El reflejo de Iris

Capítulo 9

 

No me sorprende la tranquilidad con la que sale del despacho después de soltar la bomba

No me sorprende la tranquilidad con la que sale del despacho después de soltar la bomba.

Siempre ha sido ella sola contra el mundo. Ha aprendido a caerse, limpiar sus propias heridas y seguir adelante sin la necesidad de una mano que la ayude. Lleva tanto tiempo sacando fuerzas de donde no debería quedar nada, que ya no me sorprende que siga siendo así. Que sus muros sigan arriba. Lo único que me aturde es que ahora yo soy uno contra los que tiene que alzar murallas.

Ni siquiera le ha temblado la voz cuando ha confesado el verdadero parentesco que une a Jon Gómez con Penélope.

Si él es el padre biológico de la pequeña, las cosas cambian drásticamente. Ya no estamos hablando de un amigo cercano de la familia que busca hacerse cargo de una niña sin supervisión parental sino de un padre exigiendo sus derechos. Estábamos preparados para una ardua batalla, pero esto es una guerra de proporciones incalculables.

Levanto el teléfono furioso. No sé en qué puto momento Carlos decidió que era buena idea ocultarme que había aceptado este caso. Es de Iris de quien estamos hablando, no de una cualquiera. Sé que Agatha le ha puesto al día de todo lo sucedido, porque es lo que hace siempre. No entiendo su afán por explicarle cada maldito detalle de mi vida.

—Señor... —comienza Kassie con su voz tintineante y complaciente.

—Quiero a Carlos en la oficina.

—Pero él está...

—Ya —ordeno tajante antes de colgar.

Me respeta tanto como debería, porque sabe que falta poco para que todo esto pase a mis manos. No voy a decir que sea el jefe más amable del mundo, pero tampoco soy un hijo de puta. Me gustan las cosas bien hechas y no voy a conformarme con menos de lo que doy.

El sonido de sus nudillos golpeando la puerta me pone más tenso de lo que estaba. No me puedo creer que esté tocando para entrar en su propio despacho. Sé que solo lo hace para darme lecciones de la educación que predica tener y recrimina que carezco.

Ruedo los ojos permitiéndole el paso.

—Con permiso —me invita a levantarme de su silla de hombre perfecto cuando llega a mi lado.

Solo de pensar que es suya hace que me arda la piel. Le devuelvo su trono de perfección inmaculada donde deja de ser el trozo de mierda que se desentendió de la muerte de su mujer e hija y se convierte en el abogado más prestigioso de la ciudad.

—¿Desde cuándo? —inquiero impaciente.

Eleva la vista de los papeles en los que he anotado el nuevo dato de parentesco de Jon con Penélope.

—¿Su padre? ¿Eres consciente de lo que este cambio supone? —Obvia mi pregunta a consciencia—. La consanguinidad cambia las cosas radicalmente. Ya no solo debemos destacar los puntos fuertes de Iris, tenemos que atacar los débiles de Jon.

—¡Lo sé, joder! ¿¡Se te olvida que también soy abogado!? —pierdo el control porque sé que tiene razón—. Me importa una mierda cuánto cueste, no voy a dejar que se la arrebaten.

Asiente despacio, analizando mi actitud. Como siempre. A veces creo que no soy más que un caso para él, el único que ha perdido en toda su vida y al que no tiene derecho a una apelación.

Dejé de ser su hijo hace mucho y es algo con lo que no ha aprendido a lidiar. Ni siquiera cuando se lo marqué a golpes el día que fue a buscarme después de tanto tiempo. Puede que un par de moratones y un labio partido no fueran suficientes.

—¿Desde cuándo? —vuelvo a intentarlo con la paciencia colgando del finísimo hilo que me mantiene cuerdo.

—Vino hace unos días buscando mi ayuda.

—¿Tu ayuda? —Sé que me odia pero no pensaba que llegara a este nivel—. ¿Dijo específicamente que quería tu ayuda?

—Dijo que no quería preocuparte, exigió que se mantuviera el secreto profesional y que en ningún momento te mencionara nada.

La cabeza me arde. Mis pensamientos burbujean en cada lóbulo de mi cerebro, quemando los pocos circuitos sinápticos que aún funcionan con normalidad, porque desde que ella se fue de mi lado parece que nada va bien. Desde que la perdí, me perdí y no hay cosa que me joda más que darle la razón a Isan. A mi puedo mentirme, pero a él no.

—A partir de ahora yo soy su abogado. Si quieres ayudar, adelante, pero es  caso. ¿Queda claro?

Asiente conforme.

—Tienes a todo el bufete a tu disposición. Tenemos excelentes abogados especialistas en la materia.

Inspiro hondo intentando encontrar la calma que me falta, pero tenerlo delante, con esos ojos que veo cada vez que me miro al espejo no ayuda.

—Hijo —llama mi atención cuando estoy saliendo de su despacho— no vamos a dejar que la pierda.




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