El castillo Lothaire era un mausoleo de secretos, un templo de sombras donde el tiempo avanzaba con la lentitud de un veneno en la sangre. Elias deambulaba por sus pasillos con el peso de una verdad abrasadora oprimiéndole el pecho. Lucian estaba atrapado, su alma clamaba por ayuda, y su padre… su padre lo había abandonado.
El dolor lo quebraba. Cada vez que veía al impostor, con su sonrisa pulida, con su voz hueca de reflejo vacío, sentía una rabia sofocante crecer dentro de él. Ese no era Lucian. Ese era una mentira. Pero su padre lo trataba como si nada hubiera cambiado.
Cada vez que Lord Alistair hablaba con ese ser, cada vez que lo miraba con la frialdad de quien ha elegido olvidar, Elias sentía que el mundo se rompía bajo sus pies. ¿Cómo podía su propio padre permitir esto? ¿Cómo podía aceptar la ausencia de Lucian sin luchar por él?
Elias no lo aceptaría. Si su padre se negaba a buscar respuestas, él lo haría.
La servidumbre hablaba en susurros. Los pasillos del castillo eran largos, oscuros, llenos de esquinas donde los murmullos se deslizaban como hilos de humo. Elias comenzó a escucharlos, a observarlos, a acercarse con cautela. Al principio, lo evitaban. Era el hijo del señor, el gemelo del niño que había desaparecido en silencio. Pero poco a poco, sus preguntas comenzaron a calar.
— Morganna — decía — ¿Quién es?
Algunos fingían no saber. Otros, se santiguaban en silencio y huían. Pero algunos… algunos hablaban.
—La Bruja de los Espejos —susurró una anciana sirvienta una tarde, cuando Elias la encontró en la cocina, removiendo una olla con manos temblorosas — Ella ha estado con los Lothaire desde hace siglos. Siempre regresa.
—¿Por qué? —preguntó Elias, sintiendo su corazón latir con furia.
La anciana lo miró con lástima.
—Porque la sangre de los Lothaire es especial para ella.
Elias sintió el frío recorriéndole la espalda.
—¿Qué quieres decir?
La mujer suspiró. Sus ojos estaban llenos de un miedo que no pertenecía a este tiempo, sino a generaciones pasadas.
—Los niños de cabello dorado —susurró — Siempre los toma.
Las noches se volvían pesadas. Elias apenas podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, sentía a Lucian dentro de él, dentro de su alma, como si su gemelo estuviera llamándolo desde otro mundo. Lo sentía gritar. No con la voz. Con la esencia misma de su ser.
Elias…
Elías se despertaba jadeando, con el sudor frío pegado a su piel, sabiendo que su hermano estaba sufriendo, que lo necesitaba. Y cada día, su odio por su padre crecía. Porque él también lo sabía. Y no hacía nada.
Lord Alistair vivía en su rutina de mentiras, cenaba con el impostor, lo observaba con la indiferencia de un hombre que había aceptado su destino. Había enterrado a Lucian sin una tumba. Elias se obligó a crecer en ese instante.
Porque si su padre no iba a salvarlo, él lo haría.
Y entonces, lo vio. Era de noche cuando el aire en su habitación cambió, cuando el frío se filtró en sus huesos como si las paredes hubieran sido arrancadas y lo hubieran dejado desnudo ante el invierno.
Elias abrió los ojos.
Y ahí estaba.
Lucian.
Pero no su reflejo.
No el impostor.
El verdadero.
Estaba pálido, su cabello dorado cayendo sobre su frente con la misma suavidad de siempre, pero su piel era más traslúcida, como si estuviera hecho de luz y niebla. Sus ojos estaban llenos de desesperación. Y lágrimas.
—Elias…
Su voz tembló en la oscuridad. Elias sintió su pecho colapsar.
—¡Lucian!
Corrió hacia él, pero sus manos atravesaron el aire vacío. Lucian sollozó.
—No puedo salir… no puedo… —su voz se quebró — Morganna me tiene.
Elias apretó los puños.
—Voy a sacarte de aquí.
Lucian negó con la cabeza, con el rostro empapado en lágrimas.
—No es tan fácil… — dijo con voz rota — Ella me quiere. Me quiere para ella.
Elias sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Por qué?
Lucian lo miró con miedo.
—No sé… hay algo en mí… algo que ella no puede romper.
Elias contuvo el aliento.
—¿Te refieres a…?
Lucian asintió, con los ojos brillando con un pánico desesperado.
—Hay algo en mí, Elias. Algo que me protege de su magia. Pero no es suficiente para liberarme.
Elias sintió su corazón desbocado.
Un poder. Un fuego en su sangre.
Morganna no podía consumirlo como lo hacía con los demás. Elias vio la angustia en su rostro.
—Lucian, resiste. Voy a encontrarte.
Lucian sollozó.
—Lo siento, Elias…
—¿Por qué?
Su hermano bajó la mirada.
—Por arrastrarte a ese lado del castillo… si no hubiéramos encontrado el espejo…
Elias sintió una furia ardiente brotar dentro de él.
—No fue tu culpa.
Lucian levantó la vista, con lágrimas cayendo de sus mejillas.
—Papá no vendrá por mí… ¿verdad?
Elias sintió que algo dentro de él se desgarraba. Se acercó más a su hermano y susurró:
—No.
Lucian tembló.
—Pero yo sí —continuó Elias, con la voz temblorosa pero firme — Jamás dejaré de buscarte, Lucian. Y te juro que te salvaré. Encontraré el modo de hacerlo. Solo resiste, por favor hermano.
Lucian sollozó y, por un instante, sus manos se posaron sobre las de Elias.
Frías.
Como cristal.
Y luego…
Desapareció.
Elias despertó con un jadeo. Sudor frío cubría su piel. Su cuerpo temblaba, su corazón latía desbocado en su pecho. Miró a su alrededor. Estaba en su habitación. Solo. Pero no sentía miedo. Porque ahora sabía la verdad. Lucian estaba vivo. Y Elias lo iba a traer de vuelta.