Vi sus ladrillos caer con mi última declaración. Con la certeza enredada en sinceridad que susurraron mis labios cuando llegó a mi lado. Porque sí, lo sabía. Ella haría lo mismo por mí. Sé que por mucho que se haya querido proteger del daño que le hice, también me ha estado protegiendo a mí de sus demonios, de sus pesadillas. De la sangre que aún ve manchando sus manos, de las heridas que esconde a plena vista. Siempre me ha cuidado. Incluso cuando vestía sus acciones de odio, estaban motivadas por el amor. Por esas palabras que convertí en tabú, por esa confesión que pisé en el suelo de una universidad de mala muerte y destrocé en camas que no olían a ella, en labios que jamás supieron a cielo.
No diré que nuestra historia ha sido perfecta, tampoco espero compartir esto con nadie jamás, pero no me arrepiento de nada. Si me brindaran la oportunidad de borrar lo sucedido y comenzar de nuevo, no podría arriesgarme a dar un paso en falso que nos destinara a otro sitio que no fuera este. Quiero estar aquí. En este parque rodeado de niños correteando y padres aburridos mirando la escena con el poco interés que aún les queda. Quiero mirar esos ojos del color de las océanos furiosos y perderme en su inmensidad hasta que decida que ha tenido suficiente de mí, e incluso entonces, preferiría vagar a su deriva que tocar tierra firme. Mi sitio es a su lado. Y estaré más que encantado de desgarrarme las jodidas cuerdas vocales recordándole lo importante y valiosa que es para este mundo; en hacerle entrar en esa cabeza que jamás volveré a salir corriendo.
Que la veo, joder. La veo con todo lo bueno y lo malo y no puedo dejar de mirarla. De admirarla.
Su paso disminuyó la distancia tan molesta que aún quedaba entre nosotros, la tenía tan cerca que podía ver su pulso latir con fuerza en el cuello. Y justo en ese momento en el que me sonrió y el resto del universo dejó de tener algún tipo de importancia. Justo cuando iba a decirle todo lo que sabía que necesitaba escuchar y yo ya no podía mantener cautivo en el maldito nudo enorme que se había formado en mi garganta, sonó el móvil.
Una única notificación con el sonido característico del grupo de WhatsApp que compartía con André e Isan.
André: Voy saliendo. Nos vemos en media hora.
Mi cuerpo completo de tensó por un segundo y la mirada de terror puro que compartí con Isan hizo que todo se volviera más real. Estábamos seguros de lo que pondría en esos papeles. Habíamos preparado una acusación sólida que anularía la necesidad de hacerlas pasar por una disputa legal de custodia en el que Jen e Iris tuvieran que declarar. Sabíamos que no habría forma humana de que saliera de esta. Jon pagaría por lo que había hecho, Penélope se quedaría con sus hermanas y esta pesadilla acabaría de una vez por todas. Sin embargo, sabíamos que existía una remota oportunidad de que saliera de esta, no era legal, pero los contactos y el dinero jugaban un papel más importante en la justicia de lo que la sociedad era capaz de imaginar.
—Ya hay sentencia —declaró el rubio lo suficientemente alto como para que el mensaje llegara a todos. Incluida Jen, que muy sabiamente había detenido las bicicletas junto a nosotros cuando detectó la tensión en el ambiente.
La mirada de Ve voló hasta la de Jen. No sabía cómo eran capaces de entenderse con tanta facilidad aún con los metros no recorridos que había entre ellas, pero se comunicaban. Asentían y se reconfortaban en el silencio que compartían.
—Pe, ¿nos vamos a por un helado? —canturreó mi cuñada con un hilo de voz poco convincente.
Los rizos de Penélope desaparecieron de su cara cuando una fría ráfaga de viento nos bendijo bajo el cálido sol abrasador. Todos pudimos ver su ceño fruncido y esos labios diminutos formando una línea. Era pequeña, pero sabía leer muy bien a sus hermanas. Aunque no supiera que ambas eran de su sangre, las trataba como tal.
—¿Va todo bien? —la pregunta fue directa a Iris que seguía paralizada con el sudor corriendo por su piel ligeramente maltratada por el sol del mediodía.
Una sonrisa sincera se formó en los labios de la rubia hizo que mi corazón se saltase un par de latidos. Ella sabía que confiábamos en la resolución favorable del caso, pero esa pequeña duda que enturbiaba su mirada cada vez que se perdía en sus pensamientos era imposible de subsanar, hasta que tuviera los papeles en la mano y a Penélope a salvo a su lado.
—Creemos que sí, pero vamos a comprobarlo —aclaró acercándose a ella y poniéndose a su altura.
—¿Tú estás bien? —susurró solo para Venus.
—Si estás conmigo, siempre estoy bien.
La desgarradora verdad que había impregnada en esas seis palabras era de las cosas que más me habían cautivado de Iris Venus Parks. Era capaz de ser vulnerable y fuerte en una misma oración. Te desnudaba su alma, abría las puertas de sus murallas y aún así, se mantenía firme ante las amenazas. A la espera de un golpe maestro que la derrumbara, en guardia por si el enemigo aprovechaba las grietas que ella misma había abierto. Y eso es algo que pocas veces había visto en alguien. Tomar una decisión consciente que sabes que podría hacerte tanto daño que acabaría con parte de tus ejércitos. Pero ella era así, aún temblando de miedo daba el paso.
La pequeña se colocó un mechón detrás de la oreja y afirmó con toda la seguridad que cabía en su cuerpo: —Nunca me voy a ir.
—Yo tampoco, peque.
Dos helados, un par de abrazos y veinte minutos después, estábamos en el despacho dispuestos a enfrentarnos a lo que se nos viniera encima.
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Editado: 28.10.2024