El reflejo de Iris

Capítulo 11

 

No me sorprende la mirada de Agatha cuando entro en casa con Iris en brazos

No me sorprende la mirada de Agatha cuando entro en casa con Iris en brazos. Es terror puro lo que leo en sus pupilas, uno bastante similar al que veía cuando llegaba a casa hecho pedazos después de alguna de mis primeras peleas.

—Pero... ¿Qué ha pasado? —dice algo alterada mientras se acerca a nosotros, preocupada—. ¿Estás bien? ¿Estás herido? ¿Iris?

—Estoy bien —aseguro mientras sus manos me agarran la cara a ambos lados y la mueve en busca de alguna herida.

Veo cómo sus hombros pierden algo de tensión cuando ve por sí misma que no me ha pasado nada, pero todo cambia cuando su mirada cae en la rubia que sostengo media inconsciente contra mi pecho. Observa, con una mueca desaprobatoria, la sangre que le cubre parte del rostro, su labio partido y nudillos destrozados. Sin decir palabra, se da media vuelta.

—Tranquila, yo me encargo de ella.

Mis palabras la clavan en el suelo. Gira lentamente para mirarme con una determinación propia de la mujer que me crio. Hacía mucho que no sacaba ese lado suyo y no me sorprende que lo saque con Iris.

—Déjala en el sofá y ve a darte una ducha, yo le haré las curas.

Niego bastante seguro de que no voy a dejarla sola ni un segundo.

—No voy a dejarla —susurro sabiendo la declaración de intenciones que esconden esas cuatro palabras.

No me sorprende que no le extrañe lo que he dicho. Me conoce más que yo a mí mismo, es mi segunda madre, la única que me ha soportado en mis años más oscuros y quien no ha dudado en ponerme en mi sitio cuando necesitaba que alguien lo hiciera.

Una ligera sonrisa tira de sus labios.

—Ya era hora de que lucharas por lo que querías, Hardy —creo que dice, porque lo único que puedo hacer es acunar la cara demacrada de la rubia que ahora yace en mi sofá. Lo único importante es su seguridad, su bienestar.

Agatha vuelve con el botiquín y comienza a curarla. Yo no puedo hacer más que fruncir el ceño cuando ella lo hace o quejarme cuando hace una mueca de dolor. Porque si tengo que ser su voz cuando ella no la tiene, lo seré. Si tengo que ser su bastón cuando ella no se sostenga en pie, lo seré. Si tengo que dejar atrás todo mi pasado para poder replantearme un presente con ella, lo haré sin dudar, aunque eso signifique enfrentar mis demonios más oscuros.

Vuelvo a cogerla en brazos para llevarla a la habitación. Sus ojos se mueven frenéticos bajo sus párpados, asustada. Sé que uno de los efectos de la mierda que te dan en el puto local de ese enfermo es que te sientas preso en tu propio cuerpo. Eres consciente de lo que sucede pero no tienes el control de hacer nada.

—Soy yo, cielo —susurro dejándola sobre la cama—. Ya estás en casa.

Ni siquiera me molesto en desvestirme cuando, tras quitarle la ropa manchada y ponerle una camiseta mía, me acuesto a su lado. Incluso con los pequeños cortes que tiene en la cara sigue siendo preciosa.

Aparto los mechones que le caen por la cara y por puro instinto, dejo un beso en su frente. Su cuerpo se remueve con el contacto, buscando más cercanía. La atraigo a mi pecho. Es en ese preciso momento, en el que inhalo su olor y siento su calor, en el que sé que voy por poder dormir por primera vez en semanas.

 

 

 

Intento abrir los ojos, pero el cansancio me invita a seguir durmiendo

Intento abrir los ojos, pero el cansancio me invita a seguir durmiendo. Durmiendo. El simple pensamiento hace que una alarma se active en mi cabeza. Hace semanas que no descanso, que no puedo conciliar el sueño sin levantarme miles de veces en la noche.

Me despierto de golpe, como si acabara de salir de un sueño. Como si algo tan normal como dormir para mí fuera algo extraordinario, y es que en las últimas semanas se ha vuelvo algo extremadamente raro. Sin él no puedo dormir bien, no solo me robó el corazón, también destrozó mi ciclo nocturno.

Una cabellera negra revuelta cubre parte de los rasgos del chico que duerme a mi lado. No necesito verlo del todo pasa saber de quién se trata. Es su olor, a forma en que mi cuerpo arde en aquellos lugares donde nos rozamos y la sensación de seguridad que me transmite. Hardy.

Una pequeña punzada me atraviesa el corazón. No sé si de emoción o por el sentimiento de traición que aún anida en mi interior.

Me froto los ojos intentando recordar cómo llegué aquí. Lo último que recuerdo es la discusión que tuve con Jon cuando intentó ir a convencerme de renunciar a Penélope. Según él, tenía el caso ganado antes de comenzarlo. Y yo lo sabía. Sabía que era complicado luchar contra el padre biológico de mi hermana, sabía que en los juzgados tendría más peso la palabra de un hombre con familia y un trabajo estable que el de una adolescente con una madre drogodependiente y un padre desaparecido. Sabía que parte de sus palabras eran verdad y eso hizo que perdiera el norte. Que por primera vez en años me diera todo igual, porque sin Penélope yo no era nada. Sin Penélope mi vida dejaría de tener sentido y todo lo que he hecho por mantenerla a salvo habría sido en vano.




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