Se esfumaron, aquellos días de paz se esfumaron así como si nada…, como si nunca hubieran existido, como si tan solo hubieran sido una ilusión, un espejismo del Sahara, un sueño inalcanzable.
Y después de tantos años sin lágrimas, sin pensamientos tortuosos, el mismo dolor se hizo presente; igual que antaño.
-Y dime… ¿cómo te sientes al pensar en ello?
-¿Quieres que te mienta o que te diga la verdad?
-Aunque a veces la verdad duele, es bueno escucharla.
-Duele, duele como no te logras imaginar… duele más que la pérdida del primer amor, que la muerte de tu primera mascota, duele más que un esguince, que una sutura, duele más que una herida física.
-Entonces, ¿Cómo lo describirías?
-Como si cada uno de tus pensamientos se esforzaran por hacerte saber que no vales nada, que es mejor estar muerta, es como cuando tocas un rosal… por más que quieras evitar las espinas siempre terminaras lastimandote.
-Eso no me dice nada.
-No te dice nada porque no sabes cómo se siente que te hablen y tener que callar porque para todos a tu alrededor, estás mal. No te dice nada porque nunca has sentido como tu propia familia te juzga y te condena por querer expresarte. No te dice nadie porque nadie espera demasiado de ti, y sobre todo… no te dice nada, porque siempre has tenido una vida perfecta.
Sus ojos estaban empañados por las lágrimas y el dolor era palpable en cada una de sus palabras, nuevamente estaba sola, encerrada en aquellas cuatro paredes, pensando si hacerlo o no…, olía a muerte; todo cerca de ella olía a muerte.
Aquel no era más que otro día, con otra lágrima y otro pensamiento… pero el dolor era el mismo.