El reflejo de Iris

Capítulo 26

 

—Sé que eras la favorita de Joan, tu droga era gratis por estar siempre a su disposición—No reconozco mi propia voz—

—Sé que eras la favorita de Joan, tu droga era gratis por estar siempre a su disposición—No reconozco mi propia voz—. Solo tengo que hacer una llamada y esta noche dormirás en prisión. Créeme cuando te digo que hay cosas peores que morir.

La mujer tiembla aunque ya no estoy agarrándola. Estoy tan tenso que siento la sangre correr por todos los capilares. El corazón latiéndome en los oídos. Esta hija de puta es un monstruo, merece todo el mal que pueda pasarle. Sólo de imaginar a una pequeña Iris indefensa en cualquiera de los escenarios que ha pintado con palabras, me estremezco. Se me parte el alma antes de volver a unirse con rabia.

—Respira en su dirección o mírala más de lo necesario y despídete de tu vida como la conoces —Respiro profundamente para tranquilizarme—. Intenta ponerle un solo dedo encima de nuevo y desearás haber muerto.

Retrocede hasta chocar contra la pared vainilla del fondo de la habitación prácticamente vacía, salvo por un sofá y una mesa con un par de sillas.

—¿E-es una amenaza?

—Una promesa.

Doy media vuelta viendo rojo. Las imágenes de Iris siendo abusada de todas las formas posibles se suceden en mi mente, arrancándome el aire de los pulmones. Quiero abrazarla hasta que el mundo se nos caiga encima, llorar, hundir a todo aquel que la haya tocado o le haya negado ayuda. Quiero decirle que la quiero. Que siempre que me quiera me tendrá a su lado. Que jamás la miraré con pena ni sentiré lásmita por ella. Quiero muchas cosas y ninguna es importante. Ella lo es. Iris. Quien ha sobrevivido a las atrocidades que ni soy capaz de enumerar. No quiero pararme a pensar en su infancia, sé que perdería la cabeza. Si ella que lobha vivido todo sigue levantándose cada día, yo no voy a ser menos.

Llego a su lado antes de pensarlo siquiera. Su mirada es un mar de desconcierto que no abandona la mía aún estando a escasos centímetros de distancia. ¿Le extraña que no le haga mil preguntas sobre lo que acaba de confesar?

Cómo de jodidas han tenido que estar las cosas en su vida como para que le sorprenda que se preocupen por ella, que la cuiden y salgan en su defensa. Ahora entiendo muchas cosas. Como su reticencia a pedir ayuda. Puede que lo que para el resto de mortales es puro trámite, para ella es una maldita tortura. Estuvo años pidiéndola y jamás se movió un solo dedo por sacarla de ese puto infierno. Años. Cientos de días en los que nadie escuchó su súplica, su tormento.

Le acaricio las mejillas con los pulgares intentando borrar las lágrimas pasadas que sé que han surcado su piel miles de veces. Mis caricias intentando alejar los monstruos de su pasado.

«Estoy aquí». Necesito que lo entienda, más allá de las palabras.

Asiente leyendo el mensaje escondido en mis ojos.

—¿De verdad la quieres, Venus? —dispara por última vez antes de perdernos de vista.

La rubia se detiene de golpe, respirando profundamente mientras me agarra tan fuerte que duele. Le devuelvo el apretón. Yo soy su ancla, ella la mía.

—La custodia. ¿Quieres la guardia custodia y patria potestad de Penélope? Si renuncio, su bienestar dependerá de ti. Serás su tutora legal, se convertirá en tu responsabilidad absoluta. ¿Quieres eso?

—Siempre he sido su máxima responsable, esto solo lo reconocería legalmente —suena tan calmada, tan cansada y enfadada.

—Me equivoqué, cariño. —Limpia algunas lágrimas de sus mejillas sonrosadas—. Tus hermanos nunca debieron ser tu responsabilidad sino pa mía. Aunque mi mente enferma no me dejara actuar correctamente, yo soy su madre.

—Nuestra madre murió hace años —sentencia cerrando la puerta a nuestra espalda.

La tensión no desaparece de nuestro cuerpo aún dejando atrás el edificio vainilla construido en memoria de mi madre y su color favorito. Iris descansa la cabeza contra el cristal mientras dibuja círculos en la mano que tengo apoyada sobre su pierna. No creo que se dé cuenta del ligero temblor de sus dedos ni de la lágrima furtiva que corre solitaria por su pómulo izquierdo. El azul de sus ojos está empañado, tienen el color del mar cuando una borrasca se cierne sobre las aguas.

Vislumbro el camino de árboles justo antes de pasármelo. Giro adentrándose en la carretera de tierra que nos dirige hacia donde todo comenzó. Las aguas turquesas del Lago Martini nos saludan cuando aparco el coche a la orilla del acantilado de roca blanca, justo en la zona terminal del parking en que comienza el bosque de pinos.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunta sin mirarme. No lo ha hecho desde que salimos del centro.

La entiendo. No quiere ver en mí la mirada que el resto de la población mundial le daría en esta circunstancia. Yo no. Si se decide a mirarme, verá orgullo y admiración total. Es la persona más fuerte que he conocido y eso no lo cambia ningún pasado oscuro. Su corazón ha seguido latiendo aún cuando le han dado motivos de sobra para que dejara de hacerlo. Algo así solo podría ser admirado, adorado.




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