El reflejo de Iris

Capítulo 21

Orgullo


Orgullo. Eso es lo que veo en sus ojos de bosques infinitos. Orgullo y algo más caliente que se parece mucho a lo que yo sentía por él. Sentía. Siento. No lo sé. No quiero saberlo, en realidad. Duele demasiado pensar en lo que tenía y perdí. O quizás nunca lo tuve del todo.

Me centro en él y en la profundidad de su mirada. En la esperanza que enciende mi palabra susurrada y en la calidez de sus pupilas. Dejo que las palabras que no nos hemos dicho fluyan cual ríos de lava caliente. Como verdades furiosas que necesitan oxígeno para seguir ardiendo.

Lo quiero. A pesar de todo, lo quiero y eso es más enrevesado que no quererlo.

Cualquiera diría que tras una vida guiada por los golpes, no necesitaría más que una rápida ojeada para saber evitar una caída más, pero con Hardy es diferente. He visto el agujero desde el primer momento. Supe que acercarme a él era sinónimo de hundirme en su deriva. Lo supe y nunca me importó. Porque cuando vagas sin rumbo lo importante no es el destino sino la mano que te guía en las noches interminables, la voz que te súplica que sigas luchando cuando ya no te quedan fuerzas. Hardy ha sido eso. Mi ancla, mi mar embravecido y mi calma al amanecer. Ha sido la ola que rompió el barco y la tabla que me mantuvo a flote. Una contradicción en todo su esplendor, una certeza aterradora.

Sus palabras me dolieron, la verdad me quemó. Estaba dejándome llevar por el dolor, por el cansancio, por mis ganas de rendirme y dejar que el mundo siguiera girando aunque yo no lo hiera con él. Quería tirar la toalla, hundirme en un pozo ilocalizable. Iba a darme por vencida. Iba a hacerlo. Dios. Juro que aún hay días que me levanto y siento que no puedo más. Llevo tanto tiempo pensando en los demás que ya no queda un yo al que cuidar. Solo en momentos como estos, me acuerdo de que existo. De que mi corazón sigue latiendo en algún rincón solitario.

«Porque él supo en todo momento lo que pasaba en casa de los Parks.»

Lo sabía. Jon siempre lo supo.

Me hago más pequeña en la silla. La adrenalina aumentando en mi torrente sanguíneo con los recuerdos que cruzan mi mente castigada.

Papá no ha llegado a casa y eso solo significa una cosa: hoy no tendré que limpiar la sangre de mamá. La sonrisa de mis labios aumenta con cada paso que doy dirección a la cuna. Hoy podremos ver una película con Ian sin los gritos del monstruo. Mamá no tendrá que pasar días encerrada en casa para cubrir los golpes visibles. Podremos ser una familia de verdad. Pero lo que más ilusión me hacía era poder dormir con los ojos cerrados. Hoy podría hacerlo. Sin papá por aquí no había peligro. O así debía haber sido. Así era antes de que las versiones de mamá aparecieran.

Me había acostumbrado a descansar con un ojo siempre abierto. Me quedaba en el suelo de la habitación de Ian, por si el monstruo de mis pesadillas cruzaba la puerta y estaba demasiado lejos como para detenerlo. Echaba de menos la cama calentita. Las risas de mamá. Los abrazos de buenas noches. Echaba de menos la sensación de seguridad. Echaba de menos dormir más de dos horas seguidas y estaba segura de que hoy podría haberlo hecho de no ser por...

—¡Venus, cariño! —Mamá estaba contenta. Mamá se acordaba de mi nombre. —¡Baja a la cocina!

La sonrisa tembló en mis labios. Se acordaba de mí. Hacía tres días que no recordaba quién era. Me miraba y sentía que ni me veía. ¿Alguna vez has mirado una foto? Pues mamá llevaba días así, tan viva como una imagen, tan muerta que no reaccionaba. A veces le pasaba eso. Cuando le decía lo mucho que me asustaba verla así, se ponía triste y me llamaba mentirosa. Yo no mentía, lo juro. Mamá se perdía en su cabeza y me costaba mucho llegar a ella. Era como si quisiera huir de la realidad, de todos, de... mí.

Negué limpiando las lágrimas de mis ojos. Hoy no era de esos días. Papá no estaba y mamá se sabía mi nombre. Incluso se había acordado de cambiarle el pañal de la mañana a Ian. Sabía que él también existía. Había sido un buen día.

Tiré el tercer pañal del día de mi hermano. Ya sabía cambiarlos yo sola. Había aprendido a base de fallo y repetición. Me marché muchas veces las manos, me pegué en pañal en sitios que no quiero ni mencionar y lloré cuando el lloraba porque no lo estaba haciendo bien. Ahora no pasaba eso. Había aprendido. Era mi hermano, era mi responsabilidad cuidarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.