios blancos que se veían tenebrosos, me recordaba a un hospital gigante. Detrás de mi iba Iker y adelante Zaba, ambos atados de las manos a la espalda con esposas pesadas.

– Yo creo que merecemos un ascenso por esto, ¿no creen colegas? – el guardia regordete iba riendo, esperando respuesta de los otros dos.

– Y un aumento de sueldo – dijeron al mismo tiempo.

– Eso si el patrón logra llegar a navidad siquiera – los tres soltaron carcajadas.

El que iba por delante con Zaba estaba propasándose, jalándola con más fuerza de lo normal y tirando de su cabello cuando ella se ponía lenta. Al parecer los gritos de dolor le parecían divertidos.

– ¡No la vuelvas a tocar maldito imbécil! – berreaba Iker desde dos metros atrás. – ¡No te le acerques!

– Guarda silencio asqueroso engendro – se escuchó la respuesta del oficial que lo llevaba, seguido de un golpe con un artefacto pesado, probablemente una macana. Después vino un gemido y posteriormente un llanto que se trataba de contener; Iker estaba muy adolorido.

Yo iba en silencio, soportando el dolor de las esposas en las muñecas y la pesadez del lodo en los zapatos. Podía sentir el sabor de la sangre en mi boca mezclado con la tierra. Los tres guardias no dejaban de hablar y ya no faltaban más de diez metros para llegar al portón principal. Las luces de los grandes faros me daban en la cara y no podía distinguir más allá de las cuatro siluetas de los edificios.

– ¡Deténganse! – se escuchó desde la puerta una voz muy reconocible para mí. Era Alan que venía corriendo desde dentro. – ¡Deténganse por favor! Llegó corriendo hasta mí y me abrazó con una fuerza descomunal, el dolor se intensificó en mis manos, pero realmente no importaba; me sentía a salvo.

– Joven Betancourt, tenemos órdenes. Por favor no interfiera.

– Tienen que dejarlos ir, por favor, mi padre no sabe lo que hace.

– Le suplico que se aparte por favor, no queremos lastimarlo.

– No hay forma de que me muevan, los dejan ir ahora o tendrán que llevarme encadenado ante mi padre también.

El guardia que me sostenía llevaba en su mano un reloj inteligente, parecía un Apple watch pero un tanto diferente. Se lo llevó cerca de sus labios y comenzó a hablar.

<<Señor, tenemos problemas aquí afuera. Su hijo está interfiriendo.>>

La lluvia era torrencial ahora y pude ver la mirada de tristeza y dolor de Iker y Zaba, ambos tenían mal aspecto. En los ojos de Alan pude ver sus lágrimas al verme así, estaba destrozado. <<Gorrión>> podía leer en su mirada.

No hubo respuesta, por lo que el guardia repitió la frase; <<señor, tenemos problemas aquí afuera. Su hijo está interfiriendo.>>

<< Tráiganlos ante mí, y a Alan también. Necesita una corrección.>> dijo una voz rasposa en respuesta.

– Ya escuchaste al jefe.

Uno de los guardias tomó a Alan por el brazo y lo hizo forcejear un rato mientras avanzaba hasta la entrada, él gritaba que lo soltaran y le daba manotazos. Yo no podía seguir así, era mi momento de explotar. – ¡Ya basta!

El silencio se hizo notar por unos segundos, dejando que los truenos se escucharan en un ritmo atemorizante. Pude ver en su camisola un pequeño gafete con su nombre, la luz de los faros me permitió deslumbrar la unión de letras; Manolo.

– Los maricas como tú no merecen mi atención, pedazo de mierda asqueroso – soltó con bastante odio sin dejar de apretar el brazo de Alan – sigan avanzando.

– Basta Manolo por favor – suplicaba un tanto asustado – por lo menos quita las esposas de sus manos, los estás lastimando.

– De eso se trata joven Betancourt, de eso se trata.

Pasamos a través de la gigantesca reja de acceso, dentro, la luz artificial dejaba ver los arbustos llenos de vida y, un pequeño camino de asfalto bastante bien cuidado. A lo lejos, las paredes blancas de lo que parecía un hospital enorme y una puerta giratoria de cristal polarizado.

– ¿Estás bien, linda? – preguntó Iker a Zaba en voz baja.

– No te preocupes, lo estaré.

Se escuchó un gemido de su parte cuando fue sacudida una vez más, ambos se habían quedado unos pasos detrás de mí.

Estábamos por un pasillo enorme ahora, totalmente tapizado de blanco y con unas cuantas macetas decorando a los lados, parecía un lugar de ensueño. Doblamos en el siguiente pasillo a la derecha y después a la izquierda, hasta toparnos con una puerta en color negro con un letrero que me habría gustado nunca ver; cuarto de castigos.

El sujeto me aventó con fuerza dentro del cuarto oscuro, el cual tenía un terrible olor a humedad y metales viejos, probablemente tenía meses sin lavarse. Mi cuerpo cayó de rodillas y el dolor en las muñecas se volvió insoportable; no pude contener el grito.




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