El reflejo de Iris

Capítulo 8

 

Su frente sobre la mía

Su frente sobre la mía. Piel con piel, quemando y helando a partes iguales. Mis entrañas se retuercen con violencia mientras el corazón decide detener su funcionamiento. El bombeo falla. El oxígeno desaparece de mis pulmones y las lágrimas brotan de mis ojos como ríos caudalosos en contacto con un precipicio. 

—Por favor...

Su súplica susurrada golpea la fina piel de mis labios. Mi autocontrol desaparece. No debería dejar que se acercara de nuevo, no lo necesito en mi vida y mucho menos después de lo que ha pasado, pero cuando lo tengo tan cerca no soy capaz de pensar con claridad.

Una parte quiere alejarlo de mí, la otra ansía su contacto. Aún no puedo mirarlo a los ojos sin sentir dolor, no quiero que se acerque porque tiene las armas necesarias para volver a destruirme. Estoy a punto de declinar su oferta cuando la sonrisa de mi hermana se cuela en mi mente. No puedo perderla. No estoy preparada para renunciar a ella, ni lo estaré nunca. He luchado por las dos desde que tengo uso de razón, siempre lucharé por nosotras, por ella. 

—Por Penélope... —Mis palabras logran dibujar una sonrisa en sus labios tristes—. Pero, vamos a dejar una cosa clara —Asiente conforme—. Nuestro contacto y conversaciones se limitarán a temas relacionados con Penélope y cómo conseguir su custodia. 

—Ve...

—Iris.

Su rostro se descompone. Sabe la barrera que acabo de levantar entre nosotros, pero no quiero que las cosas se confundan. 

Pensaba que estaba acostumbrada a que la gente de mi al rededor me fallara, me hiciera daño y desapareciera. Nunca se han preocupado por mí como para tener en cuenta las repercusiones que tendrían en mi vida  sus actos egoístas. Entiendo que el ser humano es así por naturaleza, solo nos atañe lo que nos salpica. 

—Está bien.

Vuelve la distancia entre nosotros. Mi bomba cardíaca me grita que no lo deje alejarse mientras mi voz interna susurra que es lo mejor. 

—Yo... Necesito que sepas cómo pasaron las cosas, nada es... 

Suena derrotado, sincero y arrepentido, pero no tengo cabeza para escucharlo. Ni siquiera estoy preparada para revivir todo lo sucedido.

—Hardy, basta. Si lo que vas a decirme no tiene que ver con mantener a Penélope a mi lado, no me interesa. Eres mi abogado, nada más.—Aclaro con un nudo en la garganta—.  No quiero que me abraces cuando rompa en llanto, con que me tiendas unos pañuelos será suficiente. Pagaré tus servicios, como haría cualquier cliente y quiero ser tratada como tal. ¿Entiendes?

Puedo ver la duda, la tristeza y el dolor en su expresión. Está valorando las opciones que tiene, que en este momento no son más que irse o aceptar mis reglas. 

Sé que tiene una mente brillante, se graduó con honores y ha ganado todos los casos que se le han encomendado en los últimos meses. Cuando se compromete lo hace hasta el final, lucha en cada juicio con fiereza e inteligencia. Es despiadado con los culpables y no descansa hasta que el peso de la justicia cae sobre ellos. 

—Perfecto, pero lo de pagar no es negociable. No aceptaré un solo euro por hacer esto. 

Se aleja de mí. Su postura corporal cambia por completo, deja de ser relajada y cercana. En su lugar, alinea su columna, cuadra los hombros y abrocha el botón de la americana negra que viste. Ocupa la silla en la que minutos atrás estaba su padre mientras ojea algunos papeles que Carlos tenía abiertos sobre la mesa. 

—Necesitas comprender algo antes de comenzar a profundizar en el caso. Cuando se trata de menores, la decisión del juez siempre debería ser la que vele por el mayor bienestar del menor. Ahí entra en juego la estabilidad financiera, la posesión de una vivienda, la salud del tutor legal... En definitiva, cualquier cosa que pudiera influir de una forma u otra en el desarrollo de Penélope, en este caso. Por lo tanto, debemos centrarnos en demostrar que eres capaz de cubrir todas sus necesidades sin descuidar las tuyas. 

Asiento comprendiendo lo que quiere decir. Examina mi rostro en busca de alguna emoción pero lo único que encuentra es miedo, tristeza y decisión; las mismas que me han acompañado durante días. 

—Soy capaz de mantenerla —afirmo. 

—Eso lo sé, pero tenemos que demostrárselo al juez. No te voy a engañar, utilizarán la drogadicción de tu madre, la desaparición de tu padre, la falta de apoyo familiar e incluso tu edad. No va a ser fácil. 

—Cuento con ello, por eso he acudido a ustedes.

Asiente con una sonrisa tirando de sus labios. 

—Has hecho bien —cierra la carpeta que tenía entre las manos y vuelve a mí. 

No sé si es el volver a tenerlo delante después de tantos días. Si es su voz que siempre ha logrado descompasar mis latidos, su  presencia imponente o la vulnerabilidad que siento con respecto a este tema, pero hay algo que logra mantener mis nervios a flor de piel. Mi corazón sigue sangrando por su engaño y mis manos temblorosas. Aún puedo ver su cara cuando me enteré de todo, sus ojos empañados o la culpabilidad que nublaba el raciocinio de todos los presentes. Nunca me he sentido más traicionada, ni siquiera cuando mi padre me pegó por primera vez. 




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