El reflejo de Iris

Capítulo 29

Iris

 

—Jordan necesita ayuda en la barra, Carla no se encontraba bien y se ha ido. ¿Prefieres bajar tú o voy yo?

Veo la petición implícita. Desde que el chico al que lleva unos meses conociendo ha llegado al Pub, no ha podido quitarle los ojos de encima. Él tampoco, todo sea dicho. Estoy segura de que hoy también la esperará. Aún recuerdo la primera vez que salimos y lo vimos sentado en la acera frente a la entrada trasera del local. Eran más de las cinco de la madrugada, lo que significa que llevaba sentado bajo el fresco de la noche, al menos, una hora y media. Según él, acababan de llevarse a un amigo que estaba demasiado borracho para conducir y lo habíamos encontrado cuando ya se iba a casa. Como la dirección de Miriam le quedaba de camino se ofreció a llevarla. Tardamos dos semanas en descubrir que ni vivían cerca ni le quedaba de paso. Igualmente, siguió viniendo todos los fines de semana a buscarla. Sus excusas cada vez eran más vagas, hasta que hace unos días dejaron de intentar esconder lo que sentían. No son novios, no oficialmente. Pero hay algo fuerte entre ellos. 

—Yo me encargo. —Dejo una bandeja con bebidas en su mano—. Del reservado tres. Los del cinco quieren un par de botellas más, el resto lo tienes controlado. 

—¡Te debo una! —la escucho gritar mientras bajo las escaleras hacia la barra del piso principal.

Antes salía de aquí con dolor de cabeza y un pitido constante en los oídos que no desaparecía hasta pasadas una horas, ahora lo llevo mejor. Ya no me molesta el olor a sudor ni alcohol que impregna el aire del Pub. En lugar de eso, mi olfato se centra en la nota dulce de los potentes productos de limpieza y ambientadores que hay distribuidos por cada rincón. He aprendido a moverme entre la marea de cuerpos que se balancean al ritmo de la música que golpea con fuerza los altavoces, me sé los ingredientes de los cócteles de memoria y estoy más cómoda con el resto del equipo. Aunque, Miriam, Jordan y André siguen siendo las personas con las que más trato tengo. 

Christian, uno de los miembros del equipo de seguridad y la mano derecha de André, se aparta de las escaleras para dejarme pasar. 

—¿Te toca cubrir a Carla? 

Le respondo con una sonrisa encogiéndome de hombros. 

—Sí, Miriam me dijo que se encontraba mal y la mandaron para casa.

—Está con amigdalitis y fiebre. En cuanto André la vio, le dijo que se fuera a casa y le pidió a Miriam que bajara a cubrirla. 

—No te preocupes , fui yo la que le dije que quería bajar para ver cómo son las cosas en esta barra. Cualquier cosa es mejor que soportar a gilipollas que se piensan que por pagar doscientos euros por un reservado les tienes que lamer la suela de los zapatos. 

—Gilipollas hay en todos lados. Ten cuidado y cualquier cosa, ya sabes. —El color marrón de sus ojos se transformó en un chocolate tan oscuro como el tono de su pelo rapado—. No dejes pasar ni una, Iris.

Los azules, rojos y violetas iluminaban los cuerpos sudorosos que se movían al ritmo de la música, las risas que un grupo de chicas se escuchaban por encima de los altavoces. Olía a sexo y a desenfreno mezclado con ese toque dulzón de los ambientadores que ya me resultaban familiares. Olía al Pub, a seguridad. Olía a dinero y a un contrato fijo que aseguraba la comida de Penélope en la mesa. 

—¿Rubia? ¡Dios ha escuchado mis plegarias! —la voz de Jordan me saca de mis pensamientos. 

—En realidad, creo que ha sido André. 

—Dios, André, llámalo como quieras. 

Hablaba mientras se movía de un lado para otro. Los vasos chapoteaban en la barra mojada por la humedad de las bebidas con hielo que se condensaba y hacía charcos sobre la madera oscura. Más gente de la que podía contar iba y venía como polillas a la luz. Algunos borrachos perdían la paciencia y comenzaban a levantar la voz para hacerse oír sobre la música y el resto de peticiones de bebidas. 

—¿Miriam te ha explicado algo? 

Negué acercándole la botella de ginebra que me había señalado. 

—El resumen es: servir, cobrar y repetir —Sus ojos se clavaron en los míos con seriedad—. No dejes pasar ni una, Iris. Ante la mínima falta de respeto, llama a Christian. 

—Sí, ya me ha dicho que los gilipollas no son exclusivos de los reservados.

El tinte de decepción de mi voz arrancó una carcajada que se escuchó por encima del barullo. Profunda, rica y candente. Podía entender por qué la morena con rasgos familiares del fondo de la barra no le quitaba los ojos de encima. ¿Analise? 

Recordé nuestra conversación y la promesa de unos chupitos de vodka de cereza que nunca llegaron. Serví uno y lo dejé frente a ella. 

—Te lo debía. 

La sonrisa iluminó su rostro. Tan pronto como su mirada se deslizó del moreno para enfocarse en mí, algo se deshizo en ella. 

—Eres tú, ¿verdad? —En su voz había una nota triste que no encajaba con el resto de emociones bonitas que brillaban en sus ojos almendra—. Eres su Iris. 

Di un paso atrás. 

—¿Su Iris? —intenté obtener más información. Yo no era de nadie. Jamás lo había sido. Era mía. Como debía ser—. ¿A quién...?

Una chica que había bebido más de lo que su cuerpo parecía ser capaz de soportar tropezó hacia delante, tirando varios vasos de la barra que cayeron sobre mí. 




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