El reflejo de Iris

Capítulo 7

 

Sus palabras fueron la daga afilada que atravesó los derruidos muros de mi corazón y terminó con lo poco que quedaba en pie

Sus palabras fueron la daga afilada que atravesó los derruidos muros de mi corazón y terminó con lo poco que quedaba en pie. «¡He necesitado cinco días para asumir que existe la posibilidad de que esta sea la última vez que te vea!» «¿Me quieres?» Claro que lo quiero, soy tan estúpida que aún quiero. Lo hago tanta intensidad que ya no recuerdo lo que es no sentir nada por él.

La fuerza con la que mis manos abrazan el volante aumenta y mi visión comienza a volverse borrosa de la rabia que amenaza con acabar con mi paciencia. ¿Por qué darme las llaves de su casa si todo era una farsa? ¿Por qué mantener una mentira durante casi un año? ¿Por qué decidió hacerme tanto daño? ¿Por qué este bucle de decepciones en el que se ha convertido mi vida parece no tener fin?

Aparco el coche frente al imponente edificio y bajo decidida a luchar por mi hermana. Penélope es y siempre será mi prioridad. Tendrán que pasar por encima de mi cadáver para separarla de mi lado.

La anciana simpática de sonrisa profesional y cercana me informa de que el Señor Blake está esperándome en su despacho. Por lo que, entro en el ascensor y comienzo a prepararme mentalmente para lo que está a punto de suceder. Remover el pasado no trae nada bueno, pero si es lo que tengo que hacer para mantenerla conmigo, lo haría una y mil veces. Sin importar las consecuencias anímicas que tendrá para mí.

—Señorita Parks. —Me recibe Kassie con una sonrisa amable—. Perdón, Iris, bienvenida de nuevo al Bufete Blake Abogados.

—Gracias. —Sonrío un poco menos nerviosa.

—El Señor Blake está esperándola.

Asiento y comienzo a seguir el sonido de su alegre caminar. Mientras avanzamos por el pasillo, me obligo a no mirar su fotografía, no quiero derramar una sola lágrima más, no por él.

—Señor, ha llegado.

—Gracias, Kassie. Hágala pasar. —Escucho que responde desde su despacho y con un ligero movimiento de cabeza la rubia me invita a acceder al imponente despacho del jefe.

Mis manos comienzan a sudar, mi corazón se acelera sin motivo aparente y los recuerdos se amontonan en mi mente. Luchan batallas campales contra mis sentimientos, tratando de acabar con la poca cordura que aún me queda, pero consigo contenerlos lo suficiente como para articular palabra.

—Buenos días.

—Iris, hija. Pasa, no te quedes ahí. Siéntete como en casa.

Entro en el enorme despacho decorado con un estilo conservador pero moderno, es como si dos mundos que a priori no tienen nada que ver, se mezclaran con una sutilidad y naturalidad sorprendente. El blanco de las paredes y luminosidad que entra por el gran ventanal consigue que la estancia se vea mucho más amplia, mientras la decoración de madera le aporta ese toque cálido y hogareño que necesitas para abrir tu corazón de par en par.

—Gracias —digo cuando deja un vaso de agua frente a mí y toma a siento.

Sus ojos verdes me miran con fascinación, como si aún no se creyese que Hardy ha encontrado a alguien que esté a su lado. Parece que la esperanza ha llegado a su vida y lo peor de todo es que no soy más que una farsa andante.

—Bien, no quiero presionarte, pero me gustaría recordarte que para preparar una defensa sólida necesito conocer todos los detalles que puedan ser de importancia. Cuanto más sepa, mejor podré luchar por tus intereses.

Asiento, preparándome mentalmente para comenzar con la tortura.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

Sus ojos me miran sorprendidos.

—El que sea necesario.

Por mi mente pasan cientos de escenas que preferiría no haber retenido en mi memoria. Las lágrimas, los golpes, la sangre y su muerte. El sonido de la bala que acabó con su vida, el temblor de mis manos, el peso de la pistola, el inerte cuerpo de mi hermano sobre mi regazo. Recuerdo cada grito, cada insulto y cada pedazo de cerámica rota. Aún escucho el eco del sonido ahogado del llanto de mi madre que resonaba en toda la casa; puedo sentir el dolor de espalda que tenía tras pasar las noches escondida en el armario y las heridas que nunca sanaron siguen sangrando.

—La pesadilla comenzó el día que mi madre conoció a mi padre.

—La pesadilla comenzó el día que mi madre conoció a mi padre

No he podido quitarme las palabras de Ana de la cabeza. Era la persona que más me conocía y posiblemente siga siéndolo. Pero, es imposible, yo no estoy enamorado de Iris. La quiero, sí, y he tenido que perderla para etiquetar el sentimiento que llevaba meses sintiendo por ella, pero no estoy enamorado. No puedo estarlo.




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