El reflejo de Iris

Capítulo 30

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—Cristian no desapareció —la emoción no solo impregnaba su voz, se esparcía por la estancia hasta golpearnos a todos con la misma intensidad que las siguientes palabras que salieron de su boca:— Yo maté a mi padre.

Su postura cambió de forma radical. Las manos antes temblorosas que mi amigo logró calmar vagamente, ahora estaban tan firmes como el muro que estaba levantando entre ella y el mundo que pudiera hacerle daño. El impacto de su confesión consiguió que los brazos de André disminuyeran la presión necesaria para que ella malinterpretara su reacción. Pero fue demasiado tarde, cuando el moreno quiso volver a detener a Iris, ya se había alejado de su pecho. La vi arrastrarse por el suelo del cuadrilátero con la vista fija en la puerta que había tras de mí hasta que la espalda le chocó contra la esquina contraria. Sus ojos jamás recorrieron las caras de los presentes, se estaba negando a ver lo que ella supondría que reflejarían. ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¿Lástima? Fuera lo que fuera, no era real. Si tan solo hubiera dedicado unos segundos a mirarnos, a ver de verdad lo que escondían nuestros ojos, se habría dado cuenta de que en lugar huir, todos habíamos dado un paso en su dirección.

Un sollozo tan bajo como el susurro de las alas de una mariposa rozó mis oídos antes de que Isan estuviera al lado de su novia, arropándola entre sus brazos. Justo como me gustaría estar haciendo ahora. Una parte irracional me grita que corra ahí arriba y la abrace hasta que se deshaga en pedazos y saque todo lo que lleva tantos años guardándose. La otra, sin embargo, la que conoce a Iris y puede verla a través de los ladrillos que está construyendo entre nosotros, entiende el espacio que necesita. Sé que cuando te expones de tantas formas como ella ha hecho con esa confesión, necesitas tener algo controlado. Una parte del caos que dependa de ti. Aunque no es más que una sensación ilusoria, suele ser bastante efectiva a corto plazo. Por eso, dejo que Isan acaricie el pelo de la morena que se deshace en lágrimas en su pecho mientras intento encontrar las fracturas en el muro que Iris ha erguido para ayudarla a cerrarlas. Necesita sentirse segura, y si para eso tengo que alejarme cuando todo mi cuerpo arde por acercarse, lo haré.

Aparto la ira que corre por mis venas. Dejo de lado la sed de sangre que me despierta la confesión. Lo importante es ella y cómo el sacar esta información a la luz está afectándole. Tiene la barbilla apoyada en las rodillas que abraza a su pecho. Su mirada tan perdida que podría estar en cualquier lugar que no fuera aquí. 

No es justo, joder. No tendría que cargar con tanta mierda ella sola. Si ya odiaba a Amber por dejar que su hija viera cómo asesinaban a su hermano, por permitir que un monstruo como era su padre mirara tan siquiera en su dirección… No puedo poner en palabras el desprecio tan profundo que siento por esa mujer, en este momento. Una madre no hace eso. Una madre no permite que dañen a sus hijos, una madre lucha. Como Iris ha hecho por Penélope. Porque eso es lo que ella ha hecho desde que Amber decidió que drogarse era más divertido que lidiar con los recuerdos del pasado. Mi chica ha tenido que seguir levantándose día tras día. Ha seguido luchando con sus demonios de tal forma que la única forma de conseguir ahuyentarlos era hacerlo de forma física. He visto las heridas en sus nudillos más veces de las que he mencionado, he visto la fatiga y el cansancio reflejado en sus ojos, he visto cómo ha pospuesto su entrada en la universidad un año para poder ahorrar para sus estudios y asegurar la comida de Penélope en la mesa. Lo he visto. La he visto ser la madre que ella nunca tuvo.

No quiero pensar, ni siquiera sé si quiero saber qué circunstancias la llevaron a hacer lo que hizo. Si mi mente ya está haciendo una recapitulación de los posibles escenarios catastróficos, no sé qué pasaría si tuviera detalles. Si supiera exactamente lo que sufrió bajo su propio techo. Solo sé que quiero protegerla de sí misma y de las posibles consecuencias que podría traerle lo que sucedió.

—¿Alguien más lo sabe? —pregunto sin moverme de mi sitio.

La mirada de todos los presentes busca la mía. Solo soy capaz de procesar la suya. Ella. Mi hogar. Las mareas de sus ojos están tan revueltas que me cuesta ver los sentimientos que esconden sus aguas. Ser un náufrago en su océano es más peligroso que de costumbre, no por ello me detengo. Las olas rompen con fuerza, intentando alejar a cualquier idiota que sea lo suficientemente estúpido como para intentar llegar hasta el epicentro de la tormenta. Los rayos confusos, los truenos del furiosos, los recuerdos del pasado que aún flotan aquí y allá. Tardo en encontrarla más de lo que me gustaría, estirando los límites de mi cansancio sin flaquear un solo momento. Ella necesita que esté ahí, necesita ser encontrada en mitad de tanto caos.

Está poniéndome a prueba. Dándome la libertad que necesito para salir huyendo si quisiera. Está tan equivocada que aún me sorprende que crea que puede deshacerse de mí tan fácil. Cuando dije que no le temía a su oscuridad, lo decía de verdad. Si no he presionado antes es porque sabía que en algún momento me ganaría su confianza de nuevo. Puede que mi falta de preguntas haya sido interpretada como lo que no era. Jamás pensé conocerla del todo, nunca pasó por mi mente que conociera todos sus secretos. Es más, estaba seguro de que solo había visto la punta del iceberg de las pesadillas que la asfixiaban alguna que otra noche. Nunca lo mencioné. Jamás le di ninguna indicación que pudiera llevarla a sospechar que durante esas largas noches mientras ella recuperaba el oxígeno y limpiaba las lágrimas que no quería que viera, yo la acompañaba en la oscuridad y el silencio. Tampoco creo que sea totalmente ajena.




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