El reflejo de Iris

Capítulo 27

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Algunos dicen que la calma precede a la tormenta. El silencio, la sensación de tranquilidad. Una gran trampa de la naturaleza diseñada para atraer a las víctimas que serán golpeadas con la desgarradora fuerza de vientos incontrolables, torrentes de agua y un ruido ensordecedor capaz de aislarte del mundo que te rodea. No es que esté contando nada nuevo. Los grandes autores hablan de ese momento idílico tan fugaz y finito como el batir de alas de una mariposa capaz de desatar el caos. Lo que me lleva a pesar si alguna vez alguien se ha preguntado qué pasa con el silencio de después.  

No hablo de los lamentos y quejido. De ese momento de desolación en el que los árboles yacen con las raíces apuntando al cielo y las copas rotas. Cuando las calles parecen ríos de agua turbia, los pájaros lloran por sus nidos destrozados y la población mira desolada los restos de sus pertenencias. Me refiero al después no inmediato. Me refiero a ese instante en el que te secas las lágrimas, apartas el pelo de la cara empapada y lo ves. Cuesta, pero ahí está. Verde, pequeño y tan frágil que no eres consciente de su fortaleza. No hoy flor coronándolo, ni una pradera que lo proteja. Solo es un tallo brotando entre las grietas del barro seco ennegrecido. Un suplo de esperanza, un grito de guerra. Me gusta pensar que soy un tallo. 

Puede que sea frágil y que haya crecido rodeada de unas condiciones poco favorables para cualquier ser vivo, pero sigo aquí. Puede que mis pétalos estén manchados de sangre, algunos tan arrugados que deslucen y que alguna bota amenace con acabar con mi existencia. Pero, sigo aquí. Y eso es lo que importa.

Las voces de los abogados vuelven a colarse en mi conducto auditivo. Desconecté cuando Stevens comenzó a poner a todos en situación. Me he leído tantas veces los informes actualizados de Kassie que podría recitarlos de memoria sin escapar ninguna coma. 

—En realidad, quedan tres días para la vista con el Juez —interviene Kassie corrigiendo a el pelirrojo que acababa de añadir días a la espera tormentosa. 

—¿Tres días? —para en seco su discurso para volverse hacia la rubia que escribe sin parar justo a la derecha de Hardy. 

—El Juez Murillo es quien se hará cargo del caso, por eso de ha adelantado la fecha. 

Los ojos de Jen buscan los míos a la rapidez de la luz. Lo peor de todo es que ni siquiera me sorprende y puedo asegurar que a ella tampoco. 

—¿Por qué Murillo y no Andrew, como estaba previsto? —esta vez es Carlos el interesado. 

—Porque Murillo es socio de Jon. 

Nuestras voces hablan al unísono. Tan cargadas de ira y furia que no podemos esconderla. Está jugando sucio, quiere ganar el juicio sin siquiera haberlo comenzado. Sabía que sería capaz de mover las marionetas con las que lleva jugando toda la vida, lo he visto hacerlo más de una vez, pero jamás pensé que el fin sería apartar a Penélope de mí. 

No necesito mirar debajo de la mesa para ver la mano de Isan sosteniendo con fuerza la de Jen. Normalmente, gravitan al rededor del otro con una normalidad increíble. Es como si sus interacciones no estuvieran motivadas por el amor que flota entre ellos sino por el destino en su máxima extensión. Y me siento completamente aliviada al ver que tienen eses apoyo incondicional en el otro, ambos se lo merecen. Joder, si hasta yo me lo merezco después de todo lo que ha pasado. 

El verde más profundo y expresivo que recuerde haber visto jamás choca con las aguas turbias de mis ojos. Hardy y su maldita manía se no abandonarme aún cuando está en la otra punta de la mesa, como de costumbre. Puede que físicamente estemos lejos, es más, lo estamos. Sin embargo, nunca lo había sentido tan cerca. No había creído posible poder sentir sus manos en mis mejillas, sus labios sobre los míos o su furia como propia solo con una mirada. Porque eso es todo lo que me está dando. 

Aunque puede sonar contraproducente, me gusta su forma de quererme. Incluso cuando se negaba a admitir lo que sentía, sus acciones siempre hablaron más que sus labios. Quizás nadie le explicó que el amor tiene muchos lenguajes y yo él los habla casi todos. Me quiere cuando es mi sparring los días que la vida me supera y necesito golpear algo. Me quería cuando iba a buscar a Penélope a clase para que yo pudiera estudiar. Me quiere cuando comparte conmigo el que era el lugar preferido de Valentina. Me quería cuando decía que no lo hacía y lo hace ahora que lo ha entendido todo. 

Y yo... Yo lo quiero como no pensaba que se podía querer. Lo quiero aún cuando me hizo daño. Pero es que el amor es así, ¿no? Irracional. Quizás esté siendo estúpida al volver a confiar en él. Porque por primera vez me planteo si ese es el problema: querer. ¿Y si Cristian tenía razón y el amor es nuestra máxima debilidad? Si eso es así, quiero ser débil toda la vida. Quiero que me rompan en mil pedazos, porque prefiero eso y saber que estoy viva, que quedarme estancada en un limbo en el que nada me roce. Una existencia vacía es una muerte prematura que no estoy dispuesta a aceptar.




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