El reflejo del asesino escarlata

Capítulo 27: No toques lo que no puedas soltar

"If I reduce you to something that I can use
I'm afraid there won't be anything good left of you "

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Valerian ya había perdido la cuenta de la última vez que había visto a Logan. Él no se había pronunciado de ninguna manera y, entendiendo por lo que estaba pasando, ella tampoco podía pretender demasiado. Sabía bien que gran parte de lo que atormentaba al oficial era, en buena medida, culpa suya.

Aquella mañana de viernes había amanecido con un torrente que prometía durar todo el fin de semana; incluso los noticieros advertían que sería el peor temporal en meses. La pelirroja estaba sentada en la isla de la cocina, con una taza de café frente a sí y la laptop a un lado, a la que miraba con demasiada concentración.

"Sabemos que tienes mucho que ver en la muerte de Jeremy y no descansaremos hasta verte tras las rejas"
"Deberías cuidarte, zorra Hansen, pagarás por lo que le pasó a Jeremy"
"Te metiste con el heredero equivocado"

Eran apenas algunos de los mensajes que aparecían en la vista previa de su correo. Nunca dejaban de llegar. Aunque cubría bien sus reacciones, cada uno le calaba hondo. Sabía perfectamente de lo que eran capaces, a pesar de que las imágenes parciales donde se veía a Jeremy entrar en su edificio ya habían sido desestimadas por el juez. Ellos no dejaban el asunto por cerrado; al contrario de lo que todos esperaban, las aguas no estaban en calma y seguían insistiendo en su culpabilidad.

Desvió la mirada hacia la taza, solo para arrugar la nariz con desaprobación. En realidad no le apetecía café. En cambio, aquella botella que Benno le había enviado días después de regresar de Alemania captaba toda su atención. El tono ámbar brillaba dentro de la alacena vidriada, y cada tanto, de manera inconsciente, le echaba un vistazo.

Su teléfono sonó, obligándola a apartar la mirada de la botella. El mensaje era de América Hansen, lo que resultaba terriblemente inusual.

"He estado hablando con papá sobre tu vinculación al caso Melvick y está de acuerdo con la sugerencia... Esto puede perjudicar a la empresa y no necesitamos más escándalos por tu culpa. Elevaré una petición al consejo para que decidan tu despido. Lo deseo, porque así todas las acciones serán mías. Eres una vergüenza para el apellido. Esta vez voy a ganar."

Un gruñido frustrado le escapó al leer aquello, y tiró el móvil sobre la encimera sin importarle la fuerza. Se cubrió el rostro con las manos mientras murmuraba maldiciones apenas audibles.
—Al diablo la decencia... voy a necesitar esa botella —susurró para sí, caminando hacia la alacena—. "Solo para momentos especiales. Benno"... —leyó la etiqueta con amargura—. Pues este es un momento especial.

Con el viento azotando las ventanas y la lluvia cayendo sin clemencia, se acomodó en el sofá con la botella y un vaso —seguramente inadecuado— en la mano. Al tercer trago sintió la necesidad de hurgar en el pasado. Sacó varios álbumes que guardaba bajo la mesa de la televisión y se recostó, con la espalda apoyada en el sillón.

Al principio pasaba las páginas por inercia. Las fotos familiares no eran sus favoritas; incluso se notaba su incomodidad a lo largo de los años. Eran postales rígidas: sus padres al centro, Robert con su inmutable seriedad, su madre con esa falta de brillo en los ojos que siempre le había desagradado. A su derecha, los gemelos, tétricamente idénticos.
—Qué fea eres, Meri... —bromeó en voz baja al cuarto o quinto vaso, encogiéndose de hombros de inmediato. Sabía que era mentira. América era tan hermosa como mala persona, y con eso lo decía todo.

A la izquierda, junto a su madre cobriza, aparecía Tristan con una sonrisa amplia, la más genuina de todas. A su lado estaba ella, siempre con el mismo semblante serio y distante. En cierto punto le daba gracia ver su mandíbula tan marcada de tanto apretar los dientes y esa ceja derecha levemente arqueada, un gesto involuntario que siempre ocurría solo.
—Vaya... sí que parezco la villana —carcajeó, notando cómo año tras año su mirada se volvía más fría. Eso lo atribuía a su padre, que siempre cuestionaba cada cosa que hacía, provocando pleitos imposibles de ganar. Y para colmo, debía fingir que eran una familia ideal solo para enviar una postal navideña.

Aquellos viejos álbumes albergaban al menos diez años de su vida. Algunas fotos la mostraban junto a Genevieve y su familia cuando pasaba días en su casona. «Esos sí son buenos recuerdos», comentó Betty, nostálgica. Otras eran de sus días universitarios, salidas con amigos, bromas con Bahal y su look gótico de entonces, que la hizo reír con fuerza.

Hasta que volteó una página más... y se encontró con un rostro conocido.
Cubrió su boca cuando un sollozo escapó sin aviso. Con su mano libre acarició la figura de un John jovial y sonriente, abrazándola por los hombros.
—Obviamente no prefiero a los gemelos infernales antes que a ti, no seas dramática, Val —decía él en la foto, riendo con sus ojos castaños.
—¡No! Has roto mi pobre y puro corazón —respondía ella, teatral.
Y él la abrazaba, besándole la cabeza, mientras seguía burlándose de su exageración. Jeremy había tomado esa foto, inmortalizando el instante.

Las lágrimas le rodaban sin piedad mientras trataba, en vano, de tragar ese nudo en la garganta. Pero estaba demasiado ebria para fingir fortaleza. Entonces oyó pasos acercarse por detrás. Sabía perfectamente de quién eran.

Optó por acurrucar las piernas contra su pecho y apoyar la frente en ellas. Sintió un suspiro cerca y luego la calidez de una mano que comenzó a acariciarle lentamente la espalda. Por un momento dejó de respirar. Pero aquello se esfumó cuando unos brazos la rodearon y la atrajeron a un abrazo.

Valerian giró apenas la cabeza para mirar al dueño de ese gesto y se encontró con una mirada increíblemente clara. Los ojos grises de Alexander nunca habían brillado tanto. Él ladeaba la cabeza con una sonrisa que rozaba la mueca. No era bueno consolando, no tenía idea de cómo hacerlo. Pero allí estaba, sosteniendo a la chica con la que había compartido más de sí mismo que con nadie.




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