El Reflejo Maldito

La Segunda Puerta

El castillo Lothaire era un laberinto de sombras, un animal dormido con mil ojos ocultos en sus muros de piedra antigua. Sus corredores se alargaban y contraían como pulmones que exhalaban polvo y recuerdos olvidados. Elias lo sentía respirar, susurrar, observar. Y él estaba buscando su corazón.

Cada noche, cuando el silencio se volvía espeso como la niebla que abrazaba la mansión, Elias recorría los pasillos prohibidos. Sus pasos eran suaves, apenas un murmullo contra las losas frías del suelo. Había aprendido a moverse como un ladrón dentro de su propia casa.

Buscaba respuestas. Buscaba el camino hacia Lucian. Y en lo más profundo de su alma, sabía que el castillo tenía más puertas de las que los ojos podían ver.

Los libros antiguos guardaban sus secretos en las arrugas de sus páginas, en las tintas marchitas que parecían haber sido escritas con el mismo polvo de los siglos. Elias pasó las noches en la biblioteca, devorando cada línea en busca de una pista.

El tiempo ya no le pertenecía. Cada día que pasaba era una daga clavándose más hondo en el cuerpo de su hermano. Él lo sentía.
Lucian seguía allí, atrapado, resistiendo, esperándolo. Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba su voz, una súplica quebrada que atravesaba su alma como un susurro desde el fondo de un abismo.

Elias… no me dejes aquí…

No quiero convertirme en uno de ellos…

Por favor…

Elias despertaba con un jadeo, con la piel helada y el pecho vacío. Pero no se detenía. No podía.

Una noche, encontró la clave. El libro estaba enterrado en la última fila de la biblioteca, oculto entre volúmenes de historias olvidadas.
La portada era de cuero ennegrecido por los años, con inscripciones talladas con precisión casi sagrada. Elias deslizó los dedos sobre el título desvanecido y sintió un escalofrío recorrerle la columna.

El Portal de los Espejos

Lo abrió con el pulso acelerado. Las páginas eran frágiles como alas de polilla. Pero lo que leyó en ellas le cambió la sangre.

Hay un espejo para entrar y un espejo para salir.

Uno de cristal… y otro de sombras.

El primero es visible para todos.

El segundo, solo para quien ha perdido la mitad de su alma.

Elias contuvo el aliento. Había otra puerta. Una que no era de cristal, sino de oscuridad. Y él, que sentía a Lucian gritar en su interior, era quien debía encontrarla.

Esa noche, esperó a que el castillo durmiera. Las velas titilaron en su camino, sombras danzando en los muros como espectros al acecho.

Elias descendió. Más abajo de donde se le permitía ir. Atravesó pasillos cubiertos de tapices polvorientos, salas donde los muebles dormían bajo mantas blancas, escaleras que crujían con el lamento de la madera vieja.

Y llegó a la puerta. Era una simple puerta de roble al final de un pasillo que nadie visitaba. No tenía cerradura, ni manija. Pero Elias sabía que estaba allí. Era un umbral invisible para todos… menos para él. Porque su alma ya estaba incompleta. Porque su reflejo ya no era entero.

Se acercó.

El aire se volvió denso, como si el castillo estuviera conteniendo la respiración. Apoyó ambas manos en la madera fría. Y entonces, sintió el vacío al otro lado. Un abismo sin luz. Un mundo donde la realidad se doblaba y la verdad se rompía.

La segunda puerta.
El portal de sombras.
Elias cerró los ojos.
Lucian…
Hermano…

La madera bajo sus manos pareció palpitar. Como si estuviera viva. Un murmullo emergió del otro lado, una voz distante, quebrada, familiar.

Elias…

El corazón de Elias se detuvo.

Elias… ven…

Era Lucian. Pero no su voz de siempre. Sonaba más débil. Más desesperada. Elias tragó saliva.
Empujó la puerta. No se movió.
Volvió a intentarlo. Nada. Y entonces, el aire a su alrededor se estremeció. Un frío helado le envolvió la piel. Elias sintió algo moverse detrás de él. Giró en un instante…

Y el impostor estaba allí.
De pie en la penumbra.
Sonriendo.
Pero su sonrisa…
Ya no era humana.

—¿Buscas algo, hermano? —susurró el reflejo.

Elias sintió su corazón martillar contra su pecho.

—Tú no eres mi hermano.

La sombra en la oscuridad inclinó la cabeza, como si la frase lo divirtiera.

—¿No? —su voz sonaba como la de Lucian, pero había algo roto en ella, algo torcido.

Elias retrocedió.
No podía abrir la puerta.
No ahora.
No con el reflejo viéndolo.
No con Morganna mirando a través de esos ojos falsos.
La sombra inclinó la cabeza.

—Sabes que él ya es mío, ¿verdad?

Elias cerró los puños.

—No.

El impostor sonrió más.

—Tarde o temprano… dejará de llamarte.

Elias sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Porque cuando un reflejo deja de luchar… deja de existir.

El frío se hizo más intenso. Los candelabros parpadearon. La sonrisa del reflejo se ensanchó…

Y Elias corrió. Escapó por el pasillo antes de que la sombra pudiera alcanzarlo, antes de que pudiera tocarlo con sus manos hechas de vacío. Corrió hasta que el aire le ardió en los pulmones. Hasta que estuvo lo suficientemente lejos para que la oscuridad no pudiera susurrarle más. Hasta que su alma dejó de gritar. Hasta que el latido de su corazón le dijo que aún había tiempo.

Aún podía salvar a Lucian. Aún podía abrir la segunda puerta. Aún no estaba todo perdido.




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