Por los últimos días, sentía que algo nuevo sucedía. Estaba renovada, animada, dormía plácidamente luego de aquel ritual que surgió la noche que empezó el ensayo para Tpress & Co. ¿Se arrepentía? Sinceramente no, definitivamente no. La moral había abandonado la casa hacía tiempo y Valerian se sentía ligera.
Quince era el número de personas que Alexander había matado, al menos las que tenía anotadas hasta el momento, según su descarada confesión en las cintas. Todas, según él, tenían un motivo. Las fotos nunca dejaban de llegar a su puerta, pero en lugar de verlas, solo corría a quemarlas en el mismo lugar donde incineró la primera caja, donde los árboles absorbían la luz del sol.
Estaba aprendiendo a convivir con Betty, esa maldita vocecita que la atormentaba desde hacía tiempo. Era absurdo continuar en un constante estado de alerta, mucho más cuando el mundo seguía su curso y había olvidado las atrocidades que sucedieron. De alguna forma, esa voz interna le hacía compañía.
“Un paso a la vez, Hansen”, se alentó.
La única voz que no podía callar era la de Frances. La acosaba con llamadas desde su visita. Las evitaba tanto como le era posible, pero era persistente y le resultaba hasta gracioso verlo tan desesperado por el 12,5% de las acciones que representaba. Richard Melvick había estado cancelando las reuniones cada vez que podía y, en ese sentido, la pelirroja lo agradecía. Le daba tiempo y espacio para no regresar.
“Atiende el maldito teléfono, Ivy, es importante”, insistía Frances. Claro, siempre era importante. El sentido de la urgencia se lo había enseñado ella misma. Pero quería tomar el desayuno en paz, así que lo dejaría en espera por un rato. El borrador iba consigo a donde fuera, siempre podía corregir o agregar alguna nota.
—¿Qué te ha hecho el papel que lo miras así? — bromeó Logan, tomando asiento junto a ella, como solía hacerlo cada vez que se encontraban.
Instantáneamente cerró el cuaderno. No quería ni debía compartir lo que estaba escribiendo. A la vieja usanza.
—Oficial, qué bueno verte — sonrió jocosa al ver cómo bufaba por como lo llamaba, sin embargo no emitió nada al respecto. — ¿Siempre acechas a tus vecinos?
—No solo a ti — respondió para luego sonreír ampliamente. — Llevas tiempo desaparecida, Val.
En su interior se encendió una alerta de confianza excesiva. No le molestó en absoluto. Sonaba agradable cuando lo decía así, muy familiar.
—La vida adulta y sus ocupaciones — y en parte era verdad, aunque la otra parte fuera «me obsesione con el asesino escarlata y escribo sobre él», algo que una incómoda mueca no podía ocultar.
Allí estaba otra vez, su histriónica risa. Era vibrante, segura y ya estaba mirándolo por mucho tiempo. «Detente, ¡vamos amiga deja de mirarlo!, ahí está otra vez, ¡desvía la mirada ahora!» aclamó Betty, no fue la mejor idea que tuvo, porque la televisión estaba a punto de abofetearla con mucha fuerza.
“Autopsia determina que el joven hallado en el río Hudson era Jeremy Melvick, hijo del magnate banquero Richard Melvick y la estilista Debora Someyovk”.
Dejó de prestarle atención al resto del entorno al momento en que se ahogó con el café que estaba tomando. Todo su cuerpo entró en pánico y ya nada quedaba más que unas manos temblorosas que ocasionaron que parte de esa bebida la quemara. La escapatoria perfecta; como si fuera costumbre, Logan estaba allí para salvarla, aunque quisiera gritarle que la dejara morir así.
El castaño estaba diciéndole algo que no lograba comprender. Sentía que su garganta se cerraba cada vez más y no podía controlar su cuerpo. Al notarlo, Logan se acuclilló frente a ella y tomó su rostro para que lo mirase. No era la primera vez que la veía reaccionando así, eso llamaba su atención notablemente, algo que en cierto modo le generaba un nudo de angustia. Podía ver el temor en esos ojos eternamente azules. Al fallar en traer de vuelta a la realidad a la pelirroja, Logan volteó siguiendo el rastro hacia donde ella miraba.
Llevó varios minutos que la chica recobrara la poca cordura que le quedaba, bajo la mirada inquisitiva y llena de sospecha de Logan.
—Gracias por esto — habló Valerian luego del silencio, levantando un poco el pañuelo que él le había pasado para secar sus manos. — Mierda… esto arde.
—¿Necesitas que te lleve a emergencias? Están muy coloradas — argumentó viéndola.
La pelirroja negó con una tenue sonrisa y guardó sus cosas, antes de levantarse. — Descuida, solo fue un poco de café caliente… debo irme, fue bueno verte.
Luego de aquello, Valerian salió lo más rápido que pudo de la cafetería, sabía que el oficial seguía cada uno de sus pasos y en ese instante no podría lidiar con eso. Su cabeza daba vueltas. No quería regresar a la casa, menos sabiendo que allí estaría completamente sola, no confiaba en sí misma. Caminó hasta llegar al parque central del pueblo, con una sola idea presente: debía hablar con Dante. Marcó reiteradas veces el número sintiendo como su agarre se intensificaba, casi rindiéndose en el intento, logró escuchar la voz del italiano del otro lado.
—Necesitamos vernos lo antes posible — dijo casi al instante que él la saludó. La pelirroja notó que su voz perdía un poco de potencia.
—Es peligroso, Val — masculló — me dijeron que ya salió en las noticias y tengo pegados a los Federales por otras causas… no quiero que te vinculen con la organización.
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Editado: 26.07.2025